El debate sobre las sociedades anónimas en el fútbol no existe. Los dirigentes de Superliga o AFA no se animan a llamar las cosas por su nombre. Los pocos que promueven la reforma, lo hacen en nombre de aquellos que pudieran tener el interés. Curioso altruismo de parte de quienes son capaces de sacar ventaja eligiendo árbitros o cambiando horarios.
El único que habla con argumentos sólidos sobre las S.A es el titular de Talleres, Andrés Fassi, quien ni siquiera es uno de los lobbistas para la asamblea extraordinaria. El dirigente –también accionista y vice del Pachuca mexicano- es el único que no tiene problema en levantar la mano para votar a favor de la reforma.
El resto, prefiere el voto secreto ¿Por qué? Cada uno tendrá sus motivos, pero en líneas generales se hacen los distraídos. Hacen lo mismo que en lo cotidiano: tienen o saben que en otros clubes hay sociedades anónimas manejando el fútbol. Se hacen tanto los distraídos que no aprovechan el momento histórico para replantear las bases de un negocio que no existía a fines del 1800 y principios de 1900.
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Antes de ser presidente de Independiente, Hugo Moyano, intentó comprar Comunicaciones. Su hijo Pablo, además de acompañarlo en el Rojo, preside un club que gerencia su sindicato y compite en la Liga Federal. La entidad de Avellaneda está blindada a las SAD, pero su asambleísta podría votar en “solidaridad” con aquellos que lo deseen en sus clubes, el slogan que pronuncia Mauricio Macri o Daniel Angelici.
Víctor Blanco dijo que votaría en favor de la reforma y los socios –con la herida abierta de Blanquiceleste-, reaccionaron al punto que el presidente de la Academia se desdijo ¿Cómo votarían los asambleístas de esos clubes si el voto fuese secreto? ¿Y el de River? No piensan igual Rodolfo D’onofrio y Mario Brito en lo que a SAD se refiere.
La Superliga -que tuvo que borrar de su estatuto la palabra “sociedades anónimas” para firmar el acta fundacional-, será el solicitante para la reforma. Y a petición de la entidad de Puerto Madero se votará la posibilidad de que cambie el fútbol para siempre, sin escuchar que tienen para decir quienes están a favor o en contra y así regular a un escenario que funciona de hecho.