Padecer o sufrir un castigo no merecido o que ha merecido otro, o lo que es lo mismo, cargar con las culpas ajenas siendo inocente.

Frase muy antigua que tiene su origen en la actitud intransigente e intolerante hacia el pueblo judío de la sociedad cristiana española de los siglos XVI y XVII, después de siglos de convivencia entre las dos religiones. Tiempos en que los hebreos españoles eran tomados a menudo como chivos expiatorios y se les atribuían todos los males reales o imaginarios para los que no se encontraba mejor explicación. Los judíos, relegados en sus barrios y limitadas sus libertades, sufrían continuos acosos de sus vecinos cristianos. Como hacían profesión pública de su fe manifestando que su pueblo tenía un “pacto con Dios”, los cristianos se burlaban y amenazaban diciéndoles que “pagarían el pacto” cuando estuviesen reunidos en sus sinagogas, en una clara referencia a que las quemarían con todos ellos dentro.

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