"Bilbao es mi Patria, pero Pompeya, mi vida”, dice y sus ojos celestes se le ponen vidriosos. Mira por la ventana de la pizzería La Tropical. Afuera son las dos de la tarde de un martes de frío polar. La avenida Sáenz marca el latido de la vida diurna en el barrio. “A mí me gusta la gente de acá, es muy generosa. Nunca me hicieron faltar nada”, va a repetir varias veces durante la conversación. Y varias veces va a acompañar esa frase con una sonrisa.
A Raúl Gómez Díaz lo conocen como “El Lalo del Club Crespo”, aunque algunos también le dicen San Roque, como el santo protector de los animales. “Ando todo el día de acá para allá con mis tres perros”, cuenta.
Hace 18 años llegó al país con mil historias que recolectó de sus meses de marino en alta mar. Tuvo un sueño comercial cerca del shopping Abasto, pero el camino se le transformó en un laberinto: vivió en la calle, durmió adentro de un coche abandonado y comió lo que pudo. Un amigo lo recomendó en el club y desde entonces es más que el cuidador de las canchas: es un hombre de 76 años que aconseja e intenta alejar a los chicos de la calle.
De joven sintió el deseo de dejar su Bilbao natal por algo mejor, alejado de las divisiones políticas de una España marcada por el independentismo y el peligro de la ETA (Euskadi Ta Askatasuna). “Me fui para no involucrarme en toda esa parte política, porque en aquél tiempo (década del 60 y 70) si tenías amistades que se asociaban a ETA, te asociaban a vos también enseguida. Era difícil…”, rememora.
En Finisterre vio la oportunidad de embarcarse. A los veinte años decidió que la pesca en el mar era lo que quería. Junto a un grupo de amigos subieron a un barco de una empresa española. “Me interesó mucho siempre”, afirma. Un trabajo de fuerza y soledad, de puertos desconocidos y amigos por doquier. “Pescábamos merluza, merluza negra, calamares... Cobrábamos de acuerdo a la cantidad, por toneladas”, detalla.
“Me pasé 12 años navegando. Fui a Sudáfrica, al sur de Chile y las costas de Brasil, pasé en frente de las Islas Malvinas y puteé a los ingleses, que son unos hijos de p... porque no nos ayudaron cuando se nos quedó el barco sin energía y les mandábamos señales S.O.S”, relata para encenderse contra Gran Bretaña y soltar un poco más su marcado acento: “Allá en España, en el Peñón de Gibraltar, están los ingleses y para entrar te piden documentos ¿Cómo te van a pedir documentos en tu propio país? íMe cago en la hostia!”.
Tanto en un barco en pleno mar, en donde “sólo hay estrellas, agua y olas que te rompen la proa”, como en las calles de Buenos Aires, asegura que se encontró con gente buena y aquellos “que se te acercan con la doble intención”.
Los días de Lalo en el Club Crespo empiezan a las 7 de la mañana. Apaga las luces, camina por las canchas y abre la puerta de Tabaré 1.931. Lo siguen a cada paso Ringo, Tina y Frida, sus queridos perros. Dice que cada vez que le preguntan por qué eligió Pompeya responde: “En Bilbao sé que no voy a estar mal, pero aquí voy a estar mejor”.