Sin querer, a los seis años trazaron el proyecto de sus vidas. Los dos eran muy pequeños cuando se conocieron en la escuela San Luis Gonzaga, en el barrio de Congreso. Soñaban con ser los dueños de su propio bar. Dos décadas después, ese sueño se convirtió en un deseo imperante y en el cimiento de sus historias. Los amigos Juan Pedro Salé Revelli y Guillermo Artal (32 ambos) abrieron en noviembre de 2012 el bar El Codo, un reconocido local gastronómico ubicado en la Avenida Caseros 3195, esquina con 24 de Noviembre. Es el punto de encuentro de oficinistas, jóvenes vecinos y feriantes de los parques cercanos en un creciente Parque de los Patricios.
“Siempre dijimos ´che qué lindo debe ser tener un bar´”. Guillermo recuerda aquella frase que varias veces repitieron entre los dos. Mientras toma un sorbo de café piensa el motivo que lo llevó a querer vincularse a la gastronomía desde tan poca edad. Parece no encontrarlo. Fue, quizás, la cercanía del almacén de su padre con el local en donde logró cumplir el objetivo.
Son las tres de la tarde de un martes de abril. Está caluroso y húmedo. Más cerca de la primavera que del otoño austral. Mientras en el Congreso se debate la despenalización del aborto, el Sindicato de Taxis reclama contra UBER y los científicos protestan por los recortes en el Conicet, en Parque de los Patricios el clímax es el rotundo e inexplicable contraste de una ciudad que sobrevive entre los dos polos.
En ese local en forma de letra L (o de codo, de ahí el nombre) un televisor muestra la sonrisa de Mariana Fabbiani, un cliente que entró hace minutos pide un café con leche y las mozas ordenan una mesa que está sobre la calle. Juan Pedro hace un repaso de todo lo que sucedió en cinco años y llega a la conclusión: “Comenzamos de cero y sin un peso”.
“Empezamos vendiendo sanguches de fiambres, que era lo único que conocíamos por el almacén de mi viejo. Teníamos eso: una cortadora de fiambres y hacíamos algunas picadas nomás. Después le sumamos cafetería y pizzas”, comenta Guillermo a Porteño del Sur. Así, con los primeros clientes que se acercaban tímidos a tomar un café, El Codo transitó por un sendero que incluyó dudas, inversiones, más personal e ideas nuevas constantemente para afianzarse a los cambios barriales.
En los concurrentes a las ferias de los fines de semana, la cercanía con la sede social del club Huracán, los empleados del Centro Tecnológico y la explosión inmobiliaria de la zona, el comercio encontró una amplia variedad de comensales que llevó, a la vez, a ampliar el menú. “Agregamos promociones con pizzas y cervezas”, detalla Juan Pedro.
A cinco años del inicio, el local se encuentra afianzado al barrio. Es un punto distinguido. “A veces me encuentro con gente de otros barrios y me dicen ‘ah, conozco El Codo, sí’”, cuenta Guillermo. Planean llevar la marca a Villa Crespo en los próximos meses porque la capacidad “está llegando al 100%”.
Los dos chicos de seis años que deseaban tener un bar, lo lograron en una esquina de Parque Patricios. “Este barrio me dio la posibilidad de cumplir mi sueño y con mi mejor amigo”, dice Juan Pedro.