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Por PAULO KABLAN
Sábado 20 de octubre de 2001, centro de Buenos Aires. En la sede del Club GEBA se desarrollaba un campeonato de taekwon do. La docente María Fabiana Gandiaga, a días de cumplir 37 años, había llevado a su hijo para que participara de la exhibición. La tarde era calurosa. Minutos después de las 15, le dijo a una amiga que bajaba a comprar una gaseosa porque tenía calor y le dolía un poco la cabeza. Fue la última persona que la vio.
Horas después, su esposo radicó la denuncia y comenzó la búsqueda. Fue un misterio que duró una semana.
Se siguieron todas las hipótesis, incluso una fuga voluntaria de la mujer. Pero los caminos no llevaban a ningún lado.

Llamadas clave
Dos días después de la desaparición, se produjo un hecho que agregó interrogantes. El teléfono de Fabiana fue encendido y se hicieron un par de llamadas. Hubo un pedido de rescate, pero era extraño: le pidieron 10.000 pesos a un alumno de la mujer desaparecida.
 Esas comunicaciones, finalmente, destrabaron la investigación: los sabuesos de la Policía Federal que trabajaron en el caso dieron con un empleado de la empresa “Limalux” que hacía la limpieza del club: Fernando Antúnez, de poco más de 20 años. El celular, además, fue encontrado en su casa, en el sur del Gran Buenos Aires.
“Al teléfono lo encontré en una escalera del club y lo dejé en casa”, reconoció Antúnez en su primera declaración, de las varias que realizaría en la causa. Lo que llamó la atención fue que el empleado tenía lesiones importantes en el rostro y los brazos, posiblemente arañazos. Por ese motivo fue detenido. Una semana después de la desaparición, se realizó una segunda inspección en el club. Esta vez, con la utilización de perros adiestrados, se reconstruyó el posible recorrido que había hecho Fabiana.
Siguiendo a los perros, los policías bajaron del sexto piso del club por una escalera roja, en el ala del edificio que da a la calle Mitre al 1100. Ahí llegaron al entrepiso y, después, fueron directo a un baño cerrado que estaba en reparaciones, donde hallaron las sandalias de Fabiana, las que habían envuelto en una bolsa de nylon y escondido en un inodoro. Posiblemente, la mujer, que nunca antes había ido a GEBA, se había perdido al intentar salir por el portón de la calle Perón, por donde había entrado un rato antes.
Según se reconstruyó en el expediente, la docente pudo haber sido sorprendida en el entrepiso, cuando estaba perdida.
La llevaron al baño, donde la violaron entre al menos dos personas y luego la asfixiaron presionándole el cuello con un brazo o un palo. Por último, el cuerpo fue arrojado en un hueco que conduce a una cámara de electricidad, en el subsuelo. Allí fue hallado el cadáver semidesnudo de Fabiana.
Horas después, también fueron detenidos los dos compañeros de trabajo de Antúnez, Carlos Vallejos y Miguel López. El lunes siguiente, en la primera indagatoria ante el juez de instrucción Alberto Seijas, el primer implicado complicó a sus compañeros, dando una versión de los hechos: dijo que el presenció la violación, que habían sido los otros dos jóvenes. No le creyeron, por lo que los tres quedaron encarcelados. Vallejos, al igual que Antúnez, tenía lesiones de uñas.
Los especialistas comenzaron a trabajar de inmediato en la escena del crimen. Lo primero que levantaron fueron muestras para realizar cotejos de ADN, lo que podría ser clave. Es más, hallaron restos de semen en el cuerpo de la mujer. Pero hubo un problema que amenazó con complicar toda la investigación: las muestras no se pudieron usar porque se habían contaminado.
El juicio oral y público contra los acusados estuvo a cargo de los jueces Hugo Cataldi, Beatriz Bistué de Soler y Liliana Barrionuevo.
 Y en la primera audiencia, el detenido Antúnez volvió a declarar: pero en esa oportunidad dio una versión totalmente distinta. “Todo lo que dije antes era mentira”, fue la primera frase. Y aseguró que los asesinos eran otras dos personas, que trabajaban en el club y dijo que había sido amenazado y torturado. Igual, mucho no le creyeron.
La declaración de los peritos forenses fue clave para el esclarecimiento del caso. La mujer había sido violada anal y vaginalmente por los asesinos.
 De acuerdo a los estigmas ungueales (cicatrices de arañazos) que presentaban tanto Vallejos como Antúnez, pudieron reconstruir cómo fue el ataque, y en qué posición se encontraba cada uno de ellos cuando la violaban.
 Es más, Antúnez, de acuerdo a esta reconstrucción, fue el que presionando con un brazo la estranguló.
Y además, si bien no se pudo extraer ADN, en el corpiño de Fabiana había restos de sangre del grupo O, el mismo de Vallejos.
El imputado López no tenía lesiones, ni tampoco había elementos importantes que lo incriminaran, salvo la acusación que había hecho sobre él, el detenido Antúnez. Pero esto no fue suficiente para el Tribunal, por lo que fue el único absuelto en el proceso. Para la justicia es inocente.
Los jueces llegaron a la conclusión de que Antúnez y Vallejos, que esa tarde de octubre de 2001 estaban trabajando en el club GEBA sorprendieron, violaron y mataron a Fabiana Gandiaga.
 Pese al brutal asesinato, siguieron en el predio cumpliendo sus funciones hasta las 20,30 y regresaron en los días siguientes, tal como lo hacían habitualmente.
Los jueces, al dar por válidas las pruebas aportadas por el fiscal y la querella, condenaron a Antúnez y Vallejos a la pena de 21 años de cárcel por el delito de “violación seguida de muerte”. Una condena que, para los familiares de la víctima, tuvo sabor a poco.                    

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