El descabezamiento de la Secretaría de Inteligencia emula a la famosa serie del Súper Agente 86. Irrumpe la figura fuerte del jefe del Ejército, teniente general César Milani, por sobre la actuación de los hombres vinculados con la política.
Para entender las internas salvajes de la ex SIDE que provocaron la salida intempestiva de sus tres máximos jefes (Héctor Icazuriaga, Francisco Larcher y Antonio 'Jaime' Stiusso) propongo recordar la famosa serie de televisión Súper Agente 86.

El inepto agente secreto Maxwell Smart, conocido como Agente 86, y su compañera, la agente 99, trabajan para CONTROL (parodia de la CIA). Lo importante es que, pese a las trabas de la burocracia y la incompetencia de Smart siempre se cumple el objetivo. La información clave llega a El Jefe.

La némesis de CONTROL es KAOS (parodia de la KGB, los servicios de inteligencia de la ex Unión Soviética). Lentos, despistados, toscos en sus movimientos. Nunca dejan de reportar con admirable disciplina a sus autoridades del Bloque del Este.

La serie es un metáfora divertida de la importancia que le asignaron las superpotencias del siglo XX a las agencias de espionaje durante la Guerra Fría. La CIA y la KGB fueron estructuras políticas indispensables. Hubo infiltrados, traidores, incompetentes, pero la información siempre llegó a destino.

La agencia de inteligencia argentina no le estaba reportando como corresponde a su jefe, el Presidente de la Nación. Cristina Kirchner cree que la internas en la ex Side provocaron que un sector le pase información clave a operadores judiciales, jueces, fiscales y periodistas opositores.

A la Presidenta le advirtieron que el ala profesional de la actual SI comandada por Antonio Horacio Stiles (conocido por su alias, Jaime Stiusso) había entregado datos precisos sobre la ruta del dinero de Lázaro Báez, las empresas fantasmas creadas en Nevada, el uso de los hoteles de la familia Kirchner para blanquear fondos no declarados, las reuniones del vicepresidente Amado Boudou con la familia Ciccone y las irregularidades en el patrimonio del secretario de Seguridad Sergio Berni.

El hijo de la presidenta Máximo Kirchner cree que los receptores de esa información delicada habrían sido el juez federal Claudio Bonadío, los fiscales Guillermo Marijuán y José María Campagnoli, la legisladora Graciela Ocaña y los periodistas Jorge Lanata y Daniel Santoro del grupo Clarín. Todos tienen en común una importante participación en los últimos casos de corrupción que desvelan al gobierno.

No es noticia, la Secretaría de Inteligencia está divida. El sector político comandado por el director de Reunión Interior Fernando Pocino quedó debilitado.

Primer error: le confirmaron a la Presidenta que Sergio Massa no se presentaba como candidato a las elecciones de 2013; segundo error: le dieron el visto bueno al canciller Timerman para avanzar en un acuerdo con Irán por la causa AMIA que nunca prosperó; tercer error: la torpe operación del robo en la casa de la familia Massa en Tigre a dos semanas de las elecciones; cuarto error: filtrar las amenazas del grupo terrorista ISIS a Cristina Kirchner en medio de la pelea con Estados Unidos por los fondos buitre. Imperdonable por donde se lo mire. Suficiente para un descabezamiento que llega tarde.

Para poner orden en la ex SIDE llega Oscar Parrilli. El hombre que ejerció como mano derecha de la Presidenta desde 2003 será un simple custodio del teniente general César Milani.

El jefe del Ejército más cuestionado desde el regreso de la democracia tiene línea directa con Cristina. Maneja $450 millones por año desde la Dirección de Inteligencia Militar, más que la Policía Federal, la Gendarmería, la Prefectura y la Policía de Seguridad Aeroportuaria. Como si fuera poco, compró equipos de espionaje a Alemania, Francia e Italia. Su curriculum se perfecciona con la presunta participación en la desaparición de Alfredo Ramón Olivera en La Rioja durante la dictadura de 1976 y la firma de la deserción del conscripto Alberto Ledo en Tucumán. La Presidenta tenía que optar entre Derechos Humanos e información calificada. Eligió lo último.

La vuelta del simpático Aníbal Fernández al Ejecutivo corrobora la decisión de Cristina de recostarse sobre los leales antes que los eficaces. Poco y nada queda del lúcido gabinete de Néstor Kirchner. Se extrañan las caras de Roberto Lavagna, Rafael Bielsa, Alberto Fernández y Ginés González García. La mesa chica sólo tiene lugar para caballeros fieles.

La decisión es que La Cámpora tome cada vez más impulso y se plante como la continuidad histórica del movimiento kirchnerista. Ese trasvasamiento generacional que nunca pudo lograr Juan Domingo Perón.

A partir de la muerte de Kirchner, Cristina decidió terminar alianzas fundamentales para el partido gobernante. Primero rompió definitivamente con el grupo Clarín, luego con Hugo Moyano en particular y el movimiento obrero en general. El último tironeo con el PJ puede terminar mal. Capitanich casi no influye en el sistema de toma de decisiones y la liga de gobernadores no pudo imponer su idea de una candidatura unificada de Daniel Scioli. La Presidenta se resiste a perder liderazgo y hace bien. Todavía queda un año de mandato en un contexto económico delicado.

No obstante, el gobierno debería replantearse el patético funcionamiento de la Cancillería argentina. No adelantó el fallo contrario de la Corte Suprema de Estados Unidos dándole la razón a los Fondos Buitre, hizo un papelón intentando pactar con el estado terrorista de Irán y, como broche de oro para 2014, no fue capaz de adelantarle a la Presidenta que Cuba y Estados Unidos estaban concretando el histórico relanzamiento de sus relaciones, el mismo día que se celebraba la cumbre del Mercosur en Paraná.

La cara de sorpresa de los presidentes Mujica, Rousseff, Morales, Fernández de Kirchner, Maduro y compañía demostró que Latinoamérica es todavía un bloque geopolíticamente débil. Nada tuvo que ver con las negociaciones entre los hermanos Castro y Barack Obama.

El gobierno argentino debería sacar importantes conclusiones de lo sucedido la semana pasada. Primero, hay un nuevo orden mundial, Estados Unidos ya no es el país hegemónico. La influencia de China y Rusia se hace sentir cada vez más. Segundo, existe un punto de partida de acercamiento de EE.UU. a América Latina ante el debilitamiento del chavismo después de la caída en picada del precio internacional del crudo. Tercero, el Papa Francisco se consolidó como un actor político internacional de primera línea. Argentina debería aprovecharlo más.

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