A Fernández le llega a los 60 años el desafío mayúsculo de arrancar su camino como noveno presidente argentino desde la vuelta de la democracia y de encarnar al mismo tiempo otro retorno del peronismo a la Casa Rosada.

Nacido el 2 de abril de 1959, Alberto Fernández llega a la presidencia con 60 años, luego de una vasta carrera política y académica, que comenzó con su militancia peronista en la UES mientras cursaba sus estudios secundarios en el Colegio Mariano Moreno.

Vivió su infancia y adolescencia en Villa del Parque, barrio identificado con el club Argentinos Juniors, del que es hincha fanático.

En 1983, se recibió de abogado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, misma casa de estudios donde dos años más tarde se estrenaría como docente al sumarse en la cátedra de Derecho Penal y Procesal Penal del ex procurador General de la Nación Esteban Righi.

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Para entonces participaba en la vida interna del Partido Justicialista en la transición democrática y fue elegido presidente de la rama juvenil.

Eso no le impidió vincularse al Gobierno de Raúl Alfonsín, quien en 1985 lo designó subdirector General de Asuntos Jurídicos del Ministerio de Economía, bajo la gestión de Juan Vital Sourrouille.

Durante el menemismo fue superintendente de Seguros de la Nación, cargo ejercido hasta 1995, unos meses antes de la renuncia de Domingo Cavallo, a quien acompañaría nuevamente en el 2000 en la candidatura del cordobés a jefe de Gobierno porteño, elección que perdiera con Aníbal Ibarra.

En 1996 se incorporó al gobierno bonaerense de Eduardo Duhalde, y fue tesorero de la campaña presidencial del lomense en 1999, cuando fue derrotado por Fernando de la Rúa.

A partir de entonces, Fernández volvió a vincularse con sectores progresistas del peronismo para cofundar el Grupo Calafate, el embrión de lo que años más tarde sería la plataforma política del proyecto presidencial de Néstor Kirchner.

Esa agrupación, en la que también revistaban personalidades relevantes como José Octavio Bordón, Cristina Kirchner, Esteban Rigui, Eduardo Valdés y Carlos Tomada, apoyó primero la candidatura presidencial de Duhalde del 2003, pero cuando éste último declinó sus aspiraciones, se encolumnó decididamente detrás del entonces gobernador santacruceño Kirchner.

La etapa más conocida de Fernández tiene que ver con su rol de jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, cuando su figura adquirió un papel preponderante como mano derecha del patagónico y hombre fuerte de aquel equipo de Gobierno que él mismo ayudó a conformar a comienzos del 2003, en los meses de transición antes de asumir el poder político.

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Su experiencia sucesiva posterior como jefe de Gabinete de Cristina Kirchner fue efímera, ya que las diferencias políticas se hicieron inocultables y precipitaron su salida forzada, cuando la famosa "grieta" daba sus primeros pasos en la Argentina y se instalaba para quedarse, a partir de las traumáticos enfrentamientos con las patronales de la Mesa de Enlace.

Crítico de los dos gobiernos de Cristina, a quien incluso llegó a calificar de "instigadora" del supuesto "pacto de encubrimiento" con Irán, y lapidario respecto de La Cámpora, Fernández se acercó primero a Sergio Massa, de quien fue jefe de campaña presidencial en 2015, y luego a Florencio Randazzo, con quien cumplió la misma función en 2017. Ese año, sus contactos con el kirchnerismo, especialmente con Máximo Kirchner y Wado de Pedro, se volvieron habituales, y esas charlas prepararon el terreno para su reencuentro con Cristina, con quien limó las asperezas del pasado.

Antes de ser ungido candidato a presidente por el Frente de Todos, Fernández se convirtió nuevamente en colaborador fiel de la ex mandataria, principal defensor público en medios de comunicación de la entonces senadora nacional (que enfrenta múltiples causas judiciales) y nexo entre ella y los gobernadores del PJ que en aquel momento todavía buscaban un destino político lejos del kirchnerismo, convencidos de que el tiempo de Cristina Kirchner ya había pasado.

Ese renovado compromiso total de Fernández con el kirchnerismo, y su habilidad para reconstruir puentes con los sectores del PJ y del sindicalismo con los que Cristina estaba distanciada, fueron retribuidos a partir de una jugada inédita, anunciada a través de un tuit en una fría mañana de mayo.

Corrida Cristina a un segundo plano, aunque reteniendo el papel de principal electora del espacio, Fernández era el perfil indicado para seducir a la diáspora de una dirigencia peronista fragmentada, y al mismo tiempo garantizaba la permanencia de un proyecto que no bajara las banderas que el kirchnerismo considera irrenunciables.

Fernández -noveno presidente argentino desde la vuelta de la Democracia- afrontará a partir de hoy el mayor desafío de su vida política, intentando (en sus propios términos) "poner de pie" al país, pero al mismo tiempo administrando las tensiones internas que inevitablemente aflorarán entre los disímiles sectores que constituyen la base política que lo llevó al triunfo.

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