Una de las preocupaciones de los Kirchner fueron las marchas cuyo contenido no pudieran dominar pero a diez meses de dejar el poder, Cristina enfrenta la que se presume será la movilización más importante de la década.

En su más de una década en lo más alto del poder, los Kirchner mostraron siempre una relación especial con las marchas. Definitivamente crítica, por cierto. Las razones habrá que encontrarlas en la obsesión kirchnerista por "tener siempre el control de las cosas". Mantenerse en el centro de la escena, o del ring, si se quiere.

Uno de los ámbitos donde más les preocupó no perderlo es la calle. Siempre consideraron que allí se juega el poder.

Esa obsesión tiene que ver también con el hecho de que al llegar al gobierno lo hicieron justamente cuando las calles se habían convertido en un territorio anárquico. Tiempo de piquetes, los Kirchner se comprometieron a no controlarlos por la fuerza, habida cuenta el espanto que les causó la experiencia de Eduardo Duhalde, quien cuando se propuso usar la fuerza en el Puente Pueyrredón, terminó con las muertes de Kosteki y Santillán, y con ello debió adelantar la entrega del poder.

Empero, los piquetes nunca llegaron a quitarle el sueño al matrimonio Kirchner, por la sencilla razón de que nadie podía arrogarse la potestad sobre los mismos.

Sí en cambio los Kirchner siempre tuvieron una proverbial aversión hacia las movilizaciones masivas que pudieran tener un contenido adverso. Las que se registraron durante la crisis con el campo estuvieron precisamente enmarcadas en el fragor de esa 'guerra', por lo que las vivieron de otra manera.

La primera que realmente llegó a conmoverlos fue aquella multitudinaria marcha contra la inseguridad convocada por Juan Carlos Blumberg tras el asesinato de su hijo Axel. Contra los pronósticos oficiales, reunió entre 150 y 200 mil personas frente al Congreso. Típico del estilo K, el presidente Néstor Kirchner optó por estar ese día bien lejos: se fue a Tierra del Fuego para participar allí del acto por el Día del Veterano de Guerra.

Pero en la Casa de Gobierno estaba su esposa, entonces senadora, que tenía un despacho allí ubicado justo frente al del jefe de Gabinete. Allí se alojó la primera dama cuando miles de manifestantes se despegaron del resto de la gente reunida frente al Congreso y marcharon espontáneamente a la Plaza de Mayo. Junto a otros funcionarios de confianza, en la oficina de Alberto Fernández, Cristina siguió por televisión las incidencias de esa movilización que si bien no era contra el gobierno de su esposo, les hacía sentir que por una vez les habían ganado la iniciativa, tomándolos con la guardia baja.

Precisamente para no perder el control de la calle, hay quienes sostienen que Néstor Kirchner nunca hubiera roto su alianza con Hugo Moyano, como tras su muerte hizo su esposa. Como consecuencia de esa decisión, a ella le tocó soportar los paros nacionales que su esposo -con otra coyuntura, claro está- pudo evitar. Y ante el primero, con movilización a Plaza de Mayo incluida, Cristina adoptó la típica reacción K: se fue bien lejos, a San Luis, única provincia a la que no había visitado durante sus años presidenciales, ni aun cuando Alberto Rodríguez Saá la invitó en 2010 para inaugurar la nueva sede de la gobernación.

Como toda la clase política durante la crisis de 2001/2002, los Kirchner desarrollaron una especial sensibilidad respecto de los cacerolazos. Aunque no estuvieran dirigidos a ellos, el matrimonio encontró como nunca en su provincia la paz que escaseaba en Buenos Aires. Cristina particularmente se sintió impactada por el movimiento de las cacerolas.

Le pareció algo nuevo, espontáneo y hasta positivo, pero siempre circunscribió esa apreciación a las manifestaciones masivas del 19 y 20 de diciembre, y también al cacerolazo que debió soportar el fugaz gobierno de Rodríguez Saá.

De todos modos, tenía una especial visión de los mismos: 'Hay que decirlo con todas las letras: Fue el decir basta a un electorado, el de Capital Federal, que apostó desde 1973 por Fernando de la Rúa, que apostó muy fuerte a dirigentes como Chacho Alvarez, Fernández Meijide, al Frepaso, a la Alianza, y fueron muy defraudados -decía antes de que su esposo fuera presidente-. Creo que ese grado de masividad, de espontaneidad, tuvo directa vinculación con este grado de frustración formidable que tuvo el electorado de Capital con respecto a quienes fueron sus líderes y estrellas electorales'.

De tal manera, la entonces senadora entendía que el que se vayan todos tenía que ver con la región metropolitana, sin repetirse en otros distritos ni provincias donde los gobiernos contaban con un gran consenso. Esa era su visión de los cacerolazos, que no se alteró con el paso del tiempo, y que volvió a inquietarlos cuando a partir de 2012 renacieron en las principales ciudades, convocadas ahora por las redes sociales.

Si bien el gobierno trató siempre de minimizar esas expresiones, el primero de gran magnitud tuvo lugar el 13 de septiembre de 2012, cuando alrededor de 200 mil personas se reunieron en Plaza de Mayo, replicándose manifestaciones en otras grandes ciudades del interior. La experiencia se repitió el 8 de noviembre del mismo año y el 18 de abril de 2013. Con el resultado electoral de 2013, las cacerolas cayeron en desuso: la ciudadanía ya se había expresado en las urnas, la re-reelección no tenía posibilidades y las pocas convocatorias que se realizaron fueron exiguas.

No es el caso de la que tendrá lugar este miércoles, respecto a la que gobierno y oposición asumen que tendrá una magnitud inédita. La reacción oficial siguió siendo bien del estilo kirchnerista, y según reconocen propios y extraños no hizo más que sumar gente a una movilización a la que solo las condiciones meteorológicas podrían restar gente.

Contra lo que se presumía, la Presidenta optó por cambiar la estrategia y no permanecer en Santa Cruz. Buscará no dejarle el protagonismo pleno a la marcha, protagonizando su propio acto, en Zárate, con motivo de una nueva inauguración de la central atómica Néstor Kirchner.

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