Fue, por lejos, la semana más crítica de Cambiemos en el poder. Por todo el ruido político que acompaña el debate sobre las tarifas, planteado por la oposición como una cuestión de supervivencia de los usuarios argentinos, siendo en realidad el elemento que ha encontrado para horadar al gobierno. Plantea además el tipo de campaña que llevará adelante en el camino hacia las urnas de 2019: buscará tomar los factores que despiertan disconformidad en la sociedad y los explotará al máximo. Para ello, se unirá aun con los sectores de los que reniega, si eso le posibilita dañar a Mauricio Macri y su deseo de reelección.
Fueron los días más críticos porque las encuestas confirmaron lo que ya se percibía en la calle: una fuerte baja de la imagen presidencial, de entre 7 y 10 puntos, pero sobre todo de la expectativa de la sociedad respecto del futuro de la economía. Venía el gobierno de un fuerte cuestionamiento interno de parte de Elisa Carrió y los radicales, que terminó en un “aplanamiento” de las tarifas, lo cual llevó a muchos a hablar de “crisis” en Cambiemos. Pero el verdadero concepto de crisis representó el anuncio de que Emilio Monzó no seguirá al frente de la Cámara de Diputados en un eventual segundo mandato de Cambiemos.
Los rezongos de los socios principales del PRO pueden contribuir en el “ruido” generalizado, pero no dejan de ser matices. O como explicó el jefe del interbloque oficialista del Senado, Luis Naidenoff, una muestra de “la diversidad” en el interior de la fuerza gobernante, que presentó como “la mayor fortaleza de Cambiemos”. Miguel Pichetto acababa de reprocharle que si el propio oficialismo critica, no pueden pretender que la oposición se quede “cruzada de brazos”.
Lo de Monzó fue otra cosa. Era un secreto a voces que no seguiría al frente de la Cámara baja después de 2019 -si Macri resulta reelecto- y se le auguraba un destino al frente de alguna embajada, a raíz de las notorias discrepancias con el sentido de la campaña y la política territorial de Cambiemos en el poder. Sobre todo desde que en 2017 fue por primera vez marginado de la campaña, habiendo sido el armador histórico del PRO desde sus inicios.
Pero lo que nadie preveía era que tan prematuramente eso se conociera, y que inmediatamente el jefe de Gabinete lo diera por confirmado. En rigor, se hubiera sabido en junio del próximo año, cuando el nombre del hombre de Carlos Tejedor no figurara al tope de la lista bonaerense de Cambiemos. O bien podría habérsele dado una salida muy elegante y conveniente poniéndolo al tope de la misma, así estuviera la decisión de que no siguiera a partir de diciembre. Hubiera sido una jugada política de las que el propio Monzó reivindica, pero difícil imaginarlo haciendo campaña junto con María Eugenia Vidal, con la que tiene notorias diferencias -recíprocas-, y quien será la figura excluyente de esa campaña.
Desde el entorno del presidente de la Cámara baja han hecho trascender que días pasados le transmitió a Marcos Peña -con el que tiene las principales discrepancias- que, como Bielsa al anunciar su renuncia a la selección en 2004, se había quedado sin energía y prefería cambiar de aire cuando concluyera su mandato. Lo mismo le transmitió después al Presidente, de quien no encontró ningún pedido para que reconsiderara su decisión. Lo mismo había pasado -obviamente- con el jefe de Gabinete. Le quedó claro que tenía razón en no seguir, y adelantó los tiempos al dejarlo trascender ahora.
El momento elegido es lo que llena de estupor a Cambiemos, pues está claro que la situación en la Cámara baja es hoy de alta tensión, a partir de una oposición que ha decidido unirse las veces que sea necesario -y así se junten el agua y el aceite- con la finalidad de hacerle daño al oficialismo. Toda derrota legislativa que les permita mostrar debilidad en el gobierno les sirve. ¿Con qué autoridad puede ahora negociar el presidente de la Cámara, cuando desde su propio gobierno le han soltado la mano?
Cuando las renuncias se anticipan de ese modo, lo más lógico es que los tiempos iniciales no se respeten, que la salida se adelante. Pero eso tiene sus inconvenientes, pues una Cámara baja con una oposición tan confrontativa podría llegar a intentar imponer una figura propia. Además, Cambiemos no tiene hoy alguien que reúna las condiciones de Monzó para ocupar ese rol.
Cayó en desgracia cuando impulsó la estrategia de acordar con Sergio Massa para que fuera el candidato a gobernador de Macri. Desde la vereda de enfrente, la entente Marcos Peña-Durán Barba apostó a María Eugenia Vidal y Mauricio Macri optó por esta última alternativa. Ya se sabe cuál fue el desenlace, y el mismo le granjeó el recelo definitivo de Vidal, más allá de algún acercamiento circunstancial. También no ser considerado más como armador en Cambiemos.
Pero lejos de asumir esa situación, Monzó siguió exponiendo sus opiniones, si no en la mesa chica, en los medios. Elegía los momentos para sus raids mediáticos, consciente de la repercusión de sus palabras. En ese contexto se mostraba no solo atento a los pasos a seguir por su fuerza, sino también a los de los adversarios. Así fue como en junio de 2016, desde la mesa de Alejandro Fantino, le sugirió a Sergio Massa no seguir en la Cámara baja, pues si pretendía seguir siendo candidato tenía que estar “hablando con la gente”, y no ahí donde “perdés percepción de la gente”. “En la Cámara estás obligado a jugar en todos los temas, no podés elegir”, explicó.
De cara a la próxima campaña, desde su entorno admitían que ya no sería el armador, “ya fue todos estos años, ahora su rol es diferente”. Por ese entonces se había especulado con un acercamiento con el peronismo, del que él nunca renegó. Por el contrario, se sentía “parte de la familia peronista”. El dato que había disparado las especulaciones fueron expresiones privadas en las que había cuestionado el método del “timbreo”, por considerar que se trata de una actividad lógica cuando se está en la oposición, no cuando se es oficialismo. “En vez de timbreo, estás más para el ‘ring raje’”, se le atribuyó haber expresado. Con todo, reivindicaba su rol en defensa de las leyes que necesitó el gobierno de parte del Congreso, “el único ámbito donde realmente existe Cambiemos”, sugería por entonces.
En ese contexto no sorprendieron entonces las versiones que lo mostraban alejado del macrismo y muy crítico del gobierno, por lo que él mismo se pronunció a través de las redes sociales que casi nunca utiliza -su último posteo en Twitter data de julio del año pasado-, aclarando estar “comprometido” con el gobierno de Mauricio Macri y que no estaba pensando en irse a ningún lado. “Tengo la responsabilidad de conducir la Cámara de Diputados de la Nación y estoy abocado a esa tarea”, apuntó.
Salió a defenderlo Elisa Carrió, quien se metió de lleno en la interna oficialista al aclarar que “si no fuera por él, Cambiemos no se hubiera construido ni en la provincia de Buenos Aires, ni en la Nación”. Y aseguró, en septiembre de 2016, que “la historia lo va a reivindicar, aunque ahora lo apaleen, porque sin ese hombre no hubiera habido Cambiemos”. En efecto, fue en el departamento de Monzó donde terminaron acordando Lilita y Macri.
Ya había tenido en privado una fuerte pelea con el Presidente -aunque habían recompuesto la relación-, cuando en noviembre de ese año expresó en un reportaje las palabras que marcaron su quiebre tal vez definitivo. Fue cuando fustigó a Jaime Durán Barba, a quien criticó por “su excesiva vanidad”, y del que afirmó que tenía “muy poca idea, casi nada, de la realidad de la política territorial de la Argentina”. “Es un consultor, ponerle otro valor es un exceso”, dijo, para promover luego una idea bien opuesta al pensamiento del ecuatoriano: sumar peronistas a la coalición gobernante. “El peronismo tiene dirigentes impresionantes que hay que invitar al poder”, dijo, y citó a Omar Perotti, Florencio Randazzo, Julián Domínguez, Diego Bossio, Gabriel Katopodis y Juan Manuel Urtubey. En cuanto a Cambiemos, puso en duda su perdurabilidad, y definió ese espacio como “un esquema electoral con éxito”, sin mayores posibilidades de transformarse en un cuerpo sólido como partido político.
De cara a la campaña 2017, dijo que si no se ganaba en la provincia de Buenos Aires, especialmente, en el transcurso del año tendrían “dificultades en la negociación de las leyes”. Y anticipó que haría campaña, porque siempre lo había hecho, así no lo convocaran. Pero eso no sucedió: fue marginado de la misma, y deliberadamente mantuvo un perfil extremadamente bajo. Esa es una de las facturas que ahora pasa.
Cambiemos ganó sin él, pero ahora se les ha complicado igual la negociación de las leyes.
En enero de 2017, dijo no temer que fuera a terminar como Alfonso Prat-Gay, echado del gobierno por sus actitudes. Por el contrario, aseguró tener “una relación personal con el presidente de la Nación que está basada justamente en la opinión sincera y no en la hipocresía”. Poco más de un año después, el desenlace parece ser otro.
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