En lo que fue el Ycuá Bolaños, donde en 2004 murieron más de 400 personas, un hombre mantiene contacto diario con los fantasmas

Ycuá Bolaños es un nombre que duele en el sentir de los paraguayos. Así se llamaba el paseo de compras situado en el barrio Trinidad, de Asunción, donde hace trece años un infierno desatado por fuego declarado en una cocina del patio de comidas y la codicia criminal de los administradores del centro comercia,l se complotaron para cobrarse un tendal de muertos cuyas almas se resisten aún hoy a abandonar el lugar.

En la tragedia del domingo 1º de agosto de 2004 hallaron horrible muerte más de 400 personas, dato este jamás precisado porque los forenses quienes contabilizaron un total de 395 cuerpos rescatados de las ruinas del local donde se estima, el fuego elevó la temperatura a más de mil grados. Sin embargo, también fueron encontrados 90 fragmentos humanos que nunca pudieron ser asociados con los cadáveres calcinados por el incendio.

En lo que fue Ycuá Bolaños hoy se levanta un espacio de memoria donde los familiares de las víctimas fatales recuerdan a sus muertos y donde incluso un padre que perdió a tres de sus hijos en el desastre oficia desde como cuidador ad honorem del lugar dominado por presencias espectrales que con frecuencia y a la luz del día hacen sentir su presencia.

El hombre que mantiene contacto diario con los fantasmas del Ycuá Bolaños es Miguel Samudio, de 70 años, cuyos hijos Elizabeth, Gerónimo y Roberto murieron carbonizados por las llamas y por culpa de la decisión de los dueños del shopping de cerrar las puertas para evitar que en la huida desesperada nadie se fuera sin pagar.

Samudio, que pasa gran parte del día como asistente de los visitantes a las ruinas, asegura que son distintos los hechos paranormales que se registran en el lugar y que atribuye, sin dudarlo, a la presencia fantasmagórica de espíritus que expresan tristeza por el modo injusto en que culminaron su paso como personas de carne y hueso.

Fantasmas desesperados

Una de las manifestaciones más comunes según el cuidador voluntario es la de visualizar a un grupo de jóvenes que pasa corriendo y de golpe desaparece, como si fuera una rémora de la angustia y terror reinantes cuando las lenguas de fuego empezaron a ganar espacio en las instalaciones del centro comercial, generando estampidas del público en busca de acceder a la calle donde estaba la salvación.

A Samudio poco le importan que le crean sus contactos con los espectros del devastado predio donde los familiares de las víctimas sueñan con ver levantado allí un museo que conmemore la tragedia. Y es más, suma a las anomalías que los tienen como protagonista a una joven mujer vestida de blanco que se le aparece, lo mira a los ojos, y se va.

Según señaló en su momento a distintos medios paraguayos, esa joven lo mira con una expresión triste y bondadosa, en un contacto que dura segundos, tras lo cual el fantasma gira y se aleja para perderse en una esquina cualquiera del interior de la ya corroída estructura sobreviviente al efecto devastador de las llamas. Por último, el tercer visitante es un niño a quien Samudio lo ve cantar una canción dulce y melancólica, pero que cuando el chico se va por una de las escaleras, lo hace atravesando lo que queda de una reja.

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