Los cambios en el estilo de vida pueden reducir más de 2 puntos la presión arterial y brindan más de 20 beneficios. Expertos de todo el mundo se reunirán en los próximos días en Mendoza, para presentar las novedades en el Congreso de la Sociedad Argentina de Hipertensión Arterial. Las dificultades para mantener estilos de vida atentan contra los resultados óptimos.

La hipertensión arterial (HTA) afecta al 30% de la población adulta, está presente en el 80% de los casos de muerte por enfermedades cardiovasculares y es la principal causa de ACV. Es una enfermedad silenciosa, asintomática y letal que sólo puede ser detectada mediante el control de la presión arterial. Y si bien la adherencia a los tratamientos farmacológicos es un problema para bajar el riesgo de la población hipertensa y brindarle un envejecimiento exitoso, hoy los especialistas ponen cada vez más la atención en la modificación del estilo de vida, con una alimentación menos “industrializada” como núcleo central.

Promover un cambio en el estilo de vida y ayudar al paciente a sostenerlo es una tarea mucho más compleja que hacer indicaciones sobre una alimentación correcta y aconsejarle a la gente que haga ejercicio, por eso ahora decidimos poner esa tarea como objetivo central”, señala el Dr. Fernando Filippini (MP 5.737), presidente de la Sociedad Argentina de Hipertensión Arterial (SAHA).

A nivel técnico los especialistas comparan los beneficios de dietas como la DASH, elaborada por el National Heart, Lung and Blood Institute estadounidense y bautizada con las siglas en inglés de “Enfoques Dietarios para Detener la Hipertensión” y la Dieta Mediterránea, un sistema alimentario basado en productos tradicionales de los pueblos mediterráneos, cuyos emblemas son el pescado, los frutos secos, el aceite de oliva y la copa de vino tinto.

Ambas comparten una alta proporción de frutas, verduras y legumbres, un aporte de proteínas basado en el consumo de pescado (que tiene menos grasas saturadas y más omega-3 que cualquier otro tipo de carne) y poca sal.

“Las diferencias entre ambas son muy pocas, tal vez la dieta mediterránea se adecua un poco más a la disponibilidad de alimentos que tenemos localmente; lo cierto es que el paciente no siempre puede cumplir esas indicaciones tan estrictas que el médico les da, y lo verdaderamente importante es que pueda sostener esas modificaciones en el tiempo”, apunta el Dr. Mario Groberman (MP 4.848), quien presidirá un simposio sobre HTA y nutrición en el XXIV Congreso Argentino de Hipertensión Arterial, organizado por la SAHA, que se realizará entre el 20 y el 22 de este mes en la ciudad de Mendoza.

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La modificación de los hábitos de vida a largo plazo es más importante para disminuir el riesgo cardiovascular que las dietas con restricción de calorías o de sal como única medida. Poder sostener un descenso de peso de 10 kilos puede alcanzar por sí solo para bajar la presión arterial hasta 20 milímetros de mercurio (mmHg) o, si se prefiere, 2 puntos en la antigua escala de dos dígitos, donde el valor “normal” de presión es la dupla 14/9.

Hay excelentes tratamientos farmacológicos, pero sin cambios profundos en el estilo de vida, no ofrecen todos los beneficios que son capaces de dar”, asegura el Dr. Arnoldo Kalbermatter (MP 7.151). “Por eso el tratamiento debe ser integral y abarcar la farmacología más los cambios en el estilo de vida”.

El dr. Kalbermatter dio otros ejemplos: adoptar una dieta como la DASH, rica en frutas y vegetales y baja en grasas, permite un descenso de entre 8 y 14 mmHg (0,8 a 1,4 puntos) y bajar el consumo de sal a 6 gramos diarios (aunque es difícil de calcular cuánta sal tiene cada comida) ayudaría a bajar la presión unos 8 mmHg (0,8 puntos), algo similar a la incorporación de 30 minutos diarios de actividad física aeróbica.

“Los cambios en el estilo de vida relacionados con el descenso de peso y la incorporación de actividad física tienen, según se ha demostrado en muchos estudios científicos, alrededor de 20 efectos beneficiosos comprobados, con la ventaja de que no tienen efectos adversos”, sintetizó Kalbermatter.

“Lo ideal -apunta por su parte el Dr. Groberman- es lograr una educación nutricional con criterio. Indagar sobre la actividad del paciente, de qué se ocupa, cuáles son sus horarios, para poder evaluar conjuntamente qué cambios beneficiosos posibles puede implementar en su alimentación. No es lo mismo un paciente que trabaja todo el día y tiene sus cuatro comidas fuera de casa que quien tiene hábitos diferentes y puede prepararse su propia comida”.

¿En qué medida será necesario “forzar” esos márgenes para el cambio que son propios de cada paciente? Eso dependerá de su estado de salud y de los objetivos terapéuticos que proponga el médico. “La persona que es obesa e hipertensa va a tener necesidades diferentes a las de una persona delgada y con presión normal”, ejemplifica Groberman.

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