Es indudable que la comida tiene una incidencia, para bien o para mal, en nuestra salud y en la energía que tenemos. Hay varios estudios nutricionales sobre qué comer y qué no. Ernesto Gratacós presentó el libro en el que hace referencia a la “terapia metabólica”, e incluye recetas para planificar un método alimentario que evite enfermedades degenerativas, promoviendo una mejor calidad de vida.

La presencia de proteínas y la ausencia de harinas, que se transforman en glucosa y grasa, son la base de la propuesta de este método de nutrición.

"Somos lo que comemos", es una frase que se escucha habitualmente cuando se habla de la incidencia de la comida en la salud y, por efecto transitivo, en nuestra manera de sentirnos a diario. Si bien el ser humano es mucho más complejo como para reducirlo sólo a esto, es indudable que la comida afecta para bien o para mal en nuestra salud y en la energía que tenemos o que muchas veces no tenemos.

La falta de tiempo y las corridas a las que nos someten las obligaciones llevan a que consumamos cada vez más productos industrializados, de fácil y rápida cocción, dejando así de lado la comida casera o reservándola sólo para aquéllos días más tranquilos como los fines de semana.

Hay varias teorías y estudios nutricionales sobre qué comer y qué no comer. Muchas fueron modificándose a lo largo del tiempo. Ernesto Prieto Gratacós, investigador científico interdisciplinario, formado en La Habana, Cuba, y pionero en Terapia Metabólica del cáncer y otras enfermedades como la diabetes, presentó el libro "KETO, Atlas culinario para la Terapia Metabólica", donde incluye múltiples recetas para planificar un método alimentario que evite enfermedades degenerativas y promueva un régimen pro-longevidad con la mejor calidad de vida posible.

Fundador del Observatorio de Paradigmas y Tecnologías Emergentes en Medicina y Director del Centro de Oncología Integrativa (CeOI) con sede en Buenos Aires, propone una dieta que echa por tierra algunos conceptos nutricionales instalados hoy en día desde la medicina tradicional. Por ejemplo, propone incluir alimentos como la manteca, la crema de leche y carnes de vaca, cerdo y pollo en nuestras comidas. La presencia de proteínas y la ausencia de harinas -que se transforman en glucosa y grasa- son la base de su propuesta.

El investigador sugiere adoptar una alimentación cetogénica, la cual permite que los procesos de reparación orgánica del cuerpo ocurran bajo condiciones de abundancia de oxígeno, evitando la malignización de los tejidos. "Para alcanzar un estadio cetónico deben ocurrir esencialmente dos cosas: que no ingrese al organismo ningún carbohidrato y que las calorías ingeridas sean inferiores al gasto orgánico total del día. De este modo, se produce una rehabilitación metabólica, los vasos sanguíneos recobran su elasticidad y funcionalidad, el cerebro, el hígado y los huesos se benefician".

¿Qué son los "cuerpos cetónicos"? "Son compuestos químicos propios que el organismo usa (o solía usar) como "combustible alternativo" mientras se procuraba alimentos por medio de la caza y el forrajeo. Cuando los carbohidratos escasean -comenta Prieto Gratacós-, los cuerpos cetónicos se sintetizan en el hígado a partir de los ácidos grasos y son utilizados como energía por los músculos, el cerebro, los riñones, etc. Se trata de un mecanismo compensatorio forjado a través de millones de años, que permite a los animales y a los seres humanos tolerar la escasez alimentaria, las hambrunas e incluso el ayuno total en la lucha por la supervivencia".

Polémico y crítico de muchos conceptos nutricionales aceptados a nivel mundial, señala: "Poco sospechaban los médicos, nutricionistas y periodistas norteamericanos allá por 1920 que un artículo que relacionaba el consumo de productos animales con los trastornos cardiovasculares causaría un miedo a las grasas que se esparciría como fuego. Oportunamente, la industria de los aceites comerciales corrió la voz de que las grasas tradicionales -de cerdo, vaca, cordero, etc.- eran dañinas. Hoy, bien adentrados ya en el siglo XXI estamos más gordos y enfermos que nunca. ¿Eran las grasas el enemigo? Evidentemente, no. Los azúcares y carbohidratos refinados son los verdaderos culpables de gran parte de las enfermedades degenerativas modernas", dice.

Según su teoría, se deben evitar las gaseosas, los jugos de fruta de cualquier tipo, las golosinas, las harinas, las mermeladas, la miel y las frutas, así como la zanahoria y la remolacha, la leche y el yogur comercial, la cebolla blanca, los productos de soja, arroz o maíz, las legumbres, los tubérculos, la caña de azúcar, los productos malteados, las frutas secas, las semillas y los edulcorantes artificiales.

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