Historia de vida: Amelia fue profesora de Derecho y quiso estar más cerca de sus 5 hijos. Dejó el profesorado y el estudio jurídico por un taller de costura.

La abogada y profesora de costura Amelia Segura es protagonista de una historia de vida que refleja la de muchas mujeres emprendedoras y valientes que asumieron desafíos y cambios profundos en su vida profesional y personal, a pesar de los riesgos que ello implicó.

Amelia (la abogada Segura) es madre de cinco chicos y lleva casi 10 años dando clases en un taller de costura, donde niñas, adolescentes, madres y abuelas aprenden el universo de técnicas que existen en el bordado, las múltiples máquinas de coser que pueden utilizarse y los trucos para hacer que a partir de algunos retazos se puedan crear prendas maravillosas.

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Son muchas las alumnas que acuden a sus clases en el taller y de distintos orígenes. “Cada alumna que viene es un proyecto nuevo”, aseguró Amelia y contó que ahora con una de ellas están con un plan de recycling, en donde buscan hacer pilotos con sachets de leche, “coserlos bien y que no se note su procedencia”, pero que ayuden al medio ambiente. “Es un nuevo desafío que se viene”, aseguró emocionada.

Pero la historia de esta mujer empezó de una manera poco habitual. En su juventud, descubrió el pasatiempo de la costura y acudió a clases durante diecinueve años. A pesar de haber estudiado Derecho y Orientación Familiar, en un momento decidió dejar ese trabajo para dedicarse de lleno a su familia. Los chicos fueron creciendo y cuando la más chica tenía seis años, su marido se quedó sin trabajo. “No había ingresos a la casa, porque mi esposo estaba buscando trabajo y dije: 'Bueno, desempolvo el título de abogada'”.

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Algunas de las máquinas de coser que utiliza Amelia en sus clases.

Algunas de las máquinas de coser que utiliza Amelia en sus clases.

Consiguió un puesto en un prestigioso estudio jurídico gracias a la ayuda de varios amigos. Cuando iba a comenzar el trabajo, firmó el contrato que aseguraba que era hasta las 4 de la tarde, porque ella quería estar a las 5 en su casa, en el momento en que sus hijos volvieran del colegio. “Pero después me di cuenta que ellos estaban tomando una abogada y no una mamá”, afirmó Amelia y contó que solo una semana pudo irse en ese horario. “Yo agarraba las cosas a las 4 de la tarde para irme, pero siempre caía un expediente nuevo arriba de mi escritorio y siempre estaba por llegar un cliente”.

Amelia continuó trabajando durante ocho meses en ese lugar, ya que constituía el único ingreso para su familia. Un día llegó a su casa a las 10 de la noche, en un momento en que su marido se encontraba en el interior del país buscando trabajo. Al abrir la puerta del departamento, halló a su madre enferma sin saber si había comido o no, la hija más grande tratando de poner orden, uno de los hijos frente a la computadora, desconociendo por cuánto tiempo había estado así, y la menor durmiendo en su cama con el uniforme , los zapatos puestos, la cara sucia con mocos y tierra.

“Esta no es mi vida, no es la vida que quiero llevar”, se decía Amelia en ese momento. “No hay remuneración o seguro médico que compense el tiempo de madre que le estoy quitando a estos chicos. De ninguna manera puedo seguir así”, contó Amelia. Aunque cansada, en su cabeza lo único que surgía era ese pensamiento: “Esto no puede seguir”.

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Amelia se dio cuenta de que tenía que hablar con alguien y pedir consejo. Acudió a un sacerdote amigo al que le contó la situación que estaba viviendo. Y el padre le preguntó: “Bueno, hijita, ¿y tú que otra cosa sabes hacer, porque Dios nunca da un solo talento?”. Y Amelia pensaba en las clases de inglés que había dado de joven, en la orientación familiar y el sacerdote le seguía preguntando: “¿Y qué más?”. Ella miraba el reloj y solo podía pensar en que iba a llegar tarde al trabajo cuando, de repente, vinieron a su cabeza las clases de costura.

Fue en ese momento que recordó su otro talento para explotar y para recibir ingresos que sustentaran a su familia. Habló con quien había sido su profesora de corte y confección, le contó la situación y esta la animó a llevar adelante ese proyecto. Pensando en las posibles alumnas, su maestra le dijo: “Yo tengo varias en lista de espera, puedo pasártelas todas”. Así, mandando mails y haciendo correr la voz, Amelia logró conseguir en una semana las alumnas que necesitaba para empezar el taller de costura en su casa y poder sostener a su familia.

Cuando le contó al jefe del estudio que iba renunciar, éste le preguntó qué iba a hacer. “Voy a dar clases de costura”, dijo. “Che pero vos estás loca, si sos abogada”, sentenció el abogado. “Sí, pero yo tengo que estar en mi casa”, aseguró una mujer que puso su rol de madre por encima de su profesión. En ese momento “me di cuenta que el tiempo de madre no tiene precio”, aseguró emocionada.

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Durante el fin de semana, el living de Amelia se mantiene normal, pero en la semana se convierte en su taller de costura.

Durante el fin de semana, el living de Amelia se mantiene normal, pero en la semana se convierte en su taller de costura.

Las manos son la ventana del alma

Desde ese entonces, Amelia -que cambió los códigos de derecho por las máquinas de coser- no ha dejado de tener alumnas, incluso europeas que por el boca a boca y por internet (https://www.instagram.com/ame_segura/) lograron localizarla, y aprender de sus clases. “Vinieron europeas, chicas jóvenes de 15 años y hasta mujeres de 92, y otras que están en la carrera de Diseño que hacen cosas increíbles”, contó la entrevistada que tiene el taller de costura en su casa.

Amelia aseguró que para ella la costura tiene que ver con el alma: “Dicen mucho que los ojos son la ventana del alma, pero yo a veces me permito pensar que tal vez las manos sean las ventanas del alma, porque con las manos se acaricia, se puede lastimar, es el contacto de la madre con el bebé”, y agregó: “Yo veo que las cosas lindas que hacen mis alumnas, con el amor que van poniendo y lo que sale de sus manos y entonces pienso que también las manos son la ventana del alma”, aseguró.

Sus hijos valoraron tener a su mamá de vuelta, trabajando pero con tiempo para ellos y fue como si hubiera salido el sol después de un día nublado “De alguna manera, pienso que al conciliar se acomodan dos fuerzas que están opuestas. Tal vez sea una integración la solución que tenemos que buscar, porque las mujeres tenemos que trabajar y yo lo que hice fue integrar de alguna manera mi trabajo con mi familia”, explicó.

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Amelia junto a dos de las máquinas que la ayudan en sus clases de costura.

Amelia junto a dos de las máquinas que la ayudan en sus clases de costura.

Reinventarse en pandemia

Durante el inicio de la pandemia, Amelia como muchas otras docentes, aprovechó la cuarentena para reinventarse en las redes sociales. Empezó con Facebook, pero encontró la vuelta dando tips a sus alumnas a través de Instagram y con clases por Zoom.

También tiene la idea de escribir dos libros, uno de técnicas de costura y otro de producción nacional de textiles. Quiere describir qué se produce en cada zona del país: “Uno tiende a pensar que el lino es europeo y el algodón es peruano y que acá no tenemos nada, pero en realidad hay muchísima materia prima y muchos productores muy serios y de primera categoría. Va servir para conocernos a nosotros mismos”, afirmó entusiasmada.

Al recordar a su profesora de costura que la ayudó a conseguir sus primeras alumnas, aseguró convencida: “Hoy puedo decir que es una amiga entrañable para mí, un referente, una persona buenísima”. Y recordó a una mamá que en la puerta del colegio de sus hijos le dijo: “Casi te diría que la costura es una escuela de vida” y aunque en el momento Amelia pensó que exageraba, hoy asegura convencida: “Casi que fue una escuela de vida”.

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