El 17 de noviembre del año 1972 se celebró por primera vez en toda la República la fiesta de los mártires rioplatenses, San Roque González y beatos Alonso Rodríguez y Juan del Castillo. La Iglesia suprimió del calendario muchos santos con el fin de incorporar en cada región a otros cuyo ejemplo resultara más significativo. Tal es el caso de estos mártires, que fueron beatificados en 1934, año en que se realizó el Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires y que se los venera cada 17 de noviembre. La principal preocupación de estos misioneros era sacar de la barbarie a los indios hasta llevarlos a la vida civilizada. Enseñarles a manejar las herramientas, a cultivar la tierra, comerciar, respetar las exigencias de la higiene. Roque González de Santa Cruz nació en 1576 en Asunción. En esa época en el Río de la Plata, dependiente del Virreinato del Perú, Asunción era el único centro poblado por los conquistadores, ya que Buenos Aires, que había sido fundada en 1536 por el Adelantado don Pedro de Mendoza, estaba destruida. Por tal motivo Asunción concentraba a todos los pobladores rioplatenses. Roque era el menor de los diez hijos de don Bartolomé González de Villaverde, escribano real, natural de León, y de doña María de Santa Cruz, natural de Toledo; ambos provenientes de la nobleza hispana. Desde muy joven Roque demostró su preferencia por una vida de devoción religiosa, de la que hacía partícipe a sus amigos, con quienes iba a los montes y despoblados a hacer penitencia. Recibió su primera educación en el seno de su familia y es probable que el obispo Fray Alonso de Guerra haya sido su profesor de letras, latín, vida espiritual y de oración. Cuando tenía doce años, los jesuitas llegaron a Asunción y fue con el padre Juan Saloni (1540-1599), primer superior de la orden, con quien hablaba sobre temas espirituales. A los veintidós años fue consagrado sacerdote en Asunción por el obispo de Córdoba, monseñor Hernando Trejo y Sanabria. Años más tarde el obispo de Asunción lo nombró párroco de la Iglesia Catedral y después vicario general de la Diócesis. Después de 11 años, al no desear títulos ni cargos, renunció a los nombramientos y el 9 de mayo de 1609 se unió a la Compañía de Jesús, recibido por el padre Lorenzana, que había sido su maestro en letras y en espíritu.
Primer santo criollo
Fue el primer santo criollo nacido en el Río de la Plata. Evangelizador de los indios y el fundador de numerosas misiones jesuíticas. Fue un explorador incansable y el primero en navegar el río Uruguay. Llegó hasta Buenos Aires, donde fue recibido por el gobernador Francisco de Céspedes, autoridades eclesiásticas y por el pueblo; maravillados por su audacia como explorador navegante y su celo apostólico. Históricamente y por sus hazañas que transcendieron más allá de su labor apostólica, se lo evoca como el conquistador sin espada. Fue un evangelizador incansable, explorador y fundador de numerosos pueblos, entre ellos las actuales ciudades de Posadas y Yapeyú. Abarcó el actual Paraguay, el noroeste argentino y el Sur del Brasil, donde padeció el martirio. En Paraguay se le tiene gran veneración, ocupa un lugar en el Panteón de los Héroes en la ciudad de Asunción y es considerado el santo protector del Paraguay, y junto con Santa Teresita es el patrono de las misiones. Su desempeño como misionero fue notable y demostró especial habilidad para comunicarse con los guaraníes en su misma lengua. En el año 1611 sucedió al padre Lorenzana en la reducción de San Ignacio Guazú, prosiguiendo su tarea evangelizadora. Fue el fundador de numerosas misiones y reducciones, ubicadas en ambas márgenes de los ríos Paraná y Uruguay: Itapuá (nombre originario en guaraní de la actual ciudad de Posadas, capital de la provincia de Misiones), Yaguapoá (en 1616), Candelaria, Concepción de la Sierra, San Javier y otros centros sobre el río Uruguay, Santa Ana, la Anunciación y Nuestra Señora de los Reyes de Yapeyú.
Alfonso y Juan
Sus éxitos como misionero, al extenderse a las riberas del Río Grande do Sul en Brasil, junto con dos jóvenes sacerdotes españoles, ordenados en Córdoba y recién asignados para ayudarlo, los padres Alfonso Rodríguez y Juan del Castillo, originaron la hostilidad de algunos indios encabezados por el hechicero “Ñezú”, que finalmente los mandó a martirizar y asesinar y mutilar en plena selva, en la recién fundada reducción de “Todos los Santos” de Caaró, situada al Sur del actual territorio de Brasil, el día 17 de noviembre de 1628. Hechos sorprendentes, milagrosos, ocurrieron durante el martirio de San Roque. Según cuenta la historia, estaban reunidos los indígenas alrededor de la hoguera humeante donde se consumían los cadáveres mutilados de los misioneros, y oyeron aterrorizados la voz de Roque que decía: “Aunque me maten no muero porque mi alma va al cielo”, al mismo tiempo que les prometía ayuda espiritual. Ante semejante situación el cacique Caarupé, entendiendo que tales palabras no podían ser expresadas ya que la cabeza del padre Roque se hallaba destroncada, mandó que le abrieran el pecho y le atravesaran su corazón con una flecha. El capitán Manuel Cabral partió desde Itatí al saber sobre el martirio de los tres misioneros para castigar a los indios, comprobando el hallazgo del corazón de Roque atravesado por una flecha, y según la historia de la religión, el corazón de san Roque González de Santa Cruz se encuentra incorrupto.

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