Interpretaba o entendía mejor el juego.
Maradona, en cambio, iba a encarar directamente a los tres o cuatro rivales. Los quería pasar y los pasaba hasta por una cuestión de orgullo. Formaba parte de su juego. De su personalidad. Y aunque Pelé era más inteligente que Diego como dije antes, lo que le vi hacer a Diego en Europa no se lo vi hacer a nadie. En este sentido,
Maradona futbolísticamente es inalcanzable".
La observación filosa de Passarella toca todas las cuerdas sensibles. Las futbolísticas y las que trascienden al fútbol. Y aunque sostiene que "Pelé entendía mejor el juego que Maradona", invoca el orgullo de Diego como una bandera que ayuda a mirar todo lo que hizo y todo lo que sigue haciendo en la memoria colectiva.
Ese orgullo para encarar a tres, cuatro o cinco rivales fue precisamente lo que le permitió conquistar aquella obra monumental frente a Inglaterra en México 86. Ese orgullo made in Maradona siempre reivindicado es además lo que los napolitanos le agradecen eternamente en nombre de los antepasados, los presentes y los que algún día van a llegar para reconocerlo en el altar del fútbol.
Cuando
Jorge Valdano afirmó hace unos años que
"lo de Maradona en términos emocionales es imbatible", no le abrió un tajo a las definiciones inmortales, pero puso de relieve una verdad absoluta en tiempos de verdades relativas.
En el escenario inabarcable del fútbol de ayer, de hoy y de todos los tiempos, Maradona es una verdad absoluta. Discutible y muy permeable a las críticas en otros planos de la vida social. Indiscutible en la cancha. Esa certeza transmitida de generación en generación no forma parte de ningún encantamiento. Expresa una totalidad. La totalidad de Diego jugando al fútbol como una deidad que el domingo 30 de octubre cumple 56 años.
La excusa es la de siempre. La que imponen los ritos. Son los aniversarios. Los de aquel debut en Primera hace 40 años frente a Talleres de Córdoba un 20 de octubre de 1976, los del Mundial de México, los del gol inolvidable a los ingleses y tantos otros que recuerdan y evocan al autor. La fecha de su bautismo en la Primera de Argentinos Juniors con apenas 15 años sirve entonces para eso: para mirar el contexto y para mirar lo que dejó y aún sigue estando.
Hace ya varias décadas, el poeta y rockero canadiense
Neil Young, planteó en esa majestuosa canción,
Hey Hey my my, una frase demoledora:
"Es mejor quemarse que apagarse lentamente".
Diego se quemó en la cumbre. Ya estaba quemándose antes de México 86. Y lo siguió haciendo después. Quizás por eso mismo, ya retirado, llegó a comentar algo en broma y bastante en serio: "¿Sabes qué jugador hubiese sido yo si no hubiese tomado cocaína? ¡Qué jugador nos perdimos!"
La dimensión de esa pérdida es imposible medirla. Ni él la puede calibrar, aunque lo haya dicho. Porque pertenece al universo de lo intangible. De la fantasía. Del misterio. De esa manera que eligió de quemarse. Antes y después de la gloria. Aún así, tan vulnerable y a la vez tan poderoso, siguió hasta el final sin resignar nada.
La belleza y la eficacia demoledora de su fútbol expresaron, sin dudas, la combinación más perfecta. La del jugador comprometido con el equipo. Que iba a pedir la pelota a 70 metros del arco rival. No esperaba que se la acercaran los compañeros. La iba a buscar en zona defensiva para hacer todo el recorrido. Basta con apelar a la memoria o a las imágenes de Youtube. Ahí se lo ve a Diego teniendo la pelota en todos los sectores de la cancha: atrás, en el medio, en los laterales, en tres cuartos y en el área adversaria. Ese compromiso monumental con el juego para auxiliar al equipo en cualquier circunstancia y en cualquier escenario también define su altruismo futbolístico. Que es estar donde había que estar. Y que por otra parte nadie le exigía que estuviera.
Aquellos que jugaron con él y aquellos técnicos que lo dirigieron reconocen que Maradona nunca los dejó en banda. Ni estando en una pierna, como en Italia 90. Que se haya autodestruido no invalida un espíritu amateur y profesional que nunca le permitió cultivar ninguna rendición, aunque más de uno quiso verlo rendido.
"Me cortaron las piernas", aseveró en
USA 94 después de la sanción de FIFA por el doping revelado en el 2-1 ante Nigeria, cuando amenazó con volver a romperla. La frase siempre tan recordada, no fue la metáfora del héroe caído.
Fue el antihéroe que vio sus límites. Y los límites que nos abrazaron a todos.