Pero ese caluroso verano de 1996 fue el desembarco de toda la compañía que incluía, además de la controvertida cantante, a
Antonio Banderas para hacer el papel del Che Guevara (el mítico guerrillero rosarino y Evita nunca estuvieron en contacto en la vida real, por lo que se trató de una licencia del autor) y
Jonathan Pryce que encarnaría a Perón. Pero el elenco y la parte técnica del filme se toparon con las voces de repudio del pueblo argentino, en especial de los peronistas, quienes llegaron a declarar a todo el equipo como
personas no gratas.
Pese a esta oposición, Madonna decidió tomar el toro por las astas y en conferencia de prensa se fue
en elogios hacia la figura de Eva Perón, pese a la intención de decenas de periodistas dispuestos a desacreditar el proyecto por considerar que se
agraviaba la vida de la
Diosa del peronismo. Pero faltaba un tema fundamental: el grupo deseaba filmar en el
balcón de la Casa Rosada, ese mismo que la había tenido a Evita como figura fundamental en la historia argentina.
La idea se encontró con la
férrea negativa del entonces presidente de los argentinos, Carlos Saúl Menem. Sin embargo, una
cena a solas y los
encantos de la rubia protagonista torcieron el brazo del mandatario quien cedió por unas horas su despacho, los pasillos de la Rosada y el histórico balcón para que se filmara la escena fundamental de la película.
Con un presidente
rendido a sus pies se acallaron las voces de repudio hacia la figura de Madonna. El grupo se quedó en el país hasta casi fines de marzo, para luego partir hacia
Budapest donde se desarrollarían otras escenas fundamentales, como la muerte de Evita. Llegados a la ciudad europea, la blonda cantante tuvo una reunión con el galardonado director donde no pudo ocultar más el secreto que la rodeaba:
estaba embarazada. Es por eso que, en el filme, cuanto más se deterioraba el físico de la abanderada de los humildes se la veía cada vez más rozagante a su protagonista.
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