El ex presidente radical Hipólito Yrigoyen, el primero en ser elegido por voto popular en 1916 y también el que inauguró la era de los mandatarios derrocados por un golpe de estado, en su caso en 1930, fue un personaje a todas luces singular de la historia argentina.
“El Peludo”, como lo apodaban por su postura encorvada y su carácter solitario comparable con el mamífero pampeano, supo cautivar multitudes sin ser afecto a discursos rimbombantes, trabó dura lucha contra la oligarquía, la que al final terminó doblándole el brazo, y le dio beneficios inéditos a la clase trabajadora.
Sin embargo, los sucesos de la Semana Trágica en 1919, la represión a los huelguistas de la Patagonia Rebelde en 1921 y la masacre de La Forestal en 1922, fueron marcas oscuras del presidente que previamente fue carrero, abogado, comisario de Balvanera y profesor del Instrucción Cívica y Moral, punto este último que abre otra puerta a las contradicciones de Yrigoyen.
Nacido el 12 de julio de 1852 y sobrino de Leandro N. Alem, el líder fundador de la Unión Cívica Radical fue el único presidente soltero que tuvo hasta aquí la Argentina aunque eso no significara que a su arribo al sillón de Rivadavia, con 64 años, tuviera ya una decena de hijos concebidos con distintas mujeres pero a los que nunca reconoció.
Su actitud reconcentrada era un atributo que las mujeres valoraban en Yrigoyen a quien el sexo opuesto implicaba un camino a la tentación como ocurrió con Antonia Pavón, uno de los tres grandes amores de su vida, con quien tuvo a su primogénita, Elena.
Justamente fue Elena, quien lo acompañó hasta los últimos días de su vida en calidad de asistente personal, la que Yrigoyen reconocía como hija propia de una relación con Antonia que duró entre 1872 y 1877. Ese año Dominga Campos capturó el corazón del futuro presidente.
Con Dominga Yrigoyen vivió un intenso romance de doce años del que nacieron seis hijos, María, Luisa, Sara, Eduardo y otros dos recién nacidos que murieron como lo hizo después su madre, quien falleció en Tandil a causa de la tuberculosis justo cuando don Hipólito pensaba seriamente en contraer matrimonio con esa mujer.
En medio de la relación con Dominga, un affaire con una jovencita de la alta sociedad dio por fruto otro hijo no reconocido por quien solía atribuir la paternidad de todos esos chicos que tuvo en sus andanzas amorosas a su hermano Martín.
La tercera mujer importante en la vida de Yrigoyen fue Luisa Baccici, una bella bailarina austríaca viuda del escritor y diputado Eugenio de Cambaceres, que vivió 30 años con Hipólito y con quien tuvo un hijo, Luis Herman, el que con el tiempo adoptó el apellido Irigoyen. Vale aclarar que El Peludo solía firmar indistintamente con “y” o “i” su apellido en los despachos presidenciales.
En todo caso el enigmático Yrigoyen, reacio a admitir su descendencia, siempre destacó ante sus íntimos que Elena era en hija suya por más que le hubiera negado el apellido a quien que sin embargo destinó su vida a su padre biológico.
Algunos historiadores aseguran que el ex presidente pudo haber tenido un niño con una jovencita hija de un militar o producto de los flirteos con varias alumnas deslumbradas por su joven profesor.
Por si le faltara algo a la historia sentimental de Yrigoyen, otra de sus enamoradas fue la propia hija de Luisa Baccici, Rufina Cambaceres, la joven que en 1903 murió de catalepsia tras sufrir un colapso al enterarse que el hombre que ella quería era la pareja furtiva de su madre, es decir Yrigoyen.
El padre de los pobres, como lo llamaban, murió la tarde del lluvioso del 3 de julio de 1933 a los 80 años, acompañado por sus médicos, un par de dirigentes radicales, cinco amigos y un cura. De los hijos que trajo al mundo, ninguno estuvo presente.