La AIBA echó a varios jueces por malos fallos, tardíamente. Ése es y fue su eterno problema, y no el permitir que se junten amateurs con profesionales. Pero es un mal del boxeo mundial. ¿O en el profesionalismo no ocurre lo mismo? Una pulseada entre dos demonios. ¿Quién es peor?
Si algo ha quedado claro en el boxeo olímpico tras los Juegos de Río, es que lo peor de la AIBA son sus fallos. Por lejos.

Pero no solamente los fallos en su calidad y justeza, sino en su sistema de puntuación, que es por escándalo el peor de la historia.

Se ha pasado del papel y sus diversos sistemas (10 x 10, 20 x 20, etc) a la maquinita de tanteo electrónico en sus varias formas. Y luego a un mix –como ahora- de máquina electrónica con puntuación de 10 x 9 para el ganador, hasta un mínimo de 10 x 7.

Se ha fluctuado entre 5 rounds de 2 minutos, 3 de 3, 4 de 2, 4 de 3 y diversas variantes más, y ahora se disputan nuevamente 3 de 3, con un sistema de 5 jueces, de los que la computadora elimina a dos y convalida a tres, que ni ellos saben quiénes son -al menos, eso se supone-.

Lo que se ignora es el criterio que se adopta para fallar. Mejor dicho, no se ignora, sino que es imposible de precisar, porque el reglamento lo deja abierto a la interpretación y al "piacere" de cada cual.

El antiguo -que depusieron y que privilegiaba la cantidad de golpes (ataque), por sobre su efecto (eficacia)-, podía ser cuestionable o no, pero al menos ayudaba a la tarea de unificar criterios y entender mejor quién ganaba una pelea, propiciando un marco deportivamente concreto.

Lo criticable entonces es la falta de reglas claras, cosa que –como pudo observarse en este último JJOO- está destinado a erradicar protestas, bajo la excusa del "criterio personal".

Desacertadamente, acercaron la mayoría de las reglas al profesionalismo, menos la más importante: su criterio.

En éste impera la eficacia por sobre todas las cosas. Y en todos los casos, una caída es 10 x 8 para el que derribó al otro. Es decir, púgil que cae jamás puede ganar un asalto. Y lo pierde por 2 puntos en el 99,99 % de las veces.

En AIBA esto no es así, y púgil que cae puede ganar un round si al juez se le canta.

Que se le cante está amparado en la apreciación de que ese púgil pegó más, independientemente de la caída. Y de perder tal vuelta, no tiene por qué ser obligadamente 10 x 8. Puede hacerlo 10 x 9, aun habiendo caído dos veces (caso Melián en La Rural frente al cubano Robeisy Ramírez).

Un púgil que cae dos veces, en el profesionalismo pierde ese round 10 x 7 para todo el mundo, sin importar nada más. Sea justo o no, ante una situación concreta, se adopta el mismo criterio para todos. Es un dogma.

En AIBA, un púgil que cae dos veces, para algunos puede perder 10 x 7, para otros 10 x 8, para otros 10 x 9, y para otros, ganarlo, si es que esas dos caídas fueron producto de las dos únicas manos que pegó su rival, mientras que en el resto de la vuelta él lo hizo más y mejor.

Parece justo, pero no lo es, porque hete aquí que esa pluralidad de criterios puede ser funcional a favoritismos e intereses creados, que se esconden bajo la excusa de la "apreciación personal".

Lo peor de todo es que han destruido por completo la atracción, el interés y la sorpresa, incluso de sus fallos, que se saben de antemano. Porque con solamente 3 rounds, en donde conociendo el resultado de los dos primeros, como sucede –se difunden hasta por TV e internet al instante-, la pelea se convierte en una especulación viciosa, que atenta contra el espectáculo.

Y en tal contexto, prácticamente todas se definen en el asalto inicial, a más tardar en el 2º. Pero el 1º es el termómetro. Una cruel sentencia, que causa una irreversible frustración cuando  tras sentir que se dominó, al llegar al rincón uno se entera de que le fallaron en contra. ¿Qué hay que hacer para ganar, matarlo? Impotencia.

Es allí donde entra la suspicacia: si por una de esas casualidades -como históricamente sucedió en AIBA-, se quiere beneficiar a un determinado país, la hacen fácil: a pelea relativamente pareja, es decir, si nadie le da una paliza apreciable a nadie –cosa difícil en este nivel- los 2 primeros rounds van para el país al que quieren beneficiar (casi siempre Cuba y todos los del Este, ex soviéticos).

Si el match fue parejo, el 3º se lo dan al otro, cosa de que el fallo sea ajustado (29-28), una vez asegurada la victoria del beneficiado. Eso se llama "dibujar" la tarjeta.

Sucedió así sin ir más lejos con los púgiles argentinos, en casos que ahora expondremos. Pero además, pasó en muchos otros, que no vienen a cuento detallar. La prueba está en esta información que salió en varios blogs y páginas de internet

NUESTROS CASOS:

Perrín, Blanc y Palmetta perdieron bien, aunque ajustadamente los dos últimos. El problema estuvo con Yamil Peralta y Fernando Martínez, en peleas clave.

Hay quienes cuestionan el primer triunfo de Yamil ante Graff, que fue por demás pareja y mala.

Favoreció a Yamil, tal vez en devolución a la que le birlaron en Londres 2012, pero en verdad, el bonaerense fue levemente superior en los 2 primeros rounds y perdió el 3º, aunque un juez le dio los 3 perdidos. Los otros dos coincidieron con el juicio anterior.

Pero cuando enfrentó al cubano Savón por medalla, más allá de su apatía y rendimiento a cuentagotas, Yamil ganó "ahí" el 1º, más claro el 2º y perdió el 3º también "ahí", simplemente porque Savón erró "todo".

¿Qué hicieron los 3 jueces? Le dieron perdidos los dos primeros a Yamil ¡y ganado el 3º!, cosa que el resultado sea 29-28. Lo malo estuvo en cómo se edificó ese 29-28, tendenciosa y erradamente., no en el fallo en sí.

Si hubo un round que Yamil no ganó, fue el 3º; y se lo dieron. ¿Por qué no le dieron alguno de los dos primeros, que los ganó mejor? Claro; si hacían eso, y en el 3º Yamil pegaba una paliza, no había más remedio que darle la pelea. Y jamás hubieran dejado afuera a Savón. Es simple.

Lo mismo pasó con Fernando Martínez ante el búlgaro Asenov. Fue dividido (2-1), todos 29-28 (uno para Fernando).

Pero al igual que con Yamil, dos jueces trabajaron en "tándem". Y si bien coincidieron en que el 2º fue para el argentino (fue clarísimo), esos dos jueces le birlaron el 1º que también había ganado, aunque menos claramente. El 3º fue parejo, pero la paridad fue siempre para el lado contrario para los dos mismos jueces.

Ni hablar de la forma en que le pararon la pelea a Alberto Melián contra el uzbeco Akhmadaliev. El árbitro irlandés Michael Gallagher –el que lo hizo- fue uno de los suspendidos por AIBA.

Pensar que después hay gente que teme que maten a alguno. Si de algo pecan, suelen hacerlo por exagerar los cuidados al extremo, contar por cualquier cosa y pararla por nimiedades.

Ahora bien. ¿Todo esto significa que la AIBA sea el demonio, el antro de la corrupción y la  injusticia, y los organismos internacionales profesionales la Panacea?

Para nada. En realidad, es la lucha entre dos monstruos. Como si se enfrentaran Freddy Krueger de "Pesadilla" y Jason de "Viernes 13", a ver quién sobrevive. Cualquiera terminará siendo nuestro verdugo.

La única diferencia es que en los organismos internacionales, manejados enteramente por promotores, más precisamente, por la TV yanqui, si alguien demuestra ser bueno y funcional al "show", no importa su bandería ni su patria. Mientras "sirva", dé espectáculo, y mueva la maquinaria comercial, bienvenido; sea ruso, yanqui o cubano.

La AIBA en cambio es más cerrada ideológicamente. A ellos les importa la hegemonía tradicional de los países de extracción históricamente amateur, es decir, del Este, ex soviéticos, ex comunistas, anti imperialistas, anti empresariales, federacionistas, entistas. Y con su sistema, es casi imposible que alguien pueda desplazarlos.

Ni siquiera es posible que alguien pueda mostrarse como un púgil "atractivo" comercialmente en apenas 3 híbridos rounds, aún con la inclusión de profesionales.

¿O qué podrían demostrar en 3 vueltas Golovkin, Kovalev, Mayweather, e incluso  Klitschko?

Es más; a los dos últimos les incendiarían el ring en cada pelea, luego de un tsunami de bostezos de 9 minutos.

Pero la AIBA tiene un agravante: se llena la boca de que es un organismo "puro" y "serio".

Urge cambiar ese sistema si quieren salvar al boxeo olímpico del descenso.

Urge agregar más rounds. Que al menos sean 5. Si se quiere, que los tres primeros sean de 2 minutos -para neutralizar supuestas ventajas de los profesionales y equilibrar fuerzas-, y los dos últimos de 3. Es más complicado "robar" una pelea de 5, que una de 3.

Luego, si no se adopta el criterio evaluativo del profesionalismo, entonces habría que hacer algo para preservar el anonimato de los púgiles.

Que entren como en el esgrima, con trajes de latex y enmascarados, sólo identificados por números o por el color del rincón, incluyendo a los DT. Y que el orden de las peleas sea aleatorio, así no se sabe siquiera a qué categoría pertenecen.

Porque no alcanza con las lágrimas de cocodrilo que derrama la AIBA tras tomar tardía conciencia de las torpezas que cometen sus jueces con los fallos. No alcanza con el mea culpa, cuando ya no hay vuelta atrás y no quedan ni los cadáveres. Y no alcanza con hacer cambios, si en definitiva se va a confiar en la honestidad de los hombres. El infierno está lleno de buenas intenciones.

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