Se durmió. A menos de una hora de la pelea más importante de su carrera, Nicolino Locche se acostó en el vestuario, se puso una toalla en la cabeza, cerró los ojos y entró en un profundo sueño. Su amigo Cacho Fontana y Tito Lectoure lo miraban. Después de la siesta, el "Intocable" se despabiló, se fumó un cigarrillo en el baño a escondidas de su entrenador y se subió al ring. Y le dio una lección de boxeo al japonés Paul Fuji, que decidió no salir a pelear el décimo round y se quedó con el título mundial welter. Todo, en menos de tres horas.
La popularidad de Locche entre el público argentino se fomentó en una característica fundamental del boxeador: la alegría. Dos apodos lo acompañaron durante toda su vida. "El Intocable" era el que más revelaba su condición única sobre el ring. En el libro: "La leyenda intocable", Adrián Dottori revela que fue la revista "El Gráfico" fue la encargada de atarlo con esa singular virtud y tras una pelea en el Luna Park le acuñó el sobrenombre -el 29 de Junio de 1963- del que tanto se enorgulleció. La referencia era a la mítica serie de Elliot Ness.
José "Pepito" Marrone no se perdía ninguna de sus peleas. El actor más popular de la década del '60 tenía una ley inquebrantable. Cada vez que peleaba Locche, los teatros en los que llevaba adelante sus obras sacaban un cartel: "Hoy no hay dos funciones. Sólo una porque pelea Locche". El propio Marrone insistía en ver los combates a como dé lugar y en cada retorno a su rincón decía: "Camina igual a Chaplín". De allí salió el otro apodo.
Fueron más de 220 peleas las que tuvo que pasar Nicolino antes de encontrarse con la chance por el título Mundial. Había vencido a cinco campeones mundiales, pero ninguno de ellos expuso su cinturón en los enfrentamientos. Así, el combate con Fuji tomó una relevancia aún mayor. El japonés cobró una bolsa cuatro veces más grande que Locche por la pelea, pero no importaba. En pleno Kuramae Sumo –el estadio nacional de Tokyo-, el "Intocable" enloqueció a su rival.
Ese 12 de diciembre de 1968, Locche sólo recibió un golpe que lo podría haber complicado. Un derechazo sobre el oído izquierdo que le comprometió la audición por un largo tiempo fue el único momento en el que tuvo problemas. Un reto -con tirón de pelo incluído- de Paco Bermúdez, su entrenador, que le pedía que fuese más "conservador", lo enojó. Incluso, hubo cruce de miradas. Sin embargo, el mendocino mantuvo su idea y el espectáculo. Bajó la guardia, puso la cara e hizo delirar a los espectadores en tierras orientales.
Después de la obtención del título, el mendocino tuvo cinco defensas exitosas de su cinturón en Buenos Aires. Hasta que cayó en la única defensa que hizo en el exterior, en Panamá, ante Alfonso Frazer. Volvió a tener una chance por el cetro ante Antonio Cervantes, pero su rincón tiró la toalla en el décimo asalto. El llanto desconsolado marcaba las ganas que tenía de quedarse a terminar la batalla, pero no pudo hacerlo.
El 7 de septiembre de 2005 Nicolino falleció como consecuencia de un paro cardíaco.
Un centenar de personas lo despidió. En el recuerdo quedó su imborrable marca y su leyenda.