Holan se enamoró de Holan. Esas cinco palabras fueron el título de un texto que salió publicado en esta plataforma digital a los siete días de que Independiente se consagrara campeón de la Copa Sudamericana el 13 de diciembre de 2017, en aquella recordada final ante Flamengo en Río de Janeiro.
Por esos días en que Holan había anunciado una renuncia al cargo de entrenador de Independiente que al toque se reconvirtió en un regreso urgente muy difícil de interpretar, ya se vislumbrava algo esencial que lo acompañaría: la dimensión del personaje que lo estaba atrapando.
Quería Holan dibujarse en el horizonte del fútbol argentino como el nuevo héroe de Independiente. Para ser más preciso: como la versión actualizada del inolvidable Pato Pastoriza. El triunfo, en realidad, lo había confundido y arrojado a la desmesura. Los vapores intransferibles de la victoria estaban operando en la subjetividad del técnico.
A partir de allí, de la estupenda coronación en ese templo majestuoso que es el Maracaná, Holan comenzó su tarea de autodestrucción que Independiente ahora padece. Y es extraño lo que sucedió. Muy extraño. Porque cualquiera puede destruir lo que otro construyó. Ocurrió, ocurre y ocurrirá en política, en economía, en manifestaciones artísticas, en términos sociales y por supuesto también en fútbol. Pero parecería muy poco probable que alguien se empeñe, día tras día, en destruir su propia obra para mirar impávido los restos desangelados del derrumbe.
La conducta profesional de Holan nos lleva a esa figura. La del hombre que logra levantar una pared con paciencia artesanal para después tirarla abajo sin medir las consecuencias. Porque esto es lo que hizo Holan en Independiente. Saboteó la estructura en que se apoyó para crecer. Y para permitirle crecer al equipo. Porque Independiente fue un buen equipo en el primer año de su gestión. Un equipo dinámico, potente, veloz, aguerrido y que además proyectaba la posibilidad inmediata de continuar evolucionando.
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Holan frenó y dinamitó esa evolución. E incluso se autoflageló. ¿Por qué? El debería explicarlo, aunque hay cosas que nunca se explican. En todo caso se expresan en distintos episodios. En la nueva derrota 1-0 del pasado domingo frente a Gimnasia, el rictus de su cara apenas finalizó el partido quizás sintetizó la imagen de un hombre abrumado, desconcertado y vencido.
No tendría Holan que transferir responsabilidades para lavar sus culpas. Es cierto que los errores flagrantes que vienen cometiendo los jugadores no pueden ser endosados en las espaldas del entrenador. Pero parecen ser producto de un cuadro de situación fuera de control. El pésimo clima que se respira en Independiente entre el plantel y el técnico forma parte de una atmósfera contaminada que se sigue extendiendo.
No es novedad que la relación de Holan con no pocos integrantes del plantel está fisurada desde hace varios meses. Y está fisurada porque Holan desde su relato sembrado de sospechas, compite con los jugadores. Como compitió con el preparador físico Alejandro Kohan, hasta que Kohan se desvinculó luego de la Copa Sudamericana obtenida en 2017.
La disolución irreversible y traumática de ese viejo vínculo anticipó otras disoluciones en otros contextos y con otros protagonistas. Pedía Holan, sin explicitarlo en palabras, un protagonismo exclusivo. Necesitaba, a favor de su vanidad, en erigirse en el galán de la película. En el único refundador de Independiente. Y naturalizó ese falso rol como una estrategia para alcanzar más poder. Sin lugar a dudas, se equivocó. E Independiente paga las consecuencias.
Por eso se espantó en varias oportunidades cuando escuchaba que a Independiente podría acercarse un manager o un director deportivo. Como ya lo tiene la Selección con el Flaco Menotti, Racing con Diego Milito, River con Enzo Francescoli y Boca con Nicolás Burdisso, para citar algunos ejemplos. Holan no quiere a nadie, salvo a los que él considera que están por debajo en su escala social, como sus 23 colaboradores en diferentes áreas.
La mirada persecutoria que vive en Holan lo obliga a descubrir amenazas y fantasmas por todas partes. Amenazas a su autoridad como conductor de un equipo (hoy a 22 puntos del líder, Racing) que se cae a pedazos. En virtud de ese escenario fue dilapidando su capital. Y empujando a jugadores valiosos para que abandonen el club.
El caso de Gigliotti y su partida apresurada a México, es un caso testigo rotundo en esa dirección. Lo quería afuera de Independiente sin importarle en absoluto el aporte futbolístico del goleador. Gigliotti no era Batistuta, pero para Independiente era un delantero imprescindible. Holan privilegió otra cosa. Privilegió, en definitiva, su lectura egocéntrica. Ser él, el ombligo de Independiente. Algo así como el punto de partida y el punto de llegada. Un despropósito absoluto.
El desmantelamiento brutal del plantel y la cantidad de refuerzos inoperantes que recomendó al club con la anuencia incomprensible de los dirigentes (Gaibor, Silvio Romero, Braian Romero, Menéndez, Verón, Cerutti, Burdisso, Britez, Hernández, Gastón Silva y Francisco Silva entre otros), terminó estrellando al equipo, sin dejar rastros de las postales de 2017.
Otra vez surge la misma pregunta casi de tono existencial: ¿qué le pasó a Holan para promover su autodestrucción? Lo que queda claro es que lo derrotaron por goleada sus zonas erróneas. Cuando alzó la Copa Sudamericana, empezó a perder. Si sigue un poco más o un poco menos en Independiente, no cambia el enfoque. El derrumbe está a la vista.
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