El fútbol que revela el jugador de River parece extraído de viejas alquimias que se resumen en un enganche clásico que encara, habilita, construye, contagia e incluso define a partir de una zurda con una pegada impresionante.

Después del retiro de Juan Román Riquelme en diciembre de 2014 vistiendo la camiseta de Argentinos Juniors en la B Nacional en aquel 1-1 ante Douglas Haig, se instaló con fundamentos que se había despedido del fútbol el último enganche clásico. El enganche que hacía jugar a sus compañeros a favor de su estupenda mirada panorámica y de su talento, sin equivalencias, para habilitar con ventaja y precisión a sus compañeros.

Riquelme expresaba, sin ninguna duda, el fútbol artesanal. El fútbol de autor que se desvanece en nombre del fútbol de factoría. Desde ese atardecer del domingo 7 de diciembre de 2014, nadie se perfiló como un sucesor natural de su gran especialidad, que antes consagró entre otros a Bochini y al Beto Alonso, por citar a dos celebridades inolvidables, más allá de los recursos geniales que siempre iluminaron a Maradona, un auténtico paradigma del fútbol total.

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Hasta que apareció en el firmamento del fútbol argentino el colombiano Juan Fernando Quintero. ¿De qué juega el zurdo que lleva en la espalda el número 10? De enganche. Un enganche con gol. Que por supuesto no vive para el gol, pero se le adivina en sus movimientos, en su gambeta, en su freno, en su pausa y en su búsqueda de los últimos metros un desequilibrio ofensivo notable.

Aquel bombazo infernal frente a Boca en la final de la Copa Libertadores en el estadio Santiago Bernabeu que le permitió a River conquistar el segundo gol y encaminarse a la consagración, pareció relanzar a Quintero a una dimensión futbolística que hoy lo encuentra en un nivel brillante.

Otro zurdo de características similares había alumbrado a River en el 2001, cuando Andrés D’Alessandro se ganó la titularidad, hasta que en julio de 2003 partió a Europa para sumarse al Wolfsburgo de la liga alemana. D’Alessandro siempre fue un típico enganche, aunque supo reconvertirse en un jugador que se adaptaba a la dictadura de los sistemas tácticos para resignificar su función a pedido de los distintos entrenadores.

“Ahora nadie juega con enganche, ni Zidane lo fue en Alemania 2006. La táctica que se impone en el mundo no los considera”, nos explicó convencido el Cholo Simeone en octubre de 2006, cuando dirigía a aquel Estudiantes que salió campeón frente a Boca en la cancha de Vélez.

Hace 13 años el actual técnico de Atlético Madrid le bajaba la cortina a ese biotipo de jugador que arma, distribuye y organiza. Ricardo La Volpe, por aquel entonces técnico de Boca, frecuentó la misma hoja de ruta que Simeone. Y planteó con la vehemencia que lo caracteriza: “Jugar con un enganche es mirar el fútbol desde una perspectiva que atrasa”.

Gallardo y Juanfer Quintero

El discurso dominante, en definitiva, le ponía obstáculos dialécticos y funcionales a la irrupción de futbolistas que podían celebrar el legado de Riquelme. La prioridad era clara: primero el sistema, después los jugadores. Como para reconfirmar que sigue vigente aquella figura ridícula de poner el carro delante de los caballos.

En este escenario falso y adverso, un enganche termina convirtiéndose en un rara avis. O en una especie de fetiche contracultural. Un jugador fuera de época. Lo que obliga al protagonista a remar contra la corriente. Juanfer Quintero lo hizo. Remó contra la corriente. Incluso superando cierto prejuicio por su apariencia física, un tanto alejada del ideal atlético que hoy indican los libros del fútbol moderno.

Esas dificultades para que los enganches tengan una papel importante e influyente en un equipo, fue naturalizado por el ambiente, siempre obsecuente con los vientos de ocasión. Se repetía entonces como si fuese una verdad revelada que un enganche condicionaba la estructura colectiva de un equipo. Se hablaba en abstracto. Sin nombres propios. Y caminando por arriba de los contextos.

La aparición muy auspiciosa de Quintero volvió a poner las cosas en su lugar. Porque su juego delata sabidurías con historia. Y con memoria. Esa zurda inspirada que suele ser mortal para encarar y pegarle a la pelota con una potencia y una dirección quirúrgica (en la Argentina no hay nadie que le entre a la pelota como él), quizás sintetiza las mejores versiones de los jugadores que le prestan algo sustancial, que no está en los papeles, al equipo que integran.

No señalamos que Quintero es un monstruo o un fenómeno inigualable. O que va a convertir golazos sensacionales todos los partidos. Ni tampoco pretendemos compararlo ni con Beto Alonso ni con Riquelme. Pero su aporte revitalizó una función que los tecnócratas de turno ya la habían ubicado en un museo. Quedó en claro que se equivocaron.

Esto generó, precisamente, Quintero: la reivindicación de los enganches. Aquel que lo niega, seguro que no lo vio jugar. O está atrapado en un laberinto sin salida.

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