Cuando Gerardo Martino se hacía cargo de la conducción del Barcelona hace poco más de cuatro años, el Flaco Menotti definió sin sutilezas la labor totalizadora que había emprendido antes Pep Guardiola. La convicción y el compromiso muy difícil de reproducir si no se conservan las exigencias. Aquellas palabras de Carlos Bianchi cuando se refería a la necesidad de reconfirmar lo que se había conquistado.

Julio de 2013. Hacía un par de semanas largas que Gerardo Martino había asumido como entrenador del Barcelona. El Flaco Menotti, muy requerido por aquellos días por la prensa española por su pasado en el club catalán y por las influencias futbolísticas que sigue conservando, nos comentaba: “Ahora Martino tendrá que volver a refrescar y alimentar todos los conceptos, porque si se aflojan algunas exigencias vitales para el funcionamiento del equipo, los jugadores disminuyen los rendimientos. Es así”.

Continuó Menotti profundizando esa interpretación: “Por eso Guardiola los tenía cagando a todos. Es que para mantener ese ritmo de presión bien arriba y movilidad permanente para tocar y descargar hasta encontrar los espacios, si no los tenía cagando, no lo mantenían. Guardiola supo conservar esas búsquedas con un nivel de juego extraordinario. Un nivel de convicción y de compromiso muy difícil de reproducir. De hecho, Vilanova y Roura no lo consiguieron”.

Tan difícil de reproducir que nunca más el Barça jugó en esa dimensión, más allá de los títulos que conquistó con Messi, Luis Suárez y Neymar. ¿A qué viene todo esto? A cierto relajamiento que naturalizan los jugadores (por ejemplo después de ganar un título o un partido muy importante) en la medida en que el técnico no mantenga en alto su plafond de exigencias.

La comprobación de este fenómeno es diaria. Y si nos enfocamos en el fútbol argentino, vale recordar lo que sostenía Carlos Bianchi en pocas palabras: “Ahora que ganamos, viene lo más complicado que es reconfirmar todo en el próximo campeonato”.

Esa reconfirmación sin pausas ni resignaciones que pedía Bianchi, era seguir igual. No pisar el freno. No bajar las revoluciones del equipo. No conformarse. No creérsela. No entrar en zona de confort, tan habitual luego de acariciar el terciopelo.

Aquel Boca demoledor de Bianchi que arrancó en julio del 98 y recién se bajó de la montaña rusa a mediados de 2004 cuando cayó en la final de la Copa Libertadores ante Once Caldas en definición por penales, entendió sin fisuras el mensaje del Virrey. Lo entendió y lo más valioso es que lo aplicó en la cancha con un rigor, una determinación y una entrega notable.

No es para nada frecuente que los equipos que cosechan algún éxito después sigan transitando por esa misma ruta. En general, por razones ocultas o visibles se van debilitando. Y se caen. Los que no se caen son los equipazos que perduran en la memoria colectiva.

Es muy probable que una de las grandes virtudes de los entrenadores se concentre en ese punto: saber mantener el fuego encendido. No permitir que por comodidad, facilismo, indolencia o por la ley no escrita del mínimo esfuerzo intelectual y físico que los planteles suelen capturar luego de una pequeña o gran consagración, todo se termine derrumbando lentamente. Y en ese derrumbe más o menos anunciado también se precipita el técnico.

Esta descripción se expresa con una frecuencia apabullante. Alcanzaría con mirar la marcha errática de los equipos del fútbol argentino, salvo la excepción que hoy encarna Boca. El resto, va y viene. Juega bien y juega mal. Acelera y frena. Pone todo y al partido siguiente pone muy poco. O pone menos.

Los entrenadores son rehenes no deseados de esos desniveles sorprendentes. Y piden que los jugadores corran lo que no corrieron, como lo hizo Ariel Holan después del penoso desempeño de Independiente frente a Atlético Tucumán por la Copa Argentina. O como amenaza Diego Cocca en repetidas ocasiones con desplazar a los jugadores que no dan buenas respuestas por falta de compromiso para entender las necesidades del equipo.

Lograr esa homogeneidad reclamada es uno de los grandes desafíos que en la actualidad enfrentan los técnicos. Como no la logran, los equipos que conducen suelen convertirse en papeles en el viento. No dan garantías. Las garantías no pasan por los resultados que nadie puede anticipar. Pasan por la presencia y la densidad futbolística que revela un equipo tanto en la bonanza como en la adversidad.

Menotti fue áspero y a la vez didáctico en su explicación: "Guardiola los tenía cagando a todos". Y planteó que si no lo hacía iba a ser muy difícil prolongar en el tiempo las virtudes excepcionales de aquel Barça inolvidable.

Resumió Menotti algo más totalizador: la exigencia no puede tomarse vacaciones en el medio de las competencias. Los equipos y selecciones recordadas supieron armonizar y convivir con las altas exigencias. Que no son las exigencias ajenas. Son las exigencias propias, que por otra parte siempre son las más reivindicadas.

Encontrar a esos equipos que no se paran nunca es una formidable tarea para cualquier técnico. Si el equipo se detiene, las responsabilidades del plantel y el técnico siempre son compartidas.

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