Segundo semestre de 1984. José Omar Pastoriza dirigía a Independiente, que ese año se había consagrado campeón de la Copa Libertadores y se encaminaba a vencer 1-0 al Liverpool, en Tokio, en la final de la Copa Intercontinental.
En una entrevista que concedió a la siempre evocada revista El Gráfico, el Pato en un contexto que no resiste ninguna equivalencia con los tiempos actuales saturados de urgencias sanitarias y de clamores oportunistas del establishment super concentrado, sostenía: “El fútbol es una pasión del pueblo. Hay equipos que vuelven loca a la gente y son los que salvan este negocio. Si acá andan mal River, Boca, San Lorenzo, Racing o el mismo Independiente, anda mal todo. Estos equipos tienen que andar bien, porque son los que llevan gente. Y sin gente, el fútbol es una porquería que no tiene sentido”.
Pastoriza reivindicaba sin amagues el valor de las pasiones, pero planteaba la necesidad de financiarlas con la gente adentro de los estadios. Sin gente, como sucedió este fin de semana, el fútbol no deja de ser una postal vacía de contenido, a la que el Pato resumía sin elegancias como “una porquería que no tiene sentido”.
Las imágenes en simultáneo de estadios fantasmales mientras se jugaban los partidos ubicaron al fútbol como un producto del entretenimiento de masas que puede expresarse sin testigos (vaya contradicción), aunque el pack televisado a 665 pesos por mes lo acerque a audiencias no masivas, transformando al fútbol para todos en fútbol para pocos.
Si no hay gente en la canchas, porque las circunstancias no lo permiten (y es indudable que no lo permiten), el fútbol se desvanece, se evapora, se pierde. Sería como levantar el telón de un teatro para que los actores vean todas las butacas vacías de la sala. Actuar para nadie. Transformar la realidad para nadie. Elaborar un relato y una ficción universal para nadie. O cantar en un teatro para nadie. O interpretar un rol de artista callejero en una ciudad distópica arrasada por las soledades.
No hay destino posible para esas sobreactuaciones de fútbol sin miradas que aplaudan o rechacen. Que alienten o se subordinen a un insulto. Que griten un gol o se envenenen con un gol ajeno. “Es una porquería que no tiene sentido”, explicó hace 36 años el Pato Pastoriza, en otro marco de situación, pero anticipando en versión libre el cuadro del futuro que se reveló en este marzo tan urgente como desafiante de 2020.
Seguramente en breve habrá acuerdo para la suspensión del fútbol. Aunque el fútbol ya se había suspendido, más allá de los partidos programados que se realizaron. En las memorias siempre selectivas e intransferibles, quedarán los retazos de jornadas ausentes. De lo que sucedió y no sucedió. Del fútbol atrapado por una marea de silencios. Y de fantasmas.
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