No es novedad que en la Argentina se repite una y otra vez la misma historia desde hace varias décadas, en un espiral cíclico que nos impide desarrollar procesos de crecimiento sostenido por más de diez años. Esa dinámica nos lleva a considerar que en determinados lapsos de tiempo, sufriremos un hecho ineludible, para el cual tenemos que prepararnos.
La novedad, tal vez, podría pasar por mirar esa reiteración desde otra perspectiva: la conducta, o mejor dicho, las conductas que han hecho del país una víctima. En vez de prepararnos para afrontar el próximo hecho económico amenazante (la próxima crisis), deberíamos encontrar el foco del problema y solucionarlo, con el objetivo de empezar a trabajar para crecer y progresar, en lugar de hacerlo para poder atravesar la próxima crisis.
Lo que debe cambiar en la Argentina, para que la nación y sus habitantes progresen, prosperen y mejoren su calidad de vida, son las conductas. Pero primero debemos reconocerlas y aceptarlas, para luego descubrir cuáles son las que nos convienen como sociedad y nos permiten ser mejores, y cuáles son aquellas que nos sumen una y otra vez en la citada espiral involutiva. Posteriormente, tendremos que poner en marcha las conductas virtuosas que nos permitan cambiar realmente, y abandonar procesos de crisis y confusión recurrentes.
Analizo las conductas que tenemos los argentinos, desde las actividades productivas y los planes económicos que se vienen implementando en las últimas décadas, y observo que en los años terminados en 9, se produce un fenómeno muy particular al que podríamos llamar crisis.
Sin importar el tipo de gobierno que detente el poder, el partido político que nos gobierna, o la tendencia del mismo; hasta ahora, Argentina sigue repitiendo la historia cíclicamente cada 10 años, y no visualizo indicios de un cambio esencial en las conductas de los argentinos.
La crisis de los años terminados en 9 siempre es precedida por una confusión suscitada en los años terminados en 8. El año pasado, los dos procesos devaluatorios, la solicitud de un préstamo al FMI y la caída en los niveles de actividad de la gran mayoría de los sectores, entre otros factores, llevaron a una confusión económica y política, que derivó en una profunda crisis de confianza. El gen de la recurrencia ya estaba en desarrollo y había iniciado su ciclo una vez más.
Ocurre que precisamente en los años terminados en 8, es cuando el karma de la crisis recurrente comienza a tomar forma, para plasmarse generalmente en los años terminados en 9. Hagamos un poco de historia reciente (aunque los ejemplos se prolongan y repiten al menos siete décadas hacia atrás):
A partir de estos antecedentes, estamos en el momento justo, donde nos damos cuenta que -una vez más- no aprendimos la lección.
Una de las miradas que propongo seguir es la siguiente.
Los planes económicos tienen dos ejes sistémicos que se repiten:
1) Endeudamiento externo;
2) Emisión monetaria.
Todo para facilitar la producción (aunque en realidad, y en nombre de la producción, se termine destinando el dinero a gastos corrientes, como el pago de sueldos, y para aplicar tapones al déficit fiscal), más no para promover la competencia y la competitividad local y global.
Este razonamiento surge desde la ‘lógica del tipo de cambio’, que produce ese péndulo de los formatos que proponen los sucesivos los planes económicos. Se busca, a través de dicha variable (tipo de cambio), lograr competir y adquirir competitividad.
Pero las noticias son malas: no hay ningún caso en el mundo de progreso y prosperidad sustentable y sostenible en el tiempo, cuya palanca es o haya sido el tipo de cambio.
Ahora me voy a permitir algunas sugerencias para que reflexionemos:
En definitiva, Argentina necesita crear planes basados en la “economía de los negocios” orientados al desarrollo de nuestra conducta para hacer negocios. Es decir, para el trabajo, para la actividad productiva, que representa el verdadero significado de la palabra trabajo. Estas actividades productivas, cuando son sustentables y sostenibles en el tiempo, permiten a los países progresar y prosperar por generaciones¨.
Digo esto porque los planes económicos implementados en los últimos años nunca funcionan, ya que los economistas, que no analizan las conductas humanas, se pierden en los errores de pronósticos, justificando en el otro sus yerros. Y al no analizar la evolución de la conducta humana, cualquier pronóstico social, político y económico, será errado.
Tenemos que ser capaces de comprender que es falsa la máxima que habla de “redistribución de la riqueza”, a la que podríamos traducir en subsidios para compensar la no creación de la riqueza; y que por el contrario, en el mundo entero se habla de crear y distribuir la riqueza a través del trabajo y las actividades productivas, plasmadas en negocios. Todo un cambio de conducta para los argentinos.
La modificación de las conductas a lo largo de la historia es la base de la evolución de los países y si queremos evolucionar para vivir mejor, vamos a tener que cambiar, entendiendo que el cambio no reside en los partidos políticos ni en los gobernantes, sino en los ciudadanos. Si no cambiamos conductas, nos frustraremos más temprano que tarde.
Como dijo el politólogo e investigador principal de la Universidad de Lisboa, Andrés Malamud, en el Coloquio de IDEA 2018, el único cambio cultural aceptable es el que se hace en primera persona. “Cambiarme no cambiarte, porque eso es imponerte”, advirtió, señalado que si bien la fórmula del éxito “no existe”, se debe empezar por “el control social” destinado a construir la confianza, “la tolerancia para aceptar al otro” y la “autocontención”.
Para romper con este karma cíclico debemos cambiar, por sobre todas las cosas, porque como decía Einstein: “no se pueden obtener resultados nuevos con fórmulas viejas”.
Y siempre es bueno tener en cuenta que si tenemos un gen que nos confunde y que se viraliza cada 10 años, podemos modificarlo a través de la generación de conductas adecuadas. El éxito se construye a partir de la frustración y de enojarnos con nosotros mismos, para luego reenfocar nuestros comportamientos.
Por Walter Brizuela, consultor en negocios y empresas familiares, y autor del libro ‘Claves para progresar en la vida’
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