Agustín Arrien se obsesionó con la médica Ana María Rossi. Los dos estaban separados e iniciaron una nueva vida. Pero ella lo dejó para volver con su ex marido. Entonces, comenzó a hostigarla, a espiarla, hasta que finalmente la violó y asesinó.
Agustín fue un hombre feliz. Tuvo todo lo que se puede tener: una esposa que lo acompañaba, tres hijos, un buen trabajo y una excelente posición económica. Allá cuando expiraba la década del ‘90, Agustín Arrien era considerado uno de los más importantes visitadores médicos de la ciudad de La Plata. Cuentan que cobraba casi 10.000 dólares por mes entre sueldo y comisiones en el laboratorio “Roemmers”. Su especialidad eran los medicamentos cardiológicos.

Pero todo tuvo un final. Agustín se quedó sin trabajo. . Agustín regresó a la casa de sus padres, en la zoSe separó de su esposa, quien llegó a denunciarlo por violencia doméstica y perdió su auto en un terrible accidentena Norte de La Plata, donde comenzó otra vida. Lo que nunca cambió fue su estilo: vestir trajes y utilizar un lenguaje correcto y florido, lo que le daba una apariencia de hombre serio, respetable.

Agustín, cuando aún era visitador médico, había conocido a una joven médica nutricionista oriunda de San Andrés de Giles. Se llamaba Ana María Rossi, quien al igual que él tenía tres hijos. Ella trabajaba en el instituto “Diagnosis”, en pleno centro platense. Agustín le juró amor. Ana María, que llevaba un tiempo separada de su marido, le creyó. Y comenzaron a salir a finales del año 2004.

“Salíamos todos los días. Desayunábamos o íbamos a un bar a la tarde. A veces salíamos una hora, media hora, íbamos a comprar ropa”
, llegó a contar Agustín que, en todo momento, describió una relación casi perfecta, sin grises. Pero no era así. Ana María pronto comenzó a sentir el hostigamiento, la persecución y la obsesión de ese hombre delgado y elegante. Se cansó. Además, llegó a confesar que ella quería recomponer la relación con su ex marido, el padre de sus tres hijos.

Desde ese momento, Agustín se volvió una sombra implacable. Ella llegaba a su trabajo y lo veía a Agustín escondiéndose entre los árboles. Las compañeras le contaban que lo habían visto caminar por horas en la zona. También lo había visto tomando un café en un bar de la esquina de su casa y se lo había cruzado cuando salía en un auto con su marido. Agustín, aunque lo negaba, la merodeaba como un felino a su presa.

La tragedia estalló el 3 de octubre del año 2005. Esa noche Ana María, que para entonces tenía 36 años, tenía una cena con compañeros de trabajo en una parrilla del Camino Centenario, en La Plata. Una vez más, Agustín la cruzó cuando ella salió de su departamento. Iba en un Ford Sierra. Le dijo que la llevaba, ella primero se negó. Pero nunca se sabrá por qué razón, finalmente aceptó a ser llevada por ese hombre a quien ya le había empezado a tener un poco de miedo.

Antes de la medianoche, Agustín, agitado y sucio, se presentó en la comisaría de Villa Elisa, en la zona Norte del partido de La Plata. Contó una historia, parecía desesperado. Dijo que en City Bell lo habían asaltado. Que un delincuente, a punta de pistola, se les había subido al auto y a él lo habían abandonado en cercanías del Parque Pereyra Iraola, a pocos kilómetros de Villa Elisa. Pero lo que más preocupó a la Policía fue lo último que dijo: “El asaltante se llevó secuestrada a mi novia en mi auto”. Desde ese momento se inició una desesperada búsqueda. Agustín contaba una y otra vez el presunto violento asalto y, a cada relato, le iba agregando algunos detalles escalofriantes.

Durante la madrugada la Policía halló el auto abandonado, no muy lejos del camino Centenario. Y con las primeras luces del día, encontraron a Ana María. Estaba boca abajo, en un zanjón, en medio de un charco de sangre. El oficial que la halló, pidió una ambulancia urgente: la había tocado y se había dado cuenta que, aunque con mucha dificultad, aún respiraba. La médica nutricionista tenía dos balazos en la cabeza y otros tantos en el cuerpo. Pero estaba con vida. Después se descubriría que, antes de ser baleada, había sido violada.

Agustín Omar Arrien, por entonces de 46 años, se mantuvo en su relato, aunque le creían cada vez menos. Este periodista estuvo esa mañana con el visitador médico. Contó una historia de amor perfecto, con un final trágico por culpa de la inseguridad, que parecía sacado de una novela. Además, aseguró que un rato antes había intentado ir a ver a Ana María al hospital San Roque, de Gonnet, pero los familiares de ella no lo habían dejado. No le creían nada.

Tres días después, el fiscal Marcelo Martini y el juez de Garantías Guillermo Federico Atencio, en los tribunales de La Plata, convocaron a Arrien para una declaración. El hombre fue con sus abogados. Allí el fiscal lo notificó que era sospechoso. Para entonces ya le había pedido la detención. “Está bien, voy a contar todo”, habría respondido el visitador médico antes de confesar.

“Me sentí degradado, no aguanté más y ahí comencé a disparar”, declaró Arrien.
Antes había contado que él le había propuesto reiniciar el noviazgo y que ella lo había insultado. Además dijo que el revólver calibre 22 se lo había prestado un amigo un año antes por cuestiones de seguridad y que él siempre lo llevaba debajo del asiento. Dijo que disparó tres veces mientras manejaba, sin mirar a su ex novia. De todas maneras, esa confesión estuvo plagada de mentiras. Fue un relato acomodado para ocultar que la había secuestrado, violado y ejecutado a sangre fría.

Ana María sobrevivió seis meses hasta que finalmente falleció en el Hospital de Gonnet. Fue un drama que conmovió a la sociedad platense y que alertó, por entonces, sobre el incremento de los casos de violencia contra la mujer

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