Parecía que ya no había nada para inventar en torno a Rápidos y Furiosos (Fast & Furious), pero la saga ha tomado un rumbo interesante para evitar el agotamiento de su exitosa fórmula –acción + acción + acción-.
Después de una octava entrega en la que se vieron cosas imposible -¡como una lluvia de autos!-, Universal Studios ha decidido apostar por la química entre dos de sus colosos protagonistas y secuencias con enfrentamientos más físicos en detrimento del CGI.
Como principal diferencia, Rápidos y Furiosos: Hobbs & Shaw (Fast & Furious: Hobbs & Shaw, 2019) se inscribe en una vieja tradición hollywoodense: las buddy movies -algo así como "pareja dispareja se mete en un lío"-.
Y en este caso, la dupla está conformada por los personajes que interpretan Jason Statham y Dwayne Johnson, quienes han mantenido una lucha para ver "quien es el más macho" en las últimas entregas de la saga madre. La disputa no es casual: uno apresó al hermano del otro, y su venganza fue arrojarlo de un rascacielos.
La excusa para reunir a estos pelados musculosos es la amenaza de Brixton Lore (Idris Elba), un terrorista megalómano que busca destruir el mundo con un virus. Lo curioso es que no solo es un científico loco, sino también una suerte de supervillano. ¿Por qué? Porqué experimentó con su cuerpo y ahora, entre otras cosas, posee fuerza sobrehumana. "Soy el Superman negro", exclama este antagonista pretencioso en uno de los trailers.
Para los amantes del género, la gran noticia es que el director David Leitch se ha encargado de la acción. Estamos hablando de un especialista en escenas de riesgo –él mismo brilló como doble en Matrix (The Matrix, 1999) y otros hits- que decidió cambiar la mecánica del Hollywood actual y devolverle al espectáculos los efectos prácticos. Su trabajo se encuentra más cerca del cine oriental a la manera de John Woo que a cualquier otro tipo que filme piñas, patados y disparos para los grandes estudios.
En tiempos en los que la magia se limita a lo generado por computadora, este cineasta apostó fuerte con la violencia coreografiada de Sin Control (John Wick, 2014) y se transformó en uno de los realizadores más requeridos en la industria –también en uno de los más "odiados" porque los actores admiten que terminan bastante averiados en sus rodajes-. Su siguiente desafío fue la súper estilizada Atómica (Atomic Blonde, 2017) y se consagró en Deadpool 2 (2018), donde ratificó su condición de "artesano de la escaramuzas".
"Tiene elementos del ADN original, pero está más arraigada a la condición de espía de Shaw y al mundo agente de Hobbs. Queremos edificar su relación, su conflicto, sus bromas. La buena onda entre ellos es lo que impulsó el film”, aseguró en una entrevista concedida a Collider. Pero es evidente que el tipo puso el tono desmesurado que suele otorgarle a sus trabajos. Una determinación que confirmaron sus dos estrellas protagónicas en cada entrevista: nunca tuvieron tantas exigencias físicas como en esta oportunidad.
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