Y así, sin darse cuenta, Pedro Saborido sorteó el peso de la literatura con mayúsculas para sumarse a las filas de los cuentistas argentinos. Sí, el coequiper de Diego Capusotto se animó al género y no fueron 10 o 12 sino 43, los relatos que comprenden Una historia del fútbol, ámbito donde su querido Gerli, el club El Porvenir y el barrio en general, se erigieron como excusa para hablar de otras cosas. “Algunos cuentos fueron publicados en la revista Un caño, más dos o tres meses trabajando a full para completar el libro”, dice a POPULAR.
Escribir por encargo para una revista futbolera le quitó presión. “En ese caso sos parte de un equipo, de una editorial Y enfrentás al lector en grupo. Acá vas solito”.
Quien con su voz suele pedirle cordura al desquiciado Micky Vainilla, descree de la idea de hacer literatura. “Me saqué la presión del primer libro, es como un tipo que hace un asado bárbaro y después debe ratificarlo. Entonces la cantidad de buenos asados demuestran que está a la altura de la capacidad y que no fue algo totalmente azaroso”.
Cauto en relación a la repercusión sostiene que “el primer mecanismo de defensa es decirte que no podés gustarle a todo el mundo.
Y con 40 cuentos es natural compararlos entre sí y elegir tus preferidos. También depende en qué circunstancias lo leíste. Por ahí un tipo lo lee antes de dormir y le provoca algo que no es lo mismo en el colectivo o al lado de la pelopincho con las patas adentro”.
Admite que no escribe ni para olvidar, ni para dejar algo, sino pensando en divertirse. Tampoco considera que hablar del ascenso o del barrio refiera a la nostalgia. “Ves, a eso le rajo, no quiero decir que la padezca, pero no es un lugar donde me guste regodearme. Respeto a quien lo hace, mi libro está lleno de nostalgia pero desde otro lugar”.
La frase de Spinetta que desarma la idea de que todo tiempo pasado fue mejor (“Mañana es mejor”, en Cantata de Puentes Amarillos) le resulta oportuna. “Reivindicar el pasado, desde algún lugar es ideológicamente reaccionario”, dice “El problema no es que los pibes hagan otras cosas, si no que estoy más viejo, y no quiero ser aquel tipo que bastardeaba lo que yo hacía por ser joven”. Una pausa ayuda a separar perspectivas. “Por ahí se trata de entender que hay cosas buenas y malas en cada generación, no por nuevo es bueno, ¿mañana es mejor? ojalá, tampoco creo que eso sea un automatismo. Al mañana hay que hacerlo mejor”.
Descarta cualquier separación con Capusotto. “Diego es mi hermano y nos encanta hacer cosas juntos. Él hoy está con la película y a mí me salió esto. Cada uno hace lo suyo y quiere que al otro le vaya bien que no te quepa la menor duda”, comenta quien no descarta en breve a compartir proyectos.
Cuando se lo consulta sobre sus cambios a partir de Cambiemos titubea, pero no elude. “Cuando se arman estos escenarios, lo peor que te pueden hacer es volverte más egoísta. O privilegiar lo individual sobre lo comunitario; o lo privado sobre lo público. Hoy parece que sos genuino si te expresás sin carteles, espontáneamente y solo. Si te juntas y ponés una bandera ya suena a otra cosa. Toda asociación es ilícita”.
Sobre la energía piensa: “Uno no puede quedarse deprimido y que te manejen psicológicamente o sentirte resignado. Se trata de ver por dónde. Ahí también aparece un rasgo característico del ser humano que es la creatividad”, define y quitándole solemnidad a la palabra. “Está todo el tiempo, para cocinar, para ver cómo te alcanza la guita, creatividad para seguir vivo y ser lo más feliz que puedas, por ahí cuando tenés que laburar mucho, cuando estás en la jodida, se pone un poquito más espeso. Pero la salida es por ahí”, concluye.
El fútbol del ascenso, el Sur del Conurbano o el cruce de barriadas donde lo absurdo y el humor confluyen eludiendo la nostalgia, al menos de manera directa, conforman la pátina de relatos propuestos por Pedro Saborido en Una Historia del Fútbol. Quien supo ser guionista de Tato Bores, sacudir La 100 con una hiperproducción radial intercalando ironía y política junto a Omar Quiroga, se reconoce lector de clásicos argentinos. “Cortázar, Borges, Bioy Casares, los cuentos de Rodolfo Walsh, me parecen tremendos, Abelardo Castillo”, enumera. ¿Y una novela? “No sé, me provoca mucha inseguridad, el cuento te da la posibilidad de salir y entrar en quince mil historias. No sé si tengo alguna certeza que pueda planear. Se me ocurren muchas pelotudeces todas juntas, entonces me cuesta elegir. El cuento me permite no andar dudando tanto”.
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