Nunca jugó al fútbol, salvo en encuentros ocasionales por afuera del profesionalismo. Tampoco vive solo para el fútbol. En todo caso vive muy bien acompañado por el fútbol. Sebastián Beccacece (38 años) es el nuevo entrenador de Independiente, después de la salida nada elegante y previsible del errático Ariel Holan, muy disgustado con Hugo y Pablo Moyano por su desvinculación del club.
Rosarino, hincha de Newell’s, admirador de Marcelo Bielsa, ex colaborador durante varios años de Jorge Sampaoli y reciente subcampeón de la Superliga dirigiendo a Defensa y Justicia, Beccacece (lo apodan Chepa) es un teórico del fútbol con muchas horas de vestuario. Más de las que el ambiente le adjudica.
Ser un teórico no necesariamente significa ser un dogmático. No parece serlo. Tiene ideales, pero no rechaza la duda. Es más: comenta sin aires de vanguardista que la duda lo enriquece. Porque le abre camino a las preguntas. Y a las repreguntas que dice necesitar. En ese escenario fue creciendo. Y generándose su propio espacio.
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Reivindica la táctica pero no es un tacticista que ubica al sistema por encima de los jugadores. En su escala de valores, primero están los jugadores y después la táctica en comunión con la estrategia. Y hasta da la impresión (apenas una impresión) de ser más estratégico que táctico, lo que en principio es una buena señal. ¿Por qué? Porque la estrategia es una de las formas de comunicar ideas, mientras que la táctica es un dibujo que sirve como el mapa ordenador de un equipo.
En algunas de las pocas entrevistas que concedió después de Rusia 2018, Beccacece dejó entrever que para saber y entender más de fútbol necesita saber y entender más de otras vivencias y actividades que están al margen del fútbol. No se equivoca. ¿Cuáles son esas vivencias y actividades? Todas, aunque a modo de protección declare que no cultiva adhesiones políticas partidarias porque descree de los fanatismos. Aunque el término fanático, siempre bastardeado, está sujeto a la subjetividad de cada uno.
Sin embargo, en la nota que le dio a El Gráfico en diciembre de 2016, manifiesta una aprobación muy explícita a esa imbatible bandera de la revolución que fue y es el Che Guevara: “Siempre me movilizó lo que hizo el Che. No sé si porque es de Rosario, pero fue una persona que tenía convicciones y que defendió una forma de equilibrio social. Me gusta el grado de sensibilidad que él tenía y que defendiera lo que él creía que era justo”.
Estas palabras de Beccacece sobre la presencia simbólica y real de Guevara no lo hacen mejor o peor técnico de fútbol. Pero quizás revelen aquello que mencionamos antes respecto a una mirada que intenta ser un poquito más amplia y más generosa en algunos contenidos. No planteamos que es un pensador que ancló en el fútbol. Planteamos que parece perseguir algunas inquietudes (incluso como lector) no muy habituales ni extendidas en la aldea del fútbol.
Suele argumentar que su método no neutraliza ni el talento ni la imaginación de los jugadores. Que él da herramientas. Y después, son los intérpretes los que tienen que sumarle el valor agregado. Nada que no sepamos. Un entrenador da más o menos herramientas. Abre pequeñas ventanitas o grandes ventanales. En definitiva, puede promover el conocimiento sin autoritarismos, vanidades ni vedetismos, sensibles a las sociedades exhibicionistas.
No es Beccacece rehén de un sistema. El sistema lo impone a partir de las características de las individualidades que integran el plantel que conduce. Esto es lo que sostiene en público y en privado. ¿Qué va a pretender de Independiente? Que el equipo no duerma los partidos, como lo venía haciendo. Que tome la iniciativa. Que encuentre su propio ritmo de local y de visitante. Y que mantenga ese ritmo en zonas de recuperación, gestación y ataque, combinando velocidad y pausa sin demorar los tiempos de la entrega. El que los demora juega mal.
Es cierto, los técnicos tienen que seducir hablando. Y habla correctamente Beccacece. No es un elegido como el Flaco Menotti, Jorge Valdano o Pep Guardiola, como alquimistas de la palabra celebrada. Pero se maneja sin dejar flancos vulnerables, salvo cuando se acelera. En Defensa y Justicia, con menos presiones que en un club grande, es evidente que tuvo capacidades para convencer.
En Independiente va a necesitar como el agua replicar ese poder de convicción. El plantel que dejó Holan está muy golpeado. Tendrá que reparar las cicatrices, Becaccece. Cicatrices de todo tipo. Y sobre todo, proyectar una certeza: convertirse en el líder ideológico de un equipo que se respalde en el juego y en la armonía colectiva que incorpora a los jugadores, al cuerpo técnico y a los dirigentes. Sin esa armonía todo es efímero. Hasta una consagración como la Copa Sudamericana de 2017.
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