En algunas semanas, Andrés Iniesta dejará su lugar en el mundo que es el Barcelona para jugar después de Rusia 2018 en la liga de China durante tres temporadas. El fútbol inteligente y creativo de Iniesta marcó a fuego el estilo del juego circular que supo reivindicar el club catalán. Como un verdadero rey sin corona atrapó el brillo con austeridad. La fidelidad a un mandato cultural y los recuerdos que el viento no se llevó.

Para Juan Román Riquelme, Andrés iniesta hace varios años que es el mejor del mundo. Para el Flaco Menotti, también. En más de una oportunidad, Menotti planteó que es una pena que Iniesta no haya ganado la distinción que la revista francesa France Football y la FIFA supo otorgarle a Messi y a Cristiano Ronaldo, entre otros, como el mejor jugador del mundo durante una temporada. Aunque para el paladar futbolístico de Riquelme y Menotti, el crack del Barcelona que el 11 de mayo cumplirá 34 años, trasciende largamente la estatura de un premio, más allá de que ese premio lo consagre mediáticamente como el número uno.

Sin dudas, Iniesta expresa como muy pocos lo han expresado al rey sin corona. Al jugador total que le presta su talento al equipo, como por ejemplo lo hacía Johan Cruyff.

Ese concepto de “prestarle su talento al equipo” lo puso en consideración el entrenador Rinus Michels, artífice de aquella recordadísima selección holandesa que revolucionó el fútbol en el Mundial de 1974 en Alemania.

Iniesta, ya jugando sus últimos partidos en el Barça antes de efectivizar su arribo después de Rusia 2018 a la liga de China para actuar en el Chongquing (el mayor accionista es Jiang Lizhang, también propietario del Granada) durante tres temporadas por 100 millones de euros, quizás sintetiza la versión moderna del futbolista al que por encima de cualquier otro atributo o virtud lo distingue su inteligencia.

“Iniesta es muy bueno y tiene un gran recorrido. Pero Bochini fue un genio. Iniesta no lo es”, nos dijo Jorge Burruchaga hace un par de años. La interpretación muy respetable del media punta campeón del mundo en México 86 no invalida la dimensión extraordinaria de Iniesta y por otra parte pone en foco la impresionante lucidez del Bocha para ver e inventar la jugada perfecta.

En ese marco de la jugada tan artesanal como perfecta, antes Bochini y después Iniesta (sin olvidarnos de Riquelme, en un escalón inferior a ambos) se constituyeron en los propietarios intelectuales de un fútbol de autor.

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Un fútbol de marca registrada. Un fútbol despojado de cualquier influencia. Y de cualquier entrenador, por más capaz que haya sido.

La mirada periférica y la lectura estratégica de Iniesta lo convirtió apenas arrancó en la Primera del Barça en el 2002, en un auténtico rara avis. O en un outsider consagrado del fútbol mundial. Hacer fácil lo complejo, tocar y meter la pelota donde parece imposible encontrar el espacio, caminar la cancha y estar siempre donde la jugada demanda que hay que estar, ser un socio eventual del que traslada o juega a un toque y elaborar con elegancia, claridad y precisión la maniobra que anuncia el gol propio o el de un compañero, siempre fue una obra que no admitió comparaciones.

Andrés Iniesta

Es cierto, le faltó carisma. Le faltó onda. O swing, afirmaría el Loco Gatti. Bajito, peladito, blanco como la nieve, nada afecto al show ni al revoleo indiscriminado de camisetas, austero en su lenguaje, poco expresivo. Pero ese hombre que nunca tuvo aspecto ni pinta de jugador se construyó como un jugadorazo que no acepta imitaciones.

De aquel Bochini a este Iniesta sí que existe un tejido invisible y armónico que los une. El talento de la geometría y arte futbolístico los encuentra en una misma cancha. Los hace participar del tiempo y del espacio que ellos siguieron descubriendo para tocar y armar. Los tiempos exactos y quirúrgicos de la entrega. Los misterios del espacio que siempre está si alguien lo genera y lo adivina. De esa alquimia formidable salieron ellos.

¿De quién se nutrió Bochini? ¿De quién se nutrió Iniesta? Sería lo mismo que preguntarse, ¿de quién se nutrió ese monstruo del fútbol que fue Garrincha?

Ellos interpelaron la realidad que les tocó vivir. Y eligieron ser fieles a su propio mandato cultural. Hoy, Iniesta, todavía con chapa y resto para bancar las aspiraciones de España en el Mundial, continúa representando al biotipo del jugador totalmente distante del hombre entregado a la máquina. Del hombre que industrializa el fútbol. Del tecnócrata con aires ilustrados que no tiene, pero que se conmueve con el registro del GPS.

No está ahí Iniesta. Está en otro lado. Por eso juega como juega. Y trae recuerdos que el viento no se llevó.

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