Volvió a caer el jugador de Racing en la telaraña de los episodios que lo exponen y lo quiebran, después de la rutina punitivista a la que lo sometió Racing con una sanción por tiempo indeterminado y despojada de cualquier tipo de contención.

Ricardo Centurión nunca tuvo ni tiene el nivel futbolístico que alumbraron René Houseman y el Burrito Ortega, por citar a dos jugadores de ataque sensibles a distintas indisciplinas y adicciones.

Centurión es un buen punta. O muy bueno según los gustos. Y paremos ahí. Calificarlo como un auténtico crack en virtud de ciertas habilidades reconocidas que mostró en Racing y Boca, forma parte de las habituales sobrevaloraciones que el ambiente del fútbol argentino fue naturalizando para provocar un impacto en las audiencias.

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Hoy, el jugador cuyo pase pertenece a Racing, se transformó en un blanco fijo. El nuevo incidente con pelea incluida que protagonizó el jueves de la semana pasada con un juvenil de la reserva de la Academia (Juan José Cáceres de 18 años), volvió a reinstalar su figura en el centro del debate extradeportivo.

¿Qué hay que hacer con Centurión? La pregunta puesta en foco tiene un contenido reaccionario extremo que se presta a respuestas discriminatorias, violentas y segregacionistas. La institucionalidad de Racing se lo quiere sacar de encima sin pagar costos, aunque no deja de mirar el capital monetario que perdería si decide dejarlo en libertad de acción.

Esta lectura que ve a Centurión más como un objeto de consumo cotizado en millones de dólares que como un hombre en estado de emergencia, expone las miserias y crueldades que el sistema celebra y reivindica.

Centurión no deja de ser una víctima entre tantas otras víctimas que corren suerte diversa. Quizás la gran diferencia es que él emergió a la superficie a favor de jugar bien al fútbol. “Soy el peor en lo que mejor hago y por este don he sido bendecido”, podría afirmar el joven que nació hace 26 años en Villa Corina, reinterpretando aquello que confesó Kurt Cobaín (líder de la banda grunge Nirvana, quien se suicidó el 5 de abril del 94) en aquella poesía musical desgarrada que el rock alternativo conoció como Smells like teen spirit. Claro que Centurión igual sigue siendo una víctima que no sabe como salir del túnel al que seguramente hace muchos años ingresó.

Los distintos y variados episodios en los que queda a merced de todas las críticas y agravios, lo reconvierten en un rehén de su propio desconcierto. Un rehén arrinconado por las circunstancias. Y en el medio de un desamparo virtual siempre intransferible, la soledad urgente más allá de las compañías eventuales. La soledad en la que Racing lo sumergió desde el mismo momento en que luego del empujón que le propinó a Eduardo Coudet en el Monumental, lo separó del plantel y lo dejó afuera de cualquier tipo de contención simbólica y real.

Plantear que es una sorpresa como un club deja a la intemperie a un jugador más joven o más experimentado, revela la dimensión de la mentira. La verdad es que no sorprende a nadie la actitud de Racing con Centurión. Es la actitud extendida en todos los escenarios de las sociedades modernas, vinculadas de manera directa a usar y tirar sin que importen las consecuencias.

Le pasó a Maradona después que quedara en evidencia su adicción a la cocaína, cuando en Italia saltó el doping el 17 de marzo de 1991, en ocasión del partido entre Napoli-Bari. A partir de ahí, ese secreto que en verdad nunca fue un secreto, Diego fue entregado a la jaula de los leones que están en todos los territorios. El, concluida la sanción, siguió jugando. Otros doping le cayeron encima. Otros regresos legitimaron su condición de futbolista único y consagrado al mito.

Centurión, como antes Houseman y el Burrito Ortega, entre otros (imposible olvidarnos del Loco Corbatta y de Garrincha), es un emergente de causas no deseadas e imperfectas. Decir que es culpable y responsable absoluto de la situación que vive, es también perder de vista la naturaleza de todo el paisaje. De su paisaje.

La realidad es que a un tipo vulnerable como Centurión, Racing lo abandonó. Quizás una metáfora de otros abandonos a gran escala.

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