Los técnicos y los jugadores suelen vender fidelidades y sentimientos que en realidad no son tales, como lo revelan muchísimos ejemplos en el fútbol nacional e internacional, que terminan siendo episodios muy ingratos para los hinchas y que sólo se explican en función de las ofertas económicas

Después de tirar la pelota afuera haciéndose el desentendido, como si le estuvieran hablando de la inminente invasión de platos voladores, Eduardo Coudet finalmente abandonará Racing en diciembre de este año, rompiendo el contrato que lo liga al club de Avellaneda hasta el 30 de junio de 2020.

¿Por qué se va Coudet al Inter de Porto Alegre? Por desgaste y por plata. ¿Está mal? No. Pero esta realidad los protagonistas la ocultan para no quedar mal parados frente a los hinchas, a los que suelen destinar frases y gestos sobrecargados de demagogia y oportunismo tribunero. En Inter recibirá un sueldo mensual de 170.000 dólares, mientras que en Racing gana la mitad.

El problema medular es que los hinchas creen demasiado. Ponen en un altar a jugadores y técnicos quizás esperando una devolución sentimental que nunca va a llegar. Porque son totalmente distintas las expectativas. En este punto no hay amores correspondidos. No existe esa figura en el fútbol actual, salvo excepciones clamorosas que viajan a contramano de tendencias irrefutables.

Si existiera esa figura del amor correspondido, por ejemplo, Sergio Agüero ya habría manifestado en alguna oportunidad su deseo real y concreto de regresar a Independiente después de jugar poco más de trece temporadas en Europa, contemplando que con 18 años recién cumplidos fue transferido al Atlético Madrid en junio de 2006. Mientras el Kun Agüero tenga altos rendimientos y sea bien considerado en el Viejo Continente, no va a volver a Independiente. Diferente sería su decisión si encontrara severas dificultades para ser titular en un club europeo de primera o segunda línea y entonces pensaría que regresar a la Argentina es una buena opción para prolongar su carrera.

El caso de Agüero encierra muchísimos casos similares o parecidos. Por citar uno: Carlos Tevez se va de Boca y vuelve a Boca, como lo hizo luego de su frustrante experiencia en China, en función de sus conveniencias. Y no en función de las necesidades de Boca, aunque hable como si a cada paso estuviera ofreciendo su corazón a la comunidad xeneize.

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O el caso del Pity Martínez, desesperado por irse a jugar al Atlanta United de Estados Unidos, después de consagrarse campeón con River de la Copa Libertadores 2018, cuando su perfil por aquellos días casi se resignificó en un poster a partir del decisivo 3-1 a Boca en Madrid. O el desagradable episodio del inefable Mauro Zárate, idolatrado en Vélez hasta que partió a Boca sin interpretar ninguna circunstancia, dejando un tendal de heridas, descalificaciones y rencores recíprocos.

En la relación asimétrica entre hinchas y jugadores y técnicos, el hincha en este fútbol superprofesionalizado adquiere la importancia de un decorado. Nadie lo contempla. Ni los dirigentes, ni los jugadores, ni los entrenadores, ni la prensa. Es un decorado que sirve como una postal inmóvil sin voz ni influencia. Que tiene que dar todo sin pedir nada, como si fueran esclavos modernos de las sociedades contemporáneas.

Cuando hablamos de pedir nos referimos a niveles de exigencia. No de apremios ilegales por parte de las barras. Pedir que no les mientan. Que no los usen para legitimar conductas. Que no los ilusionen con promesas imposibles de satisfacer. Que no les vendan pasiones desatadas por una camiseta que de la noche a la mañana se transforman en pasiones desatadas por otra camiseta. Que no los tomen como ganado para llenar los espacios.

Esa subordinación de lxs hinchas a contenidos falsos que jugadores y técnicos promueven con una frecuencia que nadie podría negar, también son producto de la subestimación. Y de las reglas de juego naturalizadas por el ambiente que repite de manera incansable que los jugadores y los técnicos son profesionales y que tienen que ir donde les pagan más, sin detenerse en ningún contexto. La realidad es que todxs somos profesionales en las articulaciones del trabajo. Más o menos calificadxs en la labor que realizamos. Y mejores o peores pagos según las relaciones de fuerza y el clima de época.

La caracterización de profesionales que el ambiente les endosa a los protagonistas parece una especie de salvoconducto para liberar mentiras organizadas. Para engañar a lxs hinchas. Para vulnerar inocencias e ignorancias muy extendidas. Para gambetear las fidelidades que ayer nomás pudieron expresarse en escenarios públicos.

El Chacho Coudet abandona Racing en búsqueda de un horizonte mejor remunerado. Sería bueno que en la despedida no apele a la rutina del sentimiento herido ni a las emociones contradictorias. No hace falta. Todo queda a la vista.

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