River no puede con sus propios fantasmas. Es su propio enemigo y sus debilidades, en especial con las distracciones defensivas, acabaron manchando la jornada frente al equipo más flojo del torneo. Cuesta, entonces, elogiar algunas cuestiones que se vieron y que no se veían hace rato desde lo futbolístico si al final de la cuenta en una llegada Chacarita se lo acabó empatando. La Superliga es un fiasco para el Millo. Y lo sigue castigando y alejando de la zona de copas, que es lo que tanto necesita River. Otra fecha sin ganar en el 2018 donde ya se jugaron siete partidos y apenas ganó uno sólo. Preocupante.
Lo bueno fue muy bueno y le sirvió para lograr una ventaja que debió ser más abultada. Un penal que no le cobraron al arranque, otro que sí le sancionaron y que generó la ventaja parecía encaminar la historia de la levantada que se había notado en Brasil. Desde la presión alta, con varios cortes y robos en zona ofensiva, con buena circulación desde Nacho Fernández -de lo mejor del equipo- y con Pratto haciendo movimientos muy inteligentes, el equipo de Gallardo dejaba sensaciones de paso adelante.
Pero siempre hay un pero. Y en la primera jugada en la que a River lo atacaron la fue a buscar adentro. Las distracciones habituales y los goles en contra son casi una consecuencia que no perdonan. River está con ese karma en que le llegan y le convierten. Scocco fue a buscar una bola que se iba al lateral y se tiró para salvarla en ataque, pero no sólo falló, sino que acabó dándole un pase de ataque a Chaca y que siguió con Pinola chocando con Martínez Quarta y con el gol en contra.
Luego tuvo que remar contra el tiempo, con sus propias imprecisiones, con esos fantasmas que casi lo hacen perder con un gol que falló de manera increíble Matías Rodríguez, y con los goles que se fueron errando mientras todo se desdibujaba. River sigue empantanado en los barros que se genera por no poder tener una identidad de juego y por que ni lo bueno le alcanza para estar a la altura de lo que tiene.
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