Como su padre y su abuelo, Carlos Pometti continuo la tradición de conducir una calesita porteña, y lo hace en una plaza de Villa Del Parque. Desde allí, se acerca a la magia que produce en todos los chicos el tradicional carrousel

La presencia de las calesitas en la Argentina es uno de los clásicos que hicieron las delicias de los “locos bajitos” de muchas generaciones. Pero particularmente en la ciudad de Buenos Aires conformaron una tradición que se extiende hasta nuestros días. De hecho, hoy hay más de 50 en distintas plazas de la Capital, y llegó a haber en su mejor momento un centenar.

La primera calesita argentina se instaló entre 1867 y 1870 en el antiguo barrio del Parque, que quedaba entre lo que hoy es el Teatro Colón y el Palacio de Tribunales, donde se encuentra actualmente la Plaza Lavalle.

También forma parte de esa tradición que en muchos casos el conducir o estar a cargo de una calesita haya sido un oficio que se fue transmitiendo por varias generaciones. Y uno de estos casos emblemáticos es el de la familia Pometti, que desde hace tres generaciones está unida a esta magia que representa para los chicos el rito de ir a una plaza, disfrutar de la calesita y de paso ligar la yapa de la sortija y acceder a “una vueltita más”, como solía cantar Alberto Cortez.

Nacido a pocas cuadras de la plaza Aristóbulo Del Valle, en pleno Villa Del Parque, Carlos Pometti (57) sin dudas tiene un gran arraigo en ese barrio. Su historia tiene puntos en común con otras, en cuanto a la herencia de ser el sueño de ese carrusel de sueños que les abre la puerta a la fantasía de los chicos por un rato.

Casado, con dos hijos que también heredaron su oficio, señala que “esta es una actividad muy linda, creo que somos privilegiados, ya que aunque no es un gran negocio es un gusto ver a los pibes y los padres contentos cuando vienen acá a comprar sus boletos, y no se compara a otros trabajos donde el stress y el apuro es lo habitual”.

Cuenta que la plaza Aristóbulo Del Valle, que ocupa una zona comercial pero tranquila enmarcada en las calles Marcos Sastre, Cuenca, Campana y Baigorria, es un pulmón ideal para la familia y la gente del barrio. Y comenta que “aquí estamos desde 1978, cuando yo tenía 18 años y empecé en esto. Mi papá, Pedro, tenía una vieja calesita que aún existe en el barrio de Pompeya, frente a la Iglesia, que es una de las más viejas junto a una de Devoto”.

Relata que “si bien mi viejo se fue hace 20 años, la de Pompeya la manejamos junto a mi hermano, yo voy los fines de semana, y aquí se queda mi señora, asi que es una empresa bien familiar”.

Para Carlos, “es una actividad especial, aunque solo signifique un medio de vida. Y creo que lo más valioso es que, pese a la tecnología y las máquinas que hay hoy, todavía los chicos no renuncian a este espacio mágico de subirse a un autito o a un animal, y dar sus vueltas mientras suena alguna música que los engancha con la situación”.

Carlos remarca que “mi papá llegó a esta plaza a fines de los 70, cuando ganó una licitación, y pensó en mí para que me hiciera cargo. Y desde mis 18 años me asomé a este mundo y nunca lo dejé”, y comenta que “mi abuelo, un tano que vino del sur de Italia, en realidad se transformó en calesitero para ayudar a mi papá, ya que aportó dinero para la compra de la de Pompeya”

Uno de los cambios de hábito que señala Carlos es que “antes los pìbes venían hasta los 11 o 12 años, ahora vienen de más bebés, siempre con los padres claro, que pueden acompañarlos en la calesita gratis, y como mucho, vienen hasta los 10 años, es como que les da vergüenza, sin dudas los tiempos cambiaron”, y señala que “durante la semana esto es más tranquilo, pero el sábado y domingo se llena, no damos abasto”.

La sortija, ese objeto de deseo de todos los chicos

Desde su creación, en 2007, la Asociación Argentina de Calesiteros y Afines agrupa a todas las calesitas del país. Como la actividad fue declarada Patrimonio Cultural, la entidad tiene personería jurídica, y desde 2008 su secretario general es Carlos Pometti, ya que es un referente del sector.

CARLOS HISTRIA DE VIDA 2

Como secretario, Pometti se ocupa de muy distintos temas. Destaca que “hay mucho por hacer, ya que actualmente, en la Capital hay 54 calesitas, y llegaron a existir más de 100, pero algunas fueron desplazadas al comprarse los terrenos en los que estaban, y debieron reubicarse o desaparecer”.

Señala que “algunos días también me ocupo de ir a un taller cercano, porque siempre se requieren arreglos o reparaciones” y agrega que “en la Asociación ahora estamos organizando el evento del cumpleaños 80 de la calesita de Villa Devoto, que junto a la de Pompeya es de las más viejas, y en general nos juntamos una o dos veces por mes, a veces colaboramos con los colegas o proponemos mejoras en la actividad”.

Carlos indica que un elemento singular en las calesitas del país es la sortija, y comenta que “es un invento argentino, surgió cuando se mezcló la costumbre con lo de los gauchos y las carreras de sortijas, y se transformó en un condimento extra muy requerido por los chicos”.

Siendo calesitero de alma, Carlos no descansa ni en vacaciones. Por eso, cuenta que “tenemos una calesita en Costa del Este, hace 20 años, la levantamos en un terreno baldío, y todos los veranos nos vamos allá con la familia, y tenemos bastante concurrencia por suerte”.

La tarde que estuvo Diego

La calesita de la plaza Aristóbulo del Valle está ubicada justo enfrente de una entidad que fue un semillero de grandes futbolistas: el Club Parque. En ese sentido, Carlos Pometti rescata varios nombres de figuras trascendentes en el nivel nacional e internacional.

Entre las anécdotas que recuerda, Carlos dice que “en esta calesita le hicieron una nota al Cuchu Cambiasso, porque los abuelos vivían enfrente, y su familia fue la que donó el terreno para crear esta plaza”.

También señala a habitués famosos que pasaron por el lugar, como Tevez, Riquelme, los hermanos Batista, Coloccini, Placente y La Paglia, y destaca que “aquí venía a pasear Roberto Mouzo, y Gerónimo Cacho Saccardi venía a la plaza a leer el diario”, y hasta Claudia Maradona traía aquí a sus dos nenas, Dalma y Giannina.

Pero si hubo una asignatura que le quedó pendiente a Carlos, esa fue que una tarde de verano, cuando él no estaba, justo llegó Diego Maradona que traía a los hijos de su hermano Lalo.

“Me dejó su firma con dedicatoria en una pared de la boletería, pero un imprudente al pintarla un día me la borró. ¡Lo queria matar!”. Y cuenta que ese día “la plaza se llenó de gente por la presencia de Diego”.

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