Un equipo científico integrado por investigadores de las universidades de Sapienza y Tel Aviv realizó un estudio en una cueva ubicada en Qesem, al este de Tel Aviv, en Israel, donde concluyeron que sus habitantes desarrollaron hace 300.000 años la capacidad de utilizar las cenizas de las hogueras para retrasar el deterioro de alimentos vegetales y piezas de caza.
A través de esta sorpresiva metodología de preservación, los alimentos que no eran consumidos inmediatamente podían conservarse durante semanas o incluso meses, debido a que las cenizas aletargaban significativamente la descomposición.
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En esta misma línea, la técnica permitía mantener a distancia a los insectos -evitando su contaminación- y eliminar los malos olores.
Si bien aquellos habitantes de la cueva sigue siendo un misterio para los investigadores, se cree que tras analizar unos pocos dientes hallados en el lugar, serían descendientes de Homo erectus.
Tanto las piezas dentales, como otros artefactos encontrados en la cueva (estudiados durante más 2 décadas) permitieron a los científicos concluir que los pobladores tenían un nivel avanzado de organización, un concepto elaborado de tiempo y estaciones, así como la capacidad de aprovechar al máximo el área que los rodeaba.