Nacido en Barracas, Marino Santa María eligió para expresarse un arte alejado de las galerías y cercano a la calle. Por eso, sus pinturas en la fachada de las casas del pasaje Lanín se convirtieron en una experiencia única en el mundo.

A pocas cuadras de la zona más céntrica del barrio de Barracas, en Montes de Oca y Suárez, existe un pequeño paraíso de colores que invita a recorrerlo y sumergirse en un ámbito alejado del stress y los bocinazos: son las tres cuadras que recorre el Pasaje Lanín, bordeando el paredón que da a las vías del tren Roca.

El Pasaje Lanín es un lugar que fue declarado patrimonio cultural de la Ciudad, porque allí, el pintor y mosaiquista Marino Santa María les dio forma, color y fantasía a las fachadas de 40 casas bajas, y por eso ese trayecto no solo es una atracción para los porteños sino también para los turistas que se aventuran por esa zona no tan frecuentada en los circuitos y las giras habituales.

Hijo del pintor y escultor Marino Pérsico, que fue el primer ceramista argentino, Marino Santa María (67 años) adoptó el apellido materno para no confundirlo con el de su padre, y asegura en tono de broma que “continué la vocación de mi padre y también quedé bien con mi Edipo”.

En charla con Historias de Vida, Marino comenta que “desde chico me interesó el arte, y solía acompañar a mi viejo a las exposiciones, además, esta casa chorizo donde vivo- en Pasaje Lanín 33 - era un taller donde venían muchos artistas, y hasta Andrés Muñoz, el biógrafo de Quinquela Martín, a quien tuve la dicha de conocer”.

Pese a sus escarceos adolescentes con la arquitectura, finalmente Marino se inclinó por estudiar Bellas Artes, y se recibió en la escuela Manuel Belgrano. Señala que “por aquellos primeros años me dediqué a la docencia de Artes Plásticas, y obtuve el Premio Nacional de Jóvenes del Salón Nacional”.

Santa María cumplió un papel importante en lo institucional en los ‘90, cuando mientras estaba como rector en la escuela de arte Prilidiano Pueyrredón lo convocaron para la creación del IUNA (Instituto Universitario Nacional de las Artes), que hoy es una universidad UNA, y que cuenta con más de 10 mil alumnos.

Apenas comenzado el siglo XXI, Marino sintió que debía comunicar su arte de una manera diferente a la del circuito habitual de exposiciones. “Quería llegar más directamente a la gente, cambiar el modo de comunicar lo que expresaba. Una vez, viendo la proyección en una pared de una empresa de automotores, me surgió una idea de hacer algo callejero”.

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Entonces surgió lo de pintar las fachadas de las casas vecinas, con la consulta previa a los vecinos, (“todos aceptaron, y además, me dejaron pintar lo que quisiera”) y paso a paso, empezando por su propia casa, que en el frente contiene el taller donde trabaja y dicta sus cursos, Santa María le dio color a esas 40 casas, en un trabajo que insumió muchas horas y el trabajo junto a 20 ayudantes, con el apoyo de firmas de pintura y empresas de la zona, más algún aporte oficial.

Esta obra se inauguró en 2001, y remarca que “uno de quienes más me apoyó fue mi colega Pérez Celis. La primera etapa fue con pintura, y el estilo no era figurativo sino abstracto, con líneas, curvas, y formas libres, y cada fachada es diferente a la otra en motivos y colores”.

Luego, con la ayuda de Casa FOA, que se instaló cerca, Marino empezó a hacer las fachadas con mosaicos, y la idea es completarlas todas con este material, además de concluir con las casas que falta decorar” y asegura que “este es el único ejemplo en el mundo de un trabajo de estas características, lo más parecido lo hizo Quinquela pero en la parte de atrás de las casas, él pintó toda la Boca e influenció a todos, pero esto es único”.

Su arte también en el subte

Dos estaciones de subte porteña están decoradas con obras de distintas características realizadas por Santa María: por un lado en la estación de Las Heras y Pueyrredón las paredes y los techos fueron pintadas por él con formas y colores de distinta expresividad, y sumergen al viajero en una atmósfera de arte. En tanto, en la estación Plaza Italia de la línea D, ocho columnas con sus capiteles muestran casi insinuados algunos rostros de animales - en alusión al Zoológico vecino, que ahora ya casi no existe- y las plantas respectivas que cada uno de ellos consumían.

Por otra parte, su corazón boquense hizo que contribuyera a hacer una obra para el Museo de Boca, creado cuando el club cumplió 100 años, que era una pirámide con los colores del club, y una estrella simbolizando el centenario”.

Marino Pintor Walter Papasodaro (2).JPG

Marino suele armar galerías al aire libre, sobre el paredón cercano al pasaje Lanín, con instalaciones, espejos y cuadros, a la manera de una muestra de arte público, y su deseo a futuro es “lograr hacer una programación continúa de arte en el paredón, y darle iluminación a la fachada de las casas”.

Un homenaje especial a Carlos Gardel en Abasto

Más allá de la original obra que le dio color y vida a un pasaje de la Capital, Marino Santa María ha dedicado gran parte de su trayectoria a crear distintas obras en lugares diferentes de Buenos Aires y hasta del conurbano.

Una de sus pinturas más emblemáticas está en pleno Abasto, en los 100 metros del pasaje Zelaya, que se convirtió en un polo cultural muy singular. A lo largo de toda una cuadra, en la pared, Marino hizo su homenaje a- quién si no en esta zona- Carlos Gardel, pero con una concepción muy especial.

Señala que “Gardel se crió acá, pero triunfó en Estados Unidos, por eso imaginé un Gardel más “pop”, con su rostro y típica sonrisa, pero más cosmopolita, y su cara se repite con el fondo de partituras de algunos de sus tangos”, y comenta que “hice varias réplicas en tela de esta obra, y vendí cerca de 50”.

Aunque se niega a ser definido como muralista, Marino destaca que muchos lugares porteños tomaron color con su obra, desde un mural en la sede de la emisora de radio de las Madres de Plaza de Mayo hasta la UNTREF (Universidad de Tres de Febrero) y obras para gremios como el SUTERH y Gastronómicos, o la gran decoración del hospital Británico con mosaicos.

Santa María también organiza talleres para chicos con capacidades diferentes, y en ese marco realizó junto a sus alumnos un mural en la escuela Nuevo Día. Y comenta orgulloso que “el pasaje Lanín es sitio obligado de paseo durante la Noche de los Museos desde hace ocho años”.

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