Cada 4 de diciembre se cumple un nuevo aniversario de cuando desencarnara Francisco “Pancho” Sierra, a quienes sus seguidores dieron en llamar "El Doctor del Agua Fría". Fue un acaudalado estanciero que trabajó por los más pobres y cuyo culto sigue vigente.

Cada 4 de diciembre se cumple un nuevo aniversario de cuando desencarnara Francisco “Pancho” Sierra, hecho ocurrido en 1891 en el grande pero austero dormitorio de su estancia, llamada "El Porvenir", situada en las afueras de Pergamino, plena llanura bonaerense.

Desde entonces, cada año, sobre todo en esta fecha, pero también cada fin de semana, hombres, mujeres y familias enteras, llegados desde las más diversas regiones –incluyendo Uruguay, Brasil y Paraguay– se dan cita en el cementerio del pueblo de Salto Argentino donde descansan los restos mortales de quien sus seguidores decidieron llamar “El Doctor del Agua Fría.”

Sin redes sociales, sin promoción de ningún tipo en los medios masivos de comunicación, la presencia de Pancho Sierra continúa vigente. Se transmite “a la vieja usanza” de boca en boca; por comentarios de padres a hijos y de abuelos a nietos.

Un “paragnosta”

Hay sitios de veneración a este a quién también se lo conoce como “El Resero del Infinito” en diferentes lugares de la Argentina, Uruguay, México, España y otros países. Su culto se fue extendiendo sólo a través de la difusión realizada por personas agradecidas que afirman haber sido ayudadas milagrosamente y desde el Más Allá por este hombre a quien los parapsicólogos no dudamos en denominar “paragnosta”; o sea aquel que tiene sus facultades extrasensoriales y psikinéticas tan desarrolladas que puede usarlas prácticamente a voluntad. Algo bastante poco frecuente, por cierto.

En tiempos usuales, miles de promesantes, portando claveles rojos y blancos se agolpan en torno al monumento edificado sobre aquella venerada tumba, debajo del cual y herméticamente cerrado para evitar desmanes provocados por seguidores fanáticos, está el féretro.

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El ritual que los seguidores llevan a cabo es bien simple; surgido hace más de medio siglo. Se trata de agradecer favores recibidos o pedir nuevos, arrojando las flores traídas y quitando alguna sólo una– de las que fueran dejadas por otros.

Esta flor debe ser llevada al hogar, guardada allí y mantenida a buen resguardo aún cuando ya se encuentre totalmente seca. De alguna manera oficia de talismán protector.

Alrededor de la tumba, así como en el perímetro del cementerio, en especial en una de las calles laterales que lleva, precisamente, el nombre de Pancho Sierra y donde se alza una enorme estatua con su figura, sanadores populares, espiritistas y seguidores del santón suelen reunirse a efectos de brindar bendiciones y hacer curaciones esotéricas a todos aquellos que así lo piden.

Don Francisco Sierra, el acaudalado hacendado nacido el 21 de abril de 1831, sigue presente en la memoria de, cada vez, mayor número de personas. ¿Por qué sucede esto? Pues a juzgar por los innumerables y coincidentes relatos existentes, Sierra vivió como correspondía a su condición social hasta cumplidos sus treinta años de edad. Unos meses en la estancia El Porvenir –de la que, en verdad, se encargaban sus tías– y el resto del año en Buenos Aires haciendo algunos negocios y divirtiéndose mucho.

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Una historia de amor con final trágico que cambió su vida

Lo cual cambió repentinamente cuando Francisco se enamoró intensamente de Nemesia, una criada huérfana que trabajaba en sus tierras y sobre la cual nunca antes había reparado. Encontrando esta relación inconveniente en absoluto, las tías dispusieron la partida de la muchacha hacia una finca en la provincia de Córdoba, sin dar aviso a su sobrino.

El fin fue trágico. Sierra, al enterarse, partió en busca del único amor de su vida. Pero al llegar a la provincia mediterránea sólo pudo poner flores sobre la tumba de Nemesia quien había muerto misteriosamente.

La vida del estanciero se transformó de inmediato. Regresó a El Porvenir y echó a sus tías. Por meses, de día permaneció oculto en un altillo del que sólo bajaba en las noches. Dejó que tanto sus cabellos lacios y blancos, como su barba del mismo tono, crecieran largamente generando un rostro sin igual en el que contrastaban los ojos celeste claros.

En ese lapso Pancho Sierra –como comenzó a llamársele popularmente– desarrolló facultades parapsicológicas extrasensoriales: clarividencia, telepatía y precognición. También capacidades curativas mediante un ritual con agua fría extraída del pozo principal de su campo. Así nació "El Doctor del Agua Fría" aunque también recibió otros apodos llenos de cariño como "El Resero del Infinito"

Sierra siguió, hasta su muerte, ocupando la mayor parte de cada jornada en atender a los pobres, a los enfermos, a los angustiados, a quienes habían perdido toda esperanza. Su labor comenzaba al amanecer, momento en que ya había decenas de personas –llegadas a pié, a caballo o en carruaje– aguardando a que empezara con sus oraciones y la liturgia del agua extraída del pozo.

El encuentro con "La Madre María"

Así conoció a quien, años después, sería conocida como "La Madre María", mujer que recurrió al santón en dos oportunidades. En la última "El Doctor del Agua Fría" le vaticinó: "No tendrás hijos de tu carne, pero tendrás miles de hijos del espíritu";.

En aquel momento, la señora María Loredo de Subiza, dama de la alta sociedad porteña, no entendió a qué se refería.

Fallecido Sierra sus creyentes siguieron recordándolo e invocando su ayuda. Lo que no ha disminuido hasta la fecha. Como lo evidencian los peregrinos que continúan peregrinando a esa tumba venerada, que se encuentra en el cementerio de Salto Argentino, provincia de Buenos Aires.

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, filósofo y escritor. Autor de la biografía “Pancho Sierra, el Resero del Infinito” y de “La Madre María, biografía de una mujer extraordinaria”, ambos publicados por ediciones Grupo Argentinidad. e mail: [email protected]

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