Encargada durante más de 30 años del área de cocina de un importante estudio de grabación, Marta Solís alimentó a las más destacadas figuras del rock local, desde Spinetta hasta Charly, y cuenta cuáles eran sus platos favoritos.

Cuando se ganaba la vida trabajando en la cocina de una fábrica de empaque, al poco tiempo de llegar a Buenos Aires desde su Oberá natal, Marta Solís jamás pensó que su dedicación para tratar de preparar los mejores platos la llevaría a complacer los gustos de algunos de los más famosos músicos de rock del país.

Nacida en el calor misionero, hija de padre brasileño y madre alemana, casi el prototipo de los inmigrantes de aquella cálida zona del Litoral, Marta Solís se vino de adolescente a la Capital, a visitar a una tía, y en busca de un destino más promisorio. Aquí se casó y tuvo cuatro hijos (uno de ellos vive en Francia) que a su vez le dieron siete nietos, que son su “luz”, y vive desde hace más de cuarenta años en una austera pero acogedora casa baja en Parque Leloir.

Un día, una señora que le dejaba a su cuidado a sus hijos, le propuso reemplazarla en sus tareas, ya que se iba a tomar unas vacaciones. Marta dijo que sí, y esa fue la primera vez que llegó a los célebres estudios Del Cielito, sin saber del todo que allí grababan infinidad de grupos y solistas del rock nacional.

Así, al comienzo realizó tareas varias, pero al tiempo le pidieron si podía ocuparse de la cocina, y ella accedió con gusto, ya que era un tema que dominaba y lo hacía con ganas.

De repente, aunque Marta no era del “palo” del rock, percibió que muchos de los que se cruzaban con ella y le hacían algún pedido eran músicos famosos. Y sin más ni más podía recibir un pedido y llevárselo a unos tales Gustavo, Charly y Zeta, los Soda Stereo en pleno.

No tardó mucho tiempo en encariñarse con esos “chicos” tan especiales que se dirigían a ella con respeto y cariño, y finalmente se quedó en los estudios Del Cielito nada menos que 32 años, los que debió interrumpir por un problema de salud propio, y por un accidente que sufrió su marido, mayor de la Policía Federal.

Durante gran parte del tiempo, Marta trabajó bajo las órdenes de Gustavo Gauvry, el creador e impulsor de los estudios de grabación, que luego se los vendió a la Bersuit, quienes los manejaron durante más de 12 años, para finalmente quedar en manos de La Mancha de Rolando, época en que no pocas veces lo vio llegar y compartir ensayos al ex vicepresidente Amado Boudou, gran amigo de la banda de Manu Quieto.

Entre sus recuerdos, Marta evoca que “con los Soda estuve poco, pues al tiempo se fueron, pero tuve mucho trato con Los Piojos desde sus comienzos, les decíamos los Piojitos, eran muy jóvenes” y remarca que “allá por principios de los ‘90, cuando volvió Serú Girán, alquilaron durante tres meses los estudios y ensayaban de sol a sol”.

Fue por esa época que una de sus hijas le rogó a su mamá que la llevara a conocerlos. “Yo le pregunté a Gustavo, el dueño, y como no tuvo problemas, le dí ese gusto. Ella llegó a la sala, y estaba petrificada, pero enseguida los cuatro integrantes se acercaron, la saludaron con afecto y hasta le firmaron autógrafos, ella estaba emocionada por esta actitud”.

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Al destacar el ambiente de camaradería que habitualmente se vivía, Marta recuerda que Spinetta “era un flaco hermoso, con muy buena onda, era muy amigo de Gauvry, e incluso los chicos de ellos venían acá y jugaban juntos en la pileta”.

También acepta que antes de esa etapa conocía poco y nada del rock. “yo nunca fui de mucho escuchar, me gusta el tango y el vals y los ritmos regionales de mi tierra, algún chamamé, pero aprendí a valorar la música de rock a partir de mi trato humano con los músicos”.

Una larga lista de celebridades

Entre las anécdotas más graciosas que recuerda Marta es la que implica, no podía ser de otra manera, al gran violero que fue Pappo, que grabó allí un par de discos. Cuenta que “yo estaba ahí, un fin de semana que Gustavo se había ido afuera, y justo llega Pappo, al que yo no conocía, toca el timbre y cuando le abro me dice: “vengo a ver si me dejan hacer un asadito”.

“Entonces- evoca- , yo lo llamé a Gustavo, ya que él venía con toda una barra, le expliqué lo que pasaba, quién era, y me dijo: “dígale que está bien, que lo haga, pero que se porte bien. Y recuerdo un detalle insólito, ya que venía con un rollo de papel higiénico para hacer el fuego, y se fue para el fondo, donde estaba el asador”.

Aunque reconoce no ser muy memoriosa para los nombres, Marta recuerda haber cocinado para David Lebón, César Banana Pueyrredón, Miguel Cantilo, o grupos uruguayos, como No Te Va Gustar y La Vela Puerca. Agrega que una de las mimadas del dueño era Mercedes Sosa, “pero la traté poco ya que ella tenía más contacto con los directivos y no con el personal”.

Y les cocinó hasta a los Rolling Stones

Dúctil para complacer todos los paladares, Marta recuerda que algunos de los músicos eran vegetarianos y para ellos hacía comidas especiales. Asegura que “nunca fui cholula, pero con el único con quien conservo una foto es con el Indio (Solari). Me cayó siempre como una persona especial, muy amable, respetuoso, y le cociné durante 14 años”. Destaca que “todos los sábados le hacía su asado, al principio cuando ensayaba con los Redondos, y luego también, como él se mudó por esta zona siguió nuestro contacto, tanto con él como con su esposa Virginia” y comenta que “mi hija fue niñera de su hijo Bruno”.

Resalta que “mientras estaban con la banda, la que organizaba y decidía todo era la negra Poli, pero luego fue el mismo Indio, que siempre fue muy agradecido”. Afirma que el Indio Solari “alquilaba tres meses y tanto él como los músicos se quedaban a dormir acá”, y en materia de comida dice que “le encantaban los fideos amasados”. Entre sus “hitos”, Marta evoca que “una vez hice asado para 80 personas en una reunión, cociné para 20 grupos que vinieron de España, y también llegué a atender a los Rolling Stones una vez que vinieron a visitar el estudio”. Haciendo un culto de la discreción, Marta asegura que no se metía en asuntos internos, pero rescata la unión y familiaridad que había en la época de la Bersuit.

Señala que “eran muy unidos, porque traían a los padres, hijos y participaban de todo, incluso después que se fue Cordera”.

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