Desde hace más de 30 años, Norberto Medrano es un referente en el mundo de las antigüedades. Especialista en el tema, es titular de la Asociación de Anticuarios del emblemático barrio de San Telmo

Quienes recorren un barrio porteño emblemático como San Telmo no pueden dejar de sentir que de algún modo entran en un túnel del tiempo, y no solo porque el estilo de sus calles y su arquitectura ha sido bastante preservada, ya que fue uno de los primeros espacios ocupados cuando se iba conformando la ciudad, sino también por la gran cantidad de locales que exhiben verdaderos tesoros culturales, desde muebles y cuadros hasta jarrones, esculturas y joyas.

Siempre existió el oficio de quienes se preocuparon por preservar las antigüedades de distintas épocas, al punto que en Londres, hace más de dos siglos, se creó una de las primeras asociaciones de anticuarios. En la Argentina, ya desde comienzos del siglo XX se fueron generando entidades de protección y rescate de elementos antiguos, iniciativas que fueron multiplicándose en el tiempo.

Así fue que hace unos 15 años se formó la Asociación de Anticuarios de San Telmo, que unió a comerciantes coleccionistas de toda clase de antigüedades empeñados en defender la actividad y potenciarla con nuevas ideas. La entidad fue conducida en los primeros tiempos por Juan Carlos Maugeri, y ya en esta última década comenzó a presidir la asociación Norberto Medrano, un especialista y un apasionado por todo lo referente a la memoria histórica y cultural.

Aunque pronto a delegar su puesto en poco tiempo, Medrano (63), porteño, hincha de River, casado con Claudia, padre de Mariano, Eliana y Sabrina de su primera pareja, y padre del corazón de Jessica y Gabriel, se declara un entusiasta buscador e investigador de todo lo referente a tesoros antiguos de diferentes épocas.

Comenta sin embargo que “en realidad comencé en esto hacia 1984, cuando entré como encargado de una joyería y anticuario en Esmeralda al 600. Hasta entonces, había trabajado en otras actividades” y recuerda que “tal vez mi raíz en esto esté en la infancia, cuando me apasionaba la filatelia, sobre todo conseguir estampillas originales, que conseguía al despegarlas de cartas que llegaban a mis manos, aunque también las adquiría en negocios del centro si eran muy raras”.

Estudiante de derecho durante tres años, explica que “a fines de los ‘70 comencé a incursionar en el área ventas, tanto de autos y vinos como de publicidad, al punto que durante 5 años trabajé en la Editorial Clío, y era algo que me gustaba mucho”.

Pero por cuestiones del destino, llegó la oferta de trabajar un tiempo en la mencionada joyería del centro, y Norberto abrió una nueva puerta que no dejó hasta hoy. Cuenta que “estuve unos meses y volví a la publicidad, pero al año me ofrecieron trabajo permanente. Y encima al otro año me propusieron compartir la sociedad, y ya no me fui más de la actividad”.

Luego de algunos años, Norberto se instaló en San Telmo con un local en la calle Defensa que aún mantiene. Al mismo tiempo, es propietario de un local de joyería y de otro de antigüedades, ambos sobre Callao en plena Recoleta.

Y resalta que “desde hace mucho mi intención es crecer en este ámbito, es cierto que hoy no hay un gran movimiento comercial, pero siento que los anticuarios formamos parte de la preservación cultural del país, mostramos mucho de lo que es la arquitectura hacia adentro, la vida en las casas, y cómo se vivía, a través de lo que llega”.

También se preocupa por la actividad a futuro, ya que no comparte la sanción de una nueva Ley de Bienes Culturales, la 27522, que exige una serie de requisitos legales que ya están contemplados por el Estado, y que según expresa “solo ocasionarían intromisiones que perjudicarían mucho nuestra actividad”.

Verdaderos tesoros ocultos

Como frecuente viajero, Norberto Medrano conoció el negocio de los anticuarios tanto en Europa como en América Latina, y señala que “en otros países de este continente se valoriza mucho de lo que no hubo, ya que aquí tuvo preponderancia el arte colonial y hasta el precolombino, y por eso muchos turistas cuando vienen aquí se interesan por cosas que ellos no tuvieron en su historia”.

Medrano indica que “hay verdaderos tesoros ocultos en todo el país” define como los turistas más prácticos a la hora de adquirir algo a los estadounidenses, les gusta algo y te lo pagan ahí, en cambio el europeo, que conoce un poco más, se toma su tiempo”. Y rompe con el mito de que la compra de antigüedades sea inaccesible a los sectores más humildes, señalando que “hay muchas cosas que no valen fortunas y si a alguien le interesan, puede llegar a comprarlas, tanto en un local como por ejemplo en la feria de Dorrego”. Norberto fue uno de los impulsores de la Asociación de Anticuarios y afirma que “hicimos mucho por revalorizar todo lo que hay en ese barrio, desde los feriantes hasta los locales, y también logramos un acuerdo para que los manteros que durante un tiempo vendían en las calles tuvieran un lugar fijo donde comercializar sus cosas”.

La vajilla que perteneció a don Manuel Belgrano

A diferencia de lo que se puede pensar, ser anticuario no es sólo comprar y vender cosas viejas. Hay toda una preparación sobre los elementos que se adquieren y un estudio sobre el destino de esos bienes. Norberto señala que “no se puede hablar de un método único en esta actividad, porque tanto aquí como en el mundo, cada anticuario tiene una línea de preferencia con respecto a lo que les interesa coleccionar”.

Amplía que “algunos se especializan en bienes artísticos, desde cuadros, esculturas y libros antiguos, y otros en muebles, platería, vitrinas, mobiliarios, que no sólo fueron propiedad de argentinos sino que en muchos casos vinieron de otros países”.

Destaca que en su caso “siempre me atrajo la joyería, pero también los libros, las obras de arte, la numismática, los vitrales artísticos, la relojería de mesa o ciertos muebles que pertenecieron a familias tradicionales” aunque remarca que “nada es lineal, porque uno no sabe cuando entra alguien si te va a ofrecer algo diferente de lo que habitualmente tenés”.

Como curiosidad, entre los numerosos elementos que conserva en su patrimonio, Norberto tiene una mesa escritorio que perteneció al ex vicepresidente argentino Ramón Quijano y que le vendió su propio hijo, y también pasó por sus manos alguna vajilla que perteneció a Manuel Belgrano.

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