Cuando parecía segura la continuidad del republicano por cuatro años más en la Casa Blanca, la crisis sanitaria, que propició un drama económico sin precedentes, genera incertidumbre sobre las elecciones presidenciales en Estados Unidos

Apenas arrancaba febrero y Donald Trump era absuelto en el juicio político que se le había iniciado por los cargos de abuso de poder y obstrucción al Congreso. Eran momentos en los que su popularidad crecía, los números de la economía en el interior de Estados Unidos le favorecían y, con una oposición disgregada y en plena disputa interna para conseguir su propio candidato, se encaminaba, tranquilo, rumbo a la reelección presidencial en noviembre, lo que le permitía, incluso, hasta mofarse de sus rivales vía el arma predilecta: Twitter. Pero, menos de tres meses después, todo cambió, y la pandemia de Coronavirus abre incógnitas cada vez más grandes sobre su chance de mantenerse cuatro años más en la Casa Blanca.

Superado el millón de infectados, y con más de 50 mil muertos, EEUU se evidencia como el país que más padece la propagación de la enfermedad. Y a esa crisis sanitaria, que tiene su epicentro en Nueva York, el corazón financiero de Occidente, se le agrega, como corolario, el drama laboral, con el pedido de casi 30 millones de seguros de desempleo en un puñado de semanas; y el problemático contexto internacional, con una baja histórica en el precio del petróleo, que hace mella en las inversiones en el corto plazo. Así, el combo se presume difícil de sobrellevar, y hacen que una votación que se certificaba simple a favor del magnate inmobiliario, a seis meses de su desarrollo tengan un nivel de incertidumbre tal que pueda hacer cambiar de inquilino al Salón Oval.

El año había arrancado esquivo para el mandatario republicano, con el avance de su impeachment, debido a una supuesta investigación que le habría exigido a su par de Ucrania hacia el empresario Hunter Biden, con la pretensión de involucrarlo en una trama de corrupción, dado que es el hijo de Joe Biden, en ese momento uno de los candidatos del partido demócrata de cara a las elecciones presidenciales.

Esa puerta abrió la oposición para intentar minar la figura del neoyorquino, y así ganar terreno hacia la Casa Blanca. Sin embargo, la mayoría republicana en el Senado anuló cualquier oportunidad y de esa manera Trump se sintió más seguro que nunca para corroborar su poder en los sufragios venideros, conocedor de su núcleo duro en el seno de la sociedad estadounidense.

Pero sus planes se trastocaron con lo que él mismo denominó en varias ocasiones como "virus chino". El Coronavirus llegó al país e hizo estragos, multiplicando las muertes y colapsando el sistema sanitario en varios rincones.

Desde ese instante, a mediados de marzo, los errores del presidente se fueron sumando, y a cada intervención pública agregaba un condimento -muchas veces de la mano de las redes sociales- que lo perjudicaba más, desde aquel mote endilgandole la responsabilidad a China, en clara muestra de xenofobia, mientras atraviesa un conflicto comercial de envergadura con ese país; pasando por su pretensión de evitar a toda costa la opción de la cuarentena generalizada que aplicaron la mayoría de las naciones, lo que le valió encontronazos con muchos gobernadores, especialmente aquellos de rama demócrata como Andrew Cuomo, de Nueva York; hasta su último desliz, cuando en plena conferencia de prensa insinuó que era posible inyectar desinfectante a los pacientes para combatir la enfermedad, siendo rebatido en ese momento por los propios infectólogos, y que derivó, a las 24 horas, en una gran cantidad de consultas en emergencias médicas por parte de intoxicados que ingirieron productos de limpieza.

Esas fallas, en principio, lo sacaron de su campo predilecto, sus apariciones en escena con micrófono en mano y también las redes sociales, pues las críticas arreciaron. Y lo obligaron a centrarse en otras herramientas, entendiendo que el drama es considerable.

¿Qué sacó a relucir? La máquina de hacer billetes. Es que en dos paquetes siderales, uno de ellos el que se establece como el rescate más grande de la historia de un país, puso a disposición más de 3 billones de dólares, para intentar paliar los inconvenientes económicos que provoca la pandemia. Los números son contundentes: en poco más de un mes se perdieron 27 millones de empleos, en lo que se sentencia como la mayor crisis, superando ampliamente al crack de 1929. Por eso, y con la premisa de frenar una sangría que prevé alcanzar al 16 por ciento de la tasa de desempleo hacia fin de año, se inyecta dinero al por mayor.

Los beneficiados están en varios ítems, aunque entre los más importantes está el sector de la salud, que se vio superado por la emergencia; y también empresas chicas y medianas, con el pago por parte del Estado del sueldo de los empleados para evitar más despidos. A su vez, hay subsidios específicos para trabajadores, préstamos flexibles para fabricantes y presupuestos para tres bloques claves en el andamiaje norteamericano: el agropecuario, el turismo y el sistema de aerolíneas.

Esta última estructura también sufre los avatares del globo, con una merma de la actividad, que, en conjunto con otras que hacían mover todo, derrumbaron el valor del crudo a niveles históricos, todo derivado de una mayor oferta de petróleo disponible, por su bajo consumo en general y su ya imposible espacio para almacenar en el futuro inmediato.

Todo ese combo generará un déficit fiscal notable, alcanzando casi el 20 por ciento del PBI para 2020, cuando el año pasado apenas rozaba el 4 por ciento. Sin embargo, el rescate propuesto, mucho más grande que aquel estipulado en 2008 cuando la crisis financiera, es superior a todos los demás rubricados por el resto de los gobiernos en el mundo en la actualidad, varios de ellos criticados arduamente por sus respectivas oposiciones.

La idea de Trump es evitar el colapso económico, sabiendo de antemano que esa carta de los números, en el plano interno, fue la que le dio más rédito para buscar la reelección con holgura, ya que, más allá de los conflictos internacionales, que su presidencia agravó en gran forma, puertas adentro había cifras alentadoras que lo envalentonaban y dejaban a los demócratas con poca chance de revertir la tendencia.

Allí, entonces, está el último item que preocupa al mandatario. Hoy el bloque opositor ya no está disgregado. Más allá de sus diferencias, sin necesidad de avanzar en la interna, Biden recibió el visto positivo de todos sus contrincantes y será el rival en noviembre. Y la expectativa radica en saber quién será su acompañante en la fórmula, aunque una opción que crece es la de Michelle Obama, la esposa del ex presidente Barack Obama, una dama que, dada su imagen positiva, puede traccionar gran caudal de votos, en medio de una elección que podría ser de las más polarizadas de la historia de EEUU.

Las crisis se profundizan para Trump y necesita rápidamente enderezar el barco si busca continuar un ciclo más en la Casa Blanca. Aquella reelección que se evidenciaba segura hace un par de meses hoy sufre los avatares de una pandemia que no sólo tiene consecuencias en la salud de los ciudadanos, sino también en el seno mismo de la política de la -hasta ahora- mayor potencia del planeta.

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