Desde el primer día de su gestión, el nuevo Presidente norteamericano marcó el terreno y se presentó ante el mundo. Verborragia, bombardeos y amenazas, las claves de la relación del multimillonario con el resto de las potencias
  • Afganistán, el primer objetivo del magnate.
  • Rusia y Europa, marcados por el conflicto sirio.
  • Venezuela, la excusa por la que Trump mira para esta parte del mundo.

Donald Trump se convirtió en presidente de Estados Unidos el 20 de enero, tomando el mando para el que había sido elegido poco más de dos meses antes en medio de una convulsión generalizada, sorprendiendo a propios y extraños al sumar más electores que Hillary Clinton. Ese duelo le fue favorable a partir de una campaña agresiva, en la que puso en consideración toda una plataforma que crispó los ánimos no sólo de los habitantes en su país, sino en todo el mundo. Ahora, cien días después de erigirse en el mandamás de la principal potencia del planeta, la ebullición es cada vez más notable y la incertidumbre es total en los rincones del globo.

¿Qué hizo el magnate para trastocar cierto equilibrio en el plano internacional en menos de 100 jornadas? Sacó a relucir la verborragia y, de la mano de su libreto, hizo gala de su eslogan “Make América great again”. Y para hacer al país norteamericano grande otra vez sacudió el tablero con la imposición del argumento que caracterizó a ese territorio en el último siglo: demostrar la fortaleza armamentística que lo sostiene como el gendarme de la seguridad mundial.

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El bombardeo a Afganistán, la primera muestra de fuerza

La pauta central de esa situación se vislumbró hace algunas semanas en Afganistán, cuando se lanzó la denominada “Madre de todas las bombas”. Ese artefacto, el más potente de los establecidos como no nucleares, tuvo su bautismo de fuego en Achin, una ciudad al este del país asiático donde se pretendió destruir una serie de túneles que servían de sistema de comunicación para una de las ramificaciones del Estado Islámico.

En ese sentido, enmarcado en la lucha contra el terrorismo, eje de la política exterior, se barrió con un sector que permitió, más allá del golpe de efecto concreto en el lugar, dar aviso al resto del planeta, especialmente a otras potencias, de la fuerza de Estados Unidos y de la voluntad de Trump para llevarla a los hechos.

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La tensión con Corea del Norte

Frente a ese panorama, la vista se posa más al oriente, en Corea del Norte, donde un régimen comandado por Kim Jong-un pone en vilo a todos con una escalada discursiva que encuentra recibo de este lado del océano Pacífico. La “paciencia estratégica”, a decir del vicepresidente de EEUU, Mike Pence, que se terminó, modificando todo un entramado histórico de décadas, rompió la tensa calma que se sostenía en esa región. Por eso ambos hombres de peso, tanto en Washington como en Pyonyang, fueron elevando la apuesta y hoy no se sabe, a ciencia cierta, qué depara el futuro inmediato. Sí la realidad expone a un campo en el que, si bien no hay batalla específica, se congestiona con desfiles militares rimbombantes, pruebas de fuego de largo alcance y traslado de equipamiento, siempre bajo el alarma de un conflicto nuclear.

En el interín salen al ruedo otros actores de relevancia como China y Corea del Sur. Aquel resaltando la necesidad de evitar un derramamiento de sangre que afectaría no sólo a la zona sino también a todo el mundo, dejando entrever una relación, que si bien distante en un principio, con guerra comercial a la vista, aflojó amarras en el último tiempo al percibir la estructura financiera que los cimenta a ambos y que es de vital importancia para el mantenimiento del sistema a nivel internacional. Y el otro, implorando para frenar un drama que lo tiene en el centro de la escena, ya que, más allá del afán de su vecino del norte por quebrar la resistencia estadounidense, lo concreto es que los principales objetivos de su mira estarán dispuestos en las bases que se administran en Seúl y alrededores. Así es como muestra sus cartas con los intereses económicos, a sabiendas del peso específico que tiene para con la principal potencia. Los números, entonces, son el respaldo para anular la instancia bélica, fomentando, más bien, una secuencia de diálogo en el que se posibilite la actuación del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

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La relación con Putin que se rompió

Justamente esa estructura es la que corrobora otro conflicto pautado por Trump, aunque aún en ciernes. Es el que confecciona con Rusia, uno de los miembros permanentes y con derecho a veto en la entidad supranacional. El inconveniente, por lo pronto, se resalta más como una maniobra para calmar las aguas en el plano interno de Estados Unidos. ¿Por qué? En principio, por el embrollo que ligó al propio magnate inmobiliario con Vladimir Putin, su ahora par en Moscú, pues le brindó loas en campaña, despotricando contra su adversaria demócrata. A tal magnitud que se especuló, críticas de Barak Obama mediante, con la ayuda gracias a un espionaje desde el otro lado del mundo para que el republicano se erigiera como presidente. Ese itinerario derivó en la salida posterior de Michael Flynn, quien había sido nombrado como asesor de Seguridad Nacional, ya que se comprobó la relación fluida con el Kremlin a partir de conversaciones con el embajador ruso.

Todo ese combo propició que Trump tomara el toro por las astas y diera por tierra con especulaciones que lo confirmaran como un secuaz de Putin. Y lo hizo como la costumbre lo demanda: el armamento a flor de piel. El destino de un gran caudal de misiles, lanzados desde el Mediterráneo, fue Siria, donde se transita por una cruenta guerra civil desde hace seis años. EEUU mostró las garras y no dudó en advertir, con esa maniobra, a Bashar Al-assad, el presidente de ese país. La excusa fue un ataque químico que supuestamente perpetró ese gobierno y que sufrió gran parte de la población. Pero en el detrás de escena sirvió, además, para poner en consideración la relevancia norteamericana en un terreno vital por sus recursos naturales y que tenía a Rusia como principal garante en pos de solucionar la crisis interna.

Allí, por lo pronto, hay un caldo de cultivo que no parece encontrar una solución en el corto plazo y que tiene, como plafón, el negocio latente de la reconstrucción del país como ya sucedió, por caso, hace algunos años con Irak, otro enclave vital en Medio Oriente.

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Las diferencias planteadas con Europa

Ahora bien, ese drama humanitario en el cual participa, y que viene de larga data, diseñó una oleada inmigratoria de refugiados que sacude, principalmente, a Europa. Con barreras endebles, el Viejo Continente está en un proceso de cambio, ganando terreno los nacionalismos que apelan a erradicar ese problema. Y mucho de ése envión se lo deben, a la par del triunfo del Brexit en Gran Bretaña, al propio Trump vencedor del otro lado del océano Atlántico con su discurso proteccionista.

De hecho, poco antes de asumir, el presidente norteamericano lanzó diatribas a los gobiernos europeos, tildándolos de débiles por las políticas migratorias laxas –de hecho, entre sus medidas más polémicas está la de prohibir, por un periodo, el ingreso de ciudadanos de determinados países-. Y no sólo por eso, sino también por la escasa ayuda en la Organización del Atlántico Norte (OTAN), estamento de seguridad internacional que hace las veces de brazo armado en distintos puntos del globo, fundamentalmente Medio Oriente. Aún así, son eslabones que, en el medio de un mundo convulsionado, se necesitan, pues un quiebre significaría más una complicación que una solución.

En ese sentido, el multimillonario mira de reojo a un continente en plena ebullición, de modificaciones permanentes en los últimos meses, y con la necesidad de reconfigurar su sistema, algo similar, a fin de cuentas, a lo que sucede por estos lares, a los que también Trump observa para saber cómo actuar.

Venezuela, la excusa de Trump en América Latina

Los ojos, por supuesto, miran hacia Venezuela, país que sufre un drama interno de envergadura desde hace un tiempo y que recrudece su panorama no sólo por el ida y vuelta permanente entre el oficialismo y la oposición, sino, especialmente, por la crisis económica y social que expone a la mayor inflación del planeta y un desabastecimiento notable de productos de primera necesidad.

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Con el discurso antiimperialismo a mano, Nicolás Maduro, el presidente bolivariano, se quejó por las supuestas maniobras estadounidenses. Y, si bien desde la Casa Blanca se desligan, el conflicto a kilómetros de distancia es tema de conversación. Por eso no extrañó que esté en la agenda dispuesta con Mauricio Macri de las últimas horas, a la sazón, punta de lanza en Latinoamérica en contraposición a los gobiernos populistas que tomaron las riendas durante la década pasada. Es, a simple vista, una aproximación hacia un continente que antaño se consideraba el “patio trasero” y que, crispaciones mediante, quebró relaciones, pero que ahora parece volver al cauce para un intercambio más fluido.

Sin embargo, desde el principio de su mandato fue el propio Trump el que dio cuenta de un viraje con referencia al ciclo Obama, e incluso sus predecesores: clamó por la anulación del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, algo que firmó su primer día de trabajo. ¿Qué hizo? Propició el retiro de la principal potencia de un bloque que, entre otros miembros que confeccionan un gran andamiaje financiero, tiene a Chile, Perú y México, tres piezas trascendentales.

Ese golpe duro es difícil de asimilar por una estructura que, sin su eje, complica su situación. Algo idéntico a lo que ocurre ahora con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que compone con el país azteca y Canadá y que el magnate prevé trastocar, reconfigurando el sistema de alianzas, dando a entender que la premisa es simple: poner en una posición central a Estados Unidos, supuestamente en declive en los años precedentes a favor de los otros integrantes.

Ese mandoble, claro está, tiene como sustento los datos de una economía en baja, condicionada por unas inversiones que aprovechan las circunstancias de mayor rentabilidad en los vecinos. ¿Y con ese fastidio a cuentas qué hizo Trump? Apeló a su pilar de campaña: el muro frente a México, algo que observan con entusiasmo muchos de sus votantes, pero que encuentra quejas, especialmente, de los estados sureños que saben de la relevancia de la gente del Sur para los acuerdos comerciales.

Todo, absolutamente todo ese entramado de conflictos y reestructuraciones, en apenas cien días, que parecen muchos, pero que simplemente fueron cien días en los que Trump sentencia un único objetivo: “Make America great again”.

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