Brryan Jackson tenía casi un año cuando Bryan Stewart, a escondidas de la madre, le aplicó el virus con una jeringa. El niño sufrió la enfermedad durante toda la vida y, a pesar del diagnóstico de los médicos, logró sobrevivir. Dos décadas después enfrentó al hombre en un tribunal de Misuri, Estados Unidos, que lo condenó. "Perdonar no es fácil, pero no quiero rebajarme a su nivel", contó

Brryan Jackson jura que la Guerra del Golfo le cambió la vida a su padre. Cuando volvió de Arabia Saudita su personalidad era otra: había pasado de un hombre comprensible a otro malvado, que amenazaba a la madre, que guardaba extrañas muestras de sangre infectaba para un laboratorio en la casa y que abandonó a la familia al poco tiempo. Sin embargo, cuando el niño enfermó de asma, volvió y le inyectó sangre con HIV para matarlo y así no pagar ninguna manutención.  

Pero, a pesar de los diagnósticos médicos, Brryan logró sortear el más grande de los obstáculos: la muerte.  A los 25 años se enfrentó en los tribunales de Saint Louis, Estados Unidos, con Bryan Stewart, el criminal, no su padre. Logró enviarlo a la cárcel.

"En ese momento me pregunté si estaba haciendo lo correcto, pero mi madre siempre me enseñó a ser valiente", contó para la BBC sobre la última audiencia, la de la condena.

Los padres se conocieron en las dependencias militares de Misuri, donde ambos cursaban la carrera de Medicina. A los meses se fueron a vivir juntos y su mamá, Jennifer Jackson, quedó embarazada. Era todo normalidad.

"Cuando nací, mi padre estaba muy entusiasmado. Pero todo cambió cuando se fue a la operación 'Tormenta del desierto' (la ofensiva aliada en la Guerra del Golfo) y cuando volvió de Arabia Saudita su actitud era completamente distinta", relató en lo que fue el inicio de los problemas maritales, las discusiones eternas, amenazas de muerte y hasta golpes.

"Solía decir cosas como: 'Tu hijo no vivirá más allá de los 5 años' y 'Cuando te deje, no va a quedar ningún vínculo entre nosotros'".

Stewart había conseguido trabajo en un laboratorio y debía guardar en su propiedad varios frascos con sangre infectada, lo que tiempo después iba a ser descubierto por los investigadores del caso.

La pareja se separó, a tal punto de no tener comunicación, pero un ataque de asma del pequeño forzó a la mamá a llamar al padre. "Tal vez te interese saber cómo está tu hijo", le sugirió por teléfono.

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Durante la visita, detalló Brryan en el medio inglés, Stewart le ordenó a la madre que fuera por un café para así quedar a solas. Al notar que no había nadie, "tomó una jeringa con sangre contaminada con VIH y se la inyectó" al nene.

"Esperaba que me muriera, así no tenía que pagar mi mantención", manifestó Jackson, quien comenzó a sufrir los flagelos de la enfermedad, como descompensaciones, la ingesta de muchas pastillas (algunas llevaba a la escuela en su mochila), internaciones y lágrimas por no tener una vida como sus pocos amigos.

"Me acuerdo de despertar en medio de la noche gritando: 'Mamá, por favor, no dejes que me muera'", recordó.

Los doctores le dieron cinco meses de vida y lo enviaron a la casa para que "tuviera una vida normal", pero a diferencia de otros niños con los que tuvo contacto en ese tiempo, Brryan sobrevivió inexplicablemente.

"En los '90 la gente pensaba que podías pegarte el sida por usar el mismo baño. Una vez leí un texto que decía que podías contagiarte incluso por hacer contacto visual".

Muchos lo trataban de homosexual, los padres no querían que se acercara a los hijos, algunos llegaron a tratarlo como "el sidoso", no era el invitado de los cumpleaños de la escuela.

A pesar de lo hecho por el padre, no sintió deseos de venganza por el sujeto que aún frente a los abogados le decía "hijo" y recibió la cadena perpetua.

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