Desde detrás de un escenario, desde arriba de las tablas o desde un aula, Eduardo Caballero le da alas a su pasión por el teatro. Para él es una pasión única, y dentro de ella el género musical se lleva su admiración. Director de teatro, actor y docente son las tres etiquetas que le quedan pintadas al artista matancero. Y deja una afirmación clara como un apostolado. “El escenario es un espacio de vida, el lugar en donde me siento yo, más auténtico, es la posibilidad de soñar de crear, de representar todos los monstruos que uno tiene dentro y salen a bailotear”.
“Dora Baret decía que el teatro no es terapia pero es terapéutico, porque uno exorciza todos los monstruos que tiene dentro. Y yo exorcice mucho y pude amigarme con esas zonas de luz y oscuridad que tenemos y generar una sana convivencia”, afirma. Y cree que “más allá de hacerlo por una cuestión comercial, el teatro mejora la calidad de vida”.
Caballero nació en San Justo frente al policlínico. “En esa esquina (Almafuerte y Villegas), había una clínica en donde nací hace 58 años. Mi familia es de San Justo de toda la vida; estudié en la N°1, el secundario lo hice en el Normal, que funcionaba al lado de la Municipalidad. Así es que mi infancia fue en San Justo, vivía en la calle Perú. Y será por eso que los espacios de generación de proyectos los hice acá”, define. Es que Eduardo da clases en el Teatro Enrique Pinti, y también en el Instituto 88, ambos de San Justo. “Nunca me fui de aquí, no quiero despegarme porque son mis historias, en donde están mis afectos”, expresa.
El director matancero echa mano a la reflexión para definir cuándo y cómo el teatro se cruzó en su camino. “En mi familia soy pionero, ya que mi viejo trabajaba en el ferrocarril y arreglaba calzados, y mi vieja era modista”, describe y apunta: “Pero recuerdo que las carátulas de mis carpetas me las hacia mi viejo y eran hermosas; él había hecho hasta tercer grado pero dibujaba muy bien. Y mi vieja hacia vestidos hermosos para novias. Así es que algo de ellos estaba ligado a la creatividad”, indica. Y lo otro que se viene a la memoria es que “pese a que no había un mango de vez en cuando íbamos al teatro, algo que no era común en los 60. Así es que la primera imagen que tengo es de los 8 años es el teatro Odeón con Antonio Báez haciendo Bodas de Sangre”.
Este licenciado en Ciencias de la Educación se jubiló como docente en el área media, ya que fueron 30 años en la Escuela N°7 de Casanova. Hoy sigue despuntando el “vicio” en el Instituto 88 de formación docente, en donde da teatro en las carreras de Profesorado de Lengua, Profesorado de Educación Inicial, de Primaria, de inglés, y Tecnicatura en Gestión Cultural
“Siempre me gustaron las dos cosas: docencia y teatro. Me repartía entre las dos cosas, pero nunca dejé de generar ideas y de estudiar para adquirir conocimientos. Necesitaba un día de 28 horas”, dice.