En situaciones de mucha incertidumbre, la ansiedad se exacerba y puede llegar a considerarse una verdadera "enfermedad de la preocupación"

Lo sabemos bien: la crisis económica impacta en el ánimo colectivo y en nuestra manera de vivir el día a día.

Lo vemos a diario y los datos lo confirman: aumenta el desempleo, empeoran las condiciones laborales, los ingresos no alcanzan, se devalúa nuestra moneda, se encarece el costo del crédito, de los alimentos, el transporte y los servicios. En la calle hay mayor descontento y protestas sociales. No es necesario ser científico ni médico para comprender que todo esto genera niveles altos de estrés en la población.

Los seres humanos, como ninguna otra especie, tenemos la capacidad de revisar el pasado y proyectar el futuro. Podemos imaginar cosas que podrían haber sucedido en el pasado, aunque no sucedieron. Podemos simular mentalmente situaciones en detalle, sin necesidad de llevarlas a cabo. Podemos evaluar probabilidades y riesgos.

Pero en algunas ocasiones, esta capacidad se nos puede volver en contra. Por ejemplo, en situaciones de mucha incertidumbre, la ansiedad se exacerba y puede llegar a considerarse una verdadera “enfermedad de la preocupación”. En esos momentos, no podemos parar de imaginar cosas malas que pueden suceder y las inquietudes nos desbordan. La ansiedad que genera el temor a perder el trabajo, por ejemplo, actúa como un estresor crónico con efectos acumulativos en el tiempo, que puede tener consecuencias nocivas en la salud mental.

Estudios que se hicieron durante las crisis británica en 2008 y española en 2014 mostraron que trastornos como la ansiedad y la depresión aumentaban llamativamente, sobre todo en personas endeudadas o desempleadas.

Por supuesto, la crisis no impacta de la misma forma a todos los países porque también depende de cuán preparado esté el sistema social para poder hacer frente a los efectos negativos de la crisis en la salud mental de sus habitantes. Cada sociedad puede ser más o menos resistente ante factores estresantes.

Y los grupos sociales que la conforman se ven afectados de diferente manera, ya que, obviamente, existen grupos más vulnerables, como las personas de bajos ingresos, los ancianos y los niños. Por eso se debe cuidar y proteger especialmente a aquellos que más necesitan del resto de su comunidad.

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