La avenida Amancio Alcorta muestra las dos caras de un miércoles posterior a la Navidad. Son las cinco de la tarde. Del lado que va hacia la avenida Sáenz, los autos y camiones se apresuran por marcar el camino de retorno. Mientras que la contracara es el sentido hacia General Iriarte, donde la pasividad encuentra a un mecánico que arregla la rueda de un colectivo de la línea 15 en una esquina, un delivery perdido y un perro que duerme la siesta al lado de una puerta. Bajo un sol rasante de casi 27 grados, el profesor Diego Colletti abre la puerta del club Franja de Oro para ingresar a una clase por el cierre de año. “Para mí es un club muy especial”, dice al tiempo que llegan sus alumnas al segundo piso acompañados por los padres.
Son tres pequeñas las que piden permiso para ingresar al tatami de taekwon-do. Se ponen a dar vueltas y ríen entre ellas, como una forma de precalentar. No les importa la falta de aire acondicionado y mucho menos el calor infernal del techo. Con sus dobok impecables preparan sus pies y manos para unos golpes de exhibición. “El taekwondo educa, se aprende mucho. Quizás ellos ahora no lo saben, pero más tarde, cuando sean más grande, lo van a notar”, comenta en diálogo con Porteño del Sur.
Colletti les hace chistes a las tres y pide concentración. Se ríen y se paran una al lado de la otra frente al instructor. La clase empieza. Los inicios en el histórico club de Nueva Pompeya fueron casi de imprevisto. El presidente se contactó con él para ofrecerle los horarios que había dejado libres otro profesor. Así, hace cinco años que enseña el arte marcial en la entidad. “El presidente me avisó que necesitaban un profesor. Me acuerdo que llegué y toda esta parte todavía estaba a medio hacer, estaban los revoques, tierra”, rememora.
Pero cuando hace un retroceso más profundo en el tiempo, se ve asimismo de pequeño frente al televisor de su casa del barrio. Observa, como todos los días, la serie animada de las Tortugas Ninja. Son los ochenta y esos dibujos son un éxito que luego se trasladarán a la pantalla del cine. Pero para él son una motivación para descubrir algo que será “un modo de vida”, como describe a este deporte. Y en Franja de Oro logra alcanzar lo que desea. Mientras da las clases sonríe y pasa un buen momento. El taekwon-do es lo que Coletti ama y así lo sienten sus alumnos.
“Miraba las Tortugas Ninja y quería hacer lo mismo. Quería hacer esas patadas, piñas. Yo quería ser un ninja. Me acuerdo que a los ochos años hacía en casa la espada de Leo nardo con maderas o con un palo de escoba viejo hacía el palo de Donatello”, afirma antes de reírse y decir: “Así empecé, viste”.
A partir de allí sintió que no fue el mismo y les insistió a los padres que quería hacer karate. “Era lo más conocido”,comenta. Así fue al club Miriñaque, donde su abuelo es fundador. Pero lo único que había eran clases de taekwon-do. “Me resultó raro, no sabía que existía y ya el nombre me resultaba extraño”. Lo que le fue rareza, término como un modo de vida y su puente para transmitir conocimientos a chicos y adultos.