Era de madrugada. La policía había cerrado la zona –o eso se pensaba- y los medios no esperaban noticias sobre la toma de rehenes que había empezado el 16 de septiembre de 1999, a la diez de la mañana, dentro de la sucursal del Banco Nación en Villa Ramallo. En ese contexto, y como muchísimos otros colegas, el fotógrafo Gustavo Fidanza había llegado a la zona y, después de recorrer las cuadras aledañas como una tarea operativa, se instaló en el Club Atlético y Social Los Andes. Allí se tomó un whisky doble como antídoto al frío y conversó con algunos de los presentes.
No había novedades sobre los asaltantes Javier Hernández, Carlos Martínez y Tito Saldaña ni de las personas capturadas: el gerente de la sucursal, Carlos Chaves, su esposa, Flora Lacave, y el contador del banco, Carlos Santillán. Pero el fotógrafo de Diario Popular supo leer la situación como ningún otro profesional cuando alguien entró al club y advirtió que había empezado a haber movimiento en la cuadra del banco. Salió rápido, y no tardó en visualizar a un Polo de color verde que le llamó la atención.
“Me asomo y veo un auto a baja velocidad. Y cuando llega casi a mi misma línea, veo salir del asiento trasero un fogonazo. No me acuerdo bien si se escuchaban tiros, pero veo el fogonazo. Cuando veo el fogonazo me digo: ‘Estos son los ladrones’. Entonces agarré y salí corriendo por la calle paralela a la que iba el auto”, cuenta.
Así empezó su carrera por la calle Panno para intentar alcanzar el momento crucial que registraría con su cámara Nikon DCS 520–“una de las primeras digitales, esas que se llevaban pésimo con el flash”, recuerda- a instancias del Banco Nación en la Avenida San Martín al 200. Corrió y corrió, y mientras pensaba cómo interceptar el recorrido una posibilidad lo aterraba: ser confundido con uno de los delincuentes. “No me metí por el camino de las balas, uno siempre tiene que preservarse. Por eso fui por la paralela y esperando llegar a tiempo. Muy desenfrenado. Tenía 35 años, y estaba más flaco, podía correr mucho más que ahora”, rememora.
“Fue instintivo, esa es la verdad. Me salió el soldado de adentro. Vi el fogonazo y dije: ‘esos son los ladrones’”, admite. Y su instinto no se equivocó: esa corazonada permitió registrar parte del accionar policial que ningún otro medio capturó. “Cuando llego ahí había dos camionetas de la policía y las cámaras de la televisión estaban más atrás. Al estar solo, se me hizo fácil escabullirme”, relata.
Estuvo rápido, nadie se interpuso en su camino y su cámara tomó por sorpresa a las fuerzas: el Polo Verde al que fusilaron un centenar de policías, a pesar de tener en su interior a los tres rehenes como escudos humanos a los asaltantes, todavía se encontraba encendido con uno de los semiejes girando.
“En una de las fotos se puede ver al gerente que manejaba y en otra como están sacando a la mujer del gerente. Yo estaría a dos metros de la mujer. Los canas me empiezan a echar, y yo los empiezo a putear. Cuando ellos me echan, me dije: ‘estos se mandaron una cagada’. Y así fue”, reflexiona.
No es un detalle menor que después de su registro, la Policía Bonaerense cerró la zona y no hubo ninguna otra imagen de los hechos hasta la mañana. A la distancia, a veinte años de la masacre, Fidanza cuenta algunas observaciones que ha tenido sobre aquella cobertura: “Un par de compañeros me dicen que no ejecutaron a la mujer del gerente porque había fotos”. Y no es descabellado, varias crónicas de la época coinciden en que “no la mataron porque al uniformado que la sacó del interior lo detuvieron con un grito”.
Murieron el asaltante Hernández, el gerente Cháves y el contador Santillán, mientras que Flora Lacave sufrió una herida profunda en su mano. Como consecuencia de la balacera, Martínez terminó con un brazo destrozado pero sobrevivió y recibió una condena - en libertad, se mató a bordo de una moto-. Saldaña salió ileso, pero su caso es otra muestra de la suciedad de la bonaerense que sacó a relucir este caso. Ya encerrado en su celda en la comisaría de Villa Ramallo, le dieron un golpe en la cabeza que lo adomeció y permitió que se orquestara una escena de un supuesto suicidio -vía ahorcamiento con un pedazo de tela de su colchón-.
Entre los condenados de la banda se encontraba Aldo Cabral, quien fuese cabo primero del Comando de Patrullas de San Nicolás. A partir de su experiencia en las fuerzas, se orquestó todo el intento de robo al tesoro: diseñó el mapa del banco –encontraron una copia en su casa- y entregó el handy modulado con la frecuencia policial VHF 159.455 que ofreció garantías a los delincuentes que tendrían una vía de escape sin presencia policial. Además, siete policías fueron condenados por disparar o herir –entre los que se destacó Oscar Parodi, suboficial principal del mismo Comando de Patrullas de San Nicolás-.
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