Ministro y candidato. Más precisamente ministro de Economía y candidato a presidente. En cualquier país más estable que la Argentina -es decir la totalidad de las naciones del mundo menos cuatro- esa doble condición sería un desafío que requeriría una dosis adicional de coraje. En nuestro país se explica por la temeridad de Sergio Massa y por las dificultades de una coalición oficialista que, tras cuatro años de infortunios padecidos y auto generados, no ha podido generar más voluntarios con ambiciones de poder.
Se podría agregar que la coyuntura política exhibe adicionalmente las debilidades de la principal fuerza de la oposición cruzada por una disputa intestina áspera y un tercero en discordia. En otras circunstancias, compitiendo con el responsable de una inflación anual del 115%, Juntos por el Cambio debiera parecerse al Pity Martínez corriendo solo rumbo al arco desguarnecido de la final en Madrid de aquel 9 de diciembre de 2018.
Pero estamos lejos de la normalidad y, por lo tanto, se juega un partido trabado, que algunos relatores imaginan con posibilidad de alargue y penales. Claro, se trata de equipos que no luchan por conquistar un campeonato sino por zafar del descenso. Los herederos de dos malas gestiones protagonizan este clásico gastado. Suerte que los colores de la política y el fútbol descansan en las pasiones cuando las razones se ausentan. Sino las tribunas estarían totalmente vacías. Aunque hay que observar detenidamente las elecciones provinciales -con su aumento de ausentismo y voto en blanco- para ver huecos en la popular y la platea.
Esta semana cerró con un sabor agridulce para el gobierno (el gobierno de Massa, por licencia con goce de sueldo de Alberto Fernández) por la senda descendente del Índice de Precios al Consumidor del INDEC que arrojó para junio “solo” el 6% combinada con un aumento del dólar blue casi de la misma proporción. Lo que se dice una de cal y una de arena para la campaña de Unión por la Patria. Mientras tanto, el acuerdo del FMI no se termina de definir y las agencias de viaje que trabajan para el Palacio de Hacienda ya deben haber hecho decenas de reservas seguidas de sus correspondientes cancelaciones para los funcionarios que se bajan del avión a último momento.
El arreglo se puso difícil. Con el BCRA sin dólares (-6000 millones) ahora sólo nos quedan los yuanes para vivir sin lo nuestro. Aquello de “deberle a cada santo una vela” se hace realidad aunque los acreedores están lejos de la santidad y nosotros nos quedamos sin nadie a quien mangarle. Ya bolsiqueamos al FMI, el BID, el Club de París, la Corporación Andina de Fomento y al Banco Común Centroamérica (posta) llegando como Marco Polo a la lejana China de la cual importamos un swap (más plata prestada) para tirar un poco más.
Ya ni siquiera nos molestamos por preguntar el interés, quizás por miedo, por vergüenza o sencillamente porque sabemos que no está en los planes apurarnos para devolver lo recibido. Así las cosas: rifados y sin fichas firmamos lo que venga de quien venga disfrazando nuestra mendicidad como “jugada estratégica frente a la nueva bipolaridad”. Saquen del medio los de Washington y Pekín. Somos campeones en fútbol y en chamuyo. Pero, demostrando que nada es lineal, hay indicadores que muestran que no sólo en el Macondo de García Márquez el realismo es mágico.
Aquí el empleo sube, tanto el registrado como el informal, se producen más autos, las acciones argentinas vuelan, el turismo emisivo y receptivo fluye y -no podemos dejar de mencionarlo a riesgo del lugar común- los restaurantes están llenos, tanto los caros como los baratos. Si hay pobreza, que no se note Aunque los pesos cada vez valen menos hay muchos en la calle dando vueltas rápidas y eso anestesia la magnitud de la crisis.
Desde el Gobierno se empeñan en que sigan apareciendo más billetes, aunque los espantosos papeles de $ 2.000 se hagan rogar para dejarse ver, quizás por complejo de inferioridad frente a sus pares mejor diseñados. En este mar de contradicciones se lleva adelante una campaña que, como las anteriores y las que vendrán, no se esfuerza por aportar demasiadas ideas ni por convertirse en momentos pedagógicos.
Ni en nuestra democracia ni en la de la mayoría de las otras sucede eso. Es la época de las redes, los memes y los reality show: manda el efectismo y los discursos que se sostienen en los sesgos de confirmación, algo así como “te digo lo que querés escuchar para que te reafirmes en tus creencias y sigas pensando que el país se divide entre los que coinciden con vos y los que están equivocados”. Al menos hasta el 13 de agosto la mayoría de los precandidatos van por ahí.
Después, camino a octubre, le echarán suavizante a sus mensajes para capturar votos fuera de la pecera y procurar contener a los derrotados internos acercándose un poco al centro. Quien intenta - obligado por las circunstancias y la animosidad de Mauricio Macri- una variante a esa estrategia es Horacio Rodríguez Larreta, adelantando el llamado al centro. Pretende vencer a Bullrich apelando a la moderación frente al todo o nada que predica la ex-ministra. En esa puja se juega el alma de Juntos por el Cambio. Y el pellejo de “el pelado”.
En el ínterin Juan Grabois, apuesta a ser algo más que una colectora progresista testimonial alimentando el sueño de obtener el apoyo de la militancia K para recordarle a Massa que no es el dueño de la franquicia del ex Frente de Todos. Nada nuevo. Lo mismo que sucedió en 2015 y 2019. Cristina juega con el perro del hortelano. En el otro extremo, Javier Milei navega entre denuncias, renuncias y acusaciones que parecen preocupar más a los medios que a sus votantes. Hasta aquí, ningún sondeo de opinión le asigna menos del 17% y algunos lo dan tercero pero peleando arriba. Quizás la Libertad no Avanza como antes pero tampoco retrocede tanto.
Falta menos y también falta mucho. Vamos a las elecciones más abiertas de los últimos veinte años con pocas certidumbres. Hagan sus apuestas. Parece que estamos en manos de la suerte.
* Gustavo Marangoni es politólogo.
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