Propios y extraños reconocen que una de las pocas áreas donde el gobierno se manejó bien en estos casi tres años fue en la de las relaciones exteriores. El reconocimiento de los principales países a la administración Macri es una prueba de los efectos positivos de esa política. Lo malo es que el mundo cambió a partir de la llegada de Mauricio Macri al poder... y no deja de cambiar.
El Brexit reconfiguró la Unión Europea, cambiando el eje de poder en ese ámbito, y sus efectos complicaron a la Argentina. El proteccionismo francés afecta las aspiraciones del gobierno argentino por lograr un acuerdo con la UE. Pero no fue nada en comparación con el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, que le quemó los papeles a Cambiemos, ilusionado como estaba luego de haber visto a Barack Obama bailando el tango con Mora Godoy en Buenos Aires.
Cambió el mundo, y así y todo no cambió la política delineada por la administración argentina. Es lo que una y otra vez le recrimina al gobierno por ejemplo Miguel Pichetto en sus discursos de cierre en el Senado. O en la ocasión que cuadre, como el lunes pasado, cuando se lo dijo en la cara a Nicolás Dujovne durante la reunión de la Comisión de Presupuesto del Senado. En ese contexto el rionegrino reprochó que Cambiemos se maneje con los programas de gobierno elaborados por el macrismo entre 2014 y 2015, que no cambió “cuando el mundo comenzó a cerrarse”.
Cierto es que en los rostros de buena parte del oficialismo se dibujaron sonrisas cuando el dirigente de ultraderecha se impuso ampliamente en la primera vuelta. No por una afinidad ideológica que no existe, sino por una cuestión de supervivencia: el triunfo del PT hubiese alentado las expectativas de un kirchnerismo que no pierde ocasión para entonar el hit “vamos a volver”, y que esperaba la victoria de Fernando Haddad para embalarse, soñando con un retorno de la ola de izquierda en la región, que ciertamente no viene verificándose electoralmente, desde Macri al presente.
Pero estaba claro para el gobierno que la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil abría un sinnúmero de interrogantes en la relación bilateral futura. En cambio, más allá del efecto que pudiera generar en nuestras tierras el triunfo del elegido de Lula, Haddad resultaba un candidato mucho más confiable para las expectativas de Macri. Lo conocía desde la época en que ambos eran alcaldes, Macri de Buenos Aires y el brasileño de San Pablo: ambos tuvieron una buena relación cuando convivieron los últimos dos años de gestión de Macri al frente de la Jefatura de Gobierno porteña.
Sin embargo, lo que necesita sobre todo la Argentina de su principal socio es estabilidad, que es precisamente lo que no imperó en ese país desde que Dilma Rousseff comenzó a tambalear, en la época del Mundial de Fútbol en Brasil. Y la señal de los mercados fue inmejorable cuando Bolsonaro se impuso en la primera vuelta. Claramente el establishment había elegido.
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Ya antes de ser ministro, Dante Sica hablaba del efecto derrame que tenía el crecimiento de Brasil. Hoy funcionario, Sica sostiene que nuestro principal socio necesita “estabilidad” y confía en que el triunfo de Bolsonaro se la brinde. En una conferencia de prensa que dio días pasados en Madrid, insistió con el efecto goteo que provoca el bienestar brasileño: “Por cada punto que crece la economía de Brasil, la Argentina crece un cuarto de punto. Por lo tanto, necesitamos un Brasil recuperando su nivel, su vigor en materia de crecimiento”.
Las declaraciones del futuro ministro de Economía de Bolsonaro, Paulo Guedes, bajándole el precio al Mercosur -“no es una prioridad”, admitió- no parecen ser un aliciente en ese sentido. Por más que ayer salió a poner paños fríos, no corrigió sus dichos y, además, la postura del futuro presidente del Brasil no es sorpresa para los funcionarios argentinos. En diálogo con este medio, un secretario aseguró que esta vez el resultado no tomó por sorpresa a la administración Cambiemos, aunque es verdad que en principio imaginaban que la postura del líder de derecha pasaría por el proteccionismo, cuando ahora se habla de una apertura liberal.
Como sea, la Argentina saldrá perjudicada. Una apertura significa baja de aranceles, que es lo que ha permitido a nuestro país comerciar de manera privilegiada con nuestro principal socio del Mercosur. Igual, todavía está todo en ciernes; pero curtidos en la materia, las autoridades económicas no esperan buenas noticias para cuando se devele lo que sigue siendo un misterio.
La principal industria beneficiada por el comercio con Brasil es sin lugar a dudas la automotriz. Así las cosas, los funcionarios argentinos tratarán de acelerar negociaciones con sus pares del gobierno de Michel Temer para extender los acuerdos antes de la asunción del nuevo gobierno. Una solución parcial, si se logra.
El gobierno celebró el breve contacto telefónico que Mauricio Macri mantuvo con Jair Bolsonaro antes de su triunfo. También fue cordial el contacto que tuvieron el domingo, tras la consagración definitiva. Fue el primer llamado presidencial que recibió el flamante mandatario. Pero contrariamente a lo que venía siendo una tradición y se esperaba, Argentina no sería el primer país que Bolsonaro visite, sino Chile, donde gobierna un amigo de Macri, Sebastián Piñera.
¿Podría extenderse el efecto Bolsonaro en estas tierras? Los que son muy afectos a extrapolar rápidamente experiencias de un país a otro dejan de lado las enormes diferencias entre la Argentina y Brasil, más allá de lo mucho en común que tengamos. Dictaduras disímiles mediante, los militares no son vistos del mismo modo en un país y el otro; la inseguridad es una realidad dramática en ambas naciones, pero con proyecciones disímiles, y hasta el narcotráfico presenta niveles distintos. En Brasil, los partidos fueron arrasados por el escándalo Odebrecht, mientras que en Argentina los cuadernos no han afectado más de la cuenta al kirchnerismo y mucho menos al peronismo.
En la Argentina hubo un “que se vayan todos”, del que sobrevivió la mayoría de la clase política, y los partidos tradicionales subsisten. Después del regreso de la democracia, cuando no ganó el peronismo, los que llegaron al poder eran políticos con experiencia ejecutiva y buena imagen, y si bien Macri no proviene de un partido centenario, necesitó del mismo para llegar al poder y lo necesita para hacer pie en el Congreso. Si bien nada garantiza resultados positivos, no hay lugar para improvisados, más allá de que algunos especulen con una eventual candidatura de un famosísimo conductor televisivo.
La versión argentina más aproximada de Bolsonaro podría haber sido Aldo Rico, quien fue intendente, pero luego no pasó de diputado nacional. Después, lo absorbió y deglutió la política tradicional. El pintoresco Alfredo Olmedo se ilusiona con recrear el fenómeno brasileño en nuestro país, pero no le alcanza siquiera para ganar en su provincia.
Si por Bolsonaro entendemos a un candidato “antisistema”, habrá que pensar que en Argentina lo fue Néstor Kirchner, quien necesitó de un presidente que lo respaldara fuertemente y de una contrafigura capaz de garantizarle una victoria en segunda vuelta. O también podría tomarse como tal a Mauricio Macri. Es lo que piensa Durán Barba, que atribuye su triunfo en 2015 a la avidez social por un cambio drástico.
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