A lo largo de la historia, ficciones y documentales han tratado de explicar al político más importante de la Argentina y su idilio con las masas populares. Acá repasamos algunas de las más importantes

No hubo un solo Juan Domingo Perón, como tampoco hay una sola versión de usted mismo, estimado lector. Como todos, y a veces peor que nadie, él viró sus convicciones y alternó sus límites de una forma conveniente. Se puede enaltecer al líder que condujo el movimiento más transformador de América Latina y se puede cuestionar al tipo que desoyó a quienes alentaron su retorno a principios de los 70. Contraponer es sano: ése que se empoderó un 17 de octubre, no fue el mismo que volvió un lluvioso 17 de noviembre.

Con la objetividad de los datos históricos, y toda la subjetividad del arte, el cine ha tratado de representar al justicialismo y a su fundador. El intento suele caer en las contradicciones e idealizaciones propias del peronismo, una condición que lo transforma en un objeto de estudio desconcertante. En esta nota, a pesar que la experiencia es inevitablemente incompleta –hay libros que abarcan mucho mejor la temática-, nos disponemos a recorrer cómo se presentó la figura del político más importante de la historia argentina.

I. La contemplación de un estado benefactor. Durante sus presidencias, Perón potenció las políticas para desarrollar la industria cinematográfica no solo como mercancía sino también como un valor cultural –también apareció la censura a través de un personaje controversial como Raúl Alejandro “el Zar del cine” Apold, pero eso será menester de otro artículo-. Curiosamente, a diferencia de lo que muchos creen, durante esta etapa no se mostraron hitos peronistas en la gran pantalla ni hubo un desfachatado uso propagandístico del celuloide.

Según la investigadora Clara Kriger, las conquistas sociales se vieron reflejadas en cortos y largometrajes de una forma implícita en la que se solía contraponer los derechos obtenidos con un pasado cercano e injusto. Esto se evidenció en films como Deshonra (1952), de Daniel Tinayre, donde se pregonó el altruismo bajo la guía espiritual de Eva Duarte, y en Las Aguas Bajan Turbias (1952), de Hugo del Carril, donde se puso en tela de juicio a los patrones explotadores de los yerbatales del Alto Paraná.

(NdeR: Más tarde, durante una época que retomaría las peores prácticas de la década infame, el más célebre intérprete de la “Marcha peronista” sufriría una suerte de “revancha gorila” cuando se prohibió su obra y lo encarcelaron sin causas.)

II. La construcción de un mito. Con el líder prohibido, encabezado por Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino, el Grupo Cine Liberación empujó su regreso con producciones impactantes que ayudaron a moldear un peronismo de izquierda –hasta ese momento, se percibía como un partido popular sin una inclinación determinada-.

En sus documentales experimentales (filmados en clandestinidad), se notaba esa voluntad de los jóvenes de impostar en el ex presidente a un revolucionario. La Hora de los Hornos (1968) y Perón: Actualización política y doctrinaria para la toma del poder (1971) son imprescindibles para entender por qué el General es un símbolo transgeneracional.

III. El clamor popular. Con su sensibilidad habitual, Leonardo Favio describió el sentimiento peronista en Gatica, el Mono (1993). Contra las cuerdas, ya sin nada que perder, el boxeador exclamaba: “¡Viva Perón, carajo!”. El grito era liberador, necesario. En tiempo de la Revolución Libertadora no solo se prohibía mencionar al líder, también se restringía la posibilidad de ser uno mismo.

Viva perón - Gatica

El cineasta lo tenía claro: el peronismo se trata tanto de una encarnadura como de una ideología. “Si yo nunca me metí, toda la vida fui peronista, nunca me metí en la política”, explicaba el pugilista en la cinta mencionada. Y en esa frase envolvía todo lo que enamora de un movimiento y todo lo que genera rechazo: el romance perpetuo y su supuesta irracionalidad.

Para contrarrestar la poesía emotiva de sus ficciones peronistas, el mendocino concibió Perón, Sinfonía de un Sentimiento (1999). Y aunque tuvo tanto de documental proselitista como de carta de amor, el material demuestra que su amor y su fidelidad están fundamentados: ese líder idealizado se ocupó de los desposeídos como nadie y trastocó intereses de la burguesía como nadie –“el hecho maldito del país burgués”, diría John William Cooke-. No es un dato menor que Favio fue uno de esos chicos invisibles hasta 1945.

IV. Jugando al General. Casi todas las interpretaciones destacan las mismas virtudes del líder: su pragmatismo, su lectura de la coyuntura mundial, su oralidad y su poder de seducción. Pero ni siquiera en sus aproximaciones más sensatas, la mirada es crítica. Se suele ser indulgente con los grandes errores de Juan Domingo, como si hubiese sido un hombre que podía ser manipulado por su entorno –algo con lo que suelen discrepar los historiadores-. Pensemos en las dos películas que protagonizó Víctor Laplace: En Eva Perón (1996) pareciera que el amor hacia su compañera lo cegaba y le impedía gobernar según sus propios criterios, mientras que en Puerta de Hierro (2012) casi que lo exculpa de las atrocidades de su último mandato. En esa romantización, suele ser más cómodo y agradable responsabilizar completamente a López Rega e Isabelita.

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En la ficción se lo juega, pero no se lo juzga. Por supuesto que esta no es una tarea del séptimo arte –aunque bienvenida cualquier aproximación a semejante desafío-; millones de argentinos con más o menos afección al movimiento se encuentran realizando permanentemente esa labor en charlas informales, escuelas, universidades y medios de comunicación. Dime cuál es tu Perón favorito y te diré quién eres, dime qué detestas del peronismo y te diré cómo sos. Funciona para propios y extraños.

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El día que el pueblo lloró por la muerte de Perón

1974, el año de la muerte de Juan Domingo Perón

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