Casi 12 millones de ciudadanos están habilitados para votar el domingo en la Provincia de Buenos Aires, lo que da una dimensión de la importancia superlativa que tienen los resultados de ese distrito.

Hace exactamente una década se aprestaban a librar en el territorio bonaerense la que Carlos Kunkel definió como "la madre de todas las batallas". Semejante denominación tenía sentido, ante lo mucho que se ponía en juego en esa elección.

El kirchnerismo había resuelto romper lanzas con quien lo llevó a la presidencia y la confrontación se dio entre las dos primeras damas. La vigente, Cristina Fernández, y su antecesora, Hilda González. En juego había mucho más que sendas senadurías, que al cabo ambas obtuvieron, aunque la esposa del presidente Kirchner se quedó con la mayoría, más que duplicando en votos a la segunda.

Kirchner venció a Duhalde, fin de la historia.

La provincia de Buenos Aires tiene desde la reforma constitucional de 1994 un peso específico superlativo en cada elección. Alcanza con verificar que 11.867.979 de ciudadanos están habilitados para votar en ese distrito que representa el 37,01% del país. Para tener una medida de su dimensión, vale tener en cuenta que los distritos que le siguen en magnitud son Córdoba, Santa Fe y Ciudad de Buenos Aires, con 8,68%, 8,36% y 7,95%, respectivamente. Esto es, los habitantes de Córdoba multiplicados por cuatro no alcanzarían a superar la población actual bonaerense.

Esos casi 12 millones de habitantes irán a las urnas este domingo para participar de las PASO, tanto a nivel nacional, como provincial. La oposición no tiene competencia, pues participa con precandidatos a gobernadores únicos. Esto es, la competencia será entre las distintas fuerzas, pues hasta el Frente Renovador, que en su momento tuvo seis (¡6!) precandidatos, terminó presentando uno solo, Felipe Solá. Cambiemos, que a nivel presidencial compite con tres precandidatos, tiene solo a la macrista María Eugenia Vidal, en tanto que Progresistas propone al bahiense Jaime Linares. Habrá sí interna en la izquierda, donde confrontan Christian Castillo y Néstor Pitrola.

Podría decirse que para esta elección Felipe Solá renació de las cenizas. Consciente de sus limitaciones presupuestarias, el ex gobernador bonaerense bajó su candidatura cuando Francisco de Narváez desembarcó en el massismo. Cuando sobrevino el éxodo en el Frente Renovador, Solá se impuso casi por descarte, aunque le costó trabajo a Sergio Massa convencerlo. Pero una vez convertido en candidato, tuvo una campaña auspiciosa jalonada por la encuesta conocida al promediar la misma, que lo mostraba en el primer lugar entre los precandidatos a gobernador, condición probable ante la división del voto que se da dentro del poderoso FpV, que lleva dos postulantes.

De todos modos, no son muy certeras las encuestas que se han hecho sobre los candidatos a gobernador, pues en la provincia de Buenos Aires lo que domina la escena es la candidatura presidencial. "Presidente pone gobernador", suele decir en privado uno de los aspirantes más sólidos a suceder a Cristina Kirchner, y no puede decirse que exagere. El corte de boleta en la Provincia no excede el 3%, de ahí que muy difícilmente un candidato a gobernador pueda dar el batacazo por las suyas. Y menos ahora, cuando la larguísima boleta bonaerense tiene el nombre del gobernador justo en la mitad: le anteceden los cargos de presidente y vice; diputado nacional; parlamentario del Mercosur nacional, y parlamentario del Mercosur distrital. Recién después, en el quinto lugar, aparece el candidato a gobernador. Y a continuación le siguen otros cuatro cargos: diputado o senador provincial, intendente, concejales y consejeros escolares.

Así las cosas, nadie se ilusiona con el corte de boleta. Lo que sí puede darse es que el candidato a gobernador termine potenciando al aspirante presidencial. Es una de las ilusiones que alberga Sergio Massa para renacer de sus cenizas en estas PASO. Se verá.


La pelea en el FpV

Por el lado del oficialismo se da la inversa. No hay competencia presidencial y sí disputa para la gobernación. Por estos días, la Presidenta debe haber renovado su enojo con Florencio Randazzo por la respuesta negativa que le dio al filo del cierre de listas a su pedido de que bajara para competir en la Provincia. Le hubiera solucionado el problema al Frente para la Victoria, asegurándole de paso buena parte de la elección a Daniel Scioli.

Por el contrario, ante la negativa del ministro, los tres precandidatos que quedaban en pie de la decena que se presentó en un principio, fueron habilitados por la Presidenta a decidir entre ellos cómo definir al o a los candidatos. Se anticipó Aníbal Fernández, quien el día previo al cierre de listas presentó a su compañero de fórmula, Martín Sabbatella. Con ello, y ante la indefinición de Julián Domínguez y Fernando Espinoza, se llegó a pensar que no habría competencia y que la encabezada por el jefe de Gabinete sería la fórmula definitiva. Pero al día siguiente se confirmó la decisión del presidente de la Cámara de Diputados y el intendente de La Matanza de unificar fuerzas y por la tarde se presentaron como binomio.

Contrastaron notoriamente las formas. Mientras Aníbal había hecho la presentación de su compañero de fórmula en un acto frío ante la prensa, en la Casa de Gobierno, Domínguez y Espinoza lo hicieron en el corazón de La Matanza, con la presencia de intendentes, mucho público y toda la liturgia peronista. Eso y las características de ambos dirigentes identificados con el justicialismo bonaerense, contrastando con la presencia junto a Aníbal de un dirigente denostado por la gran mayoría de los intendentes del Conurbano, llevó a más de uno a pensar que no había equivalencias.

Y fue lo que hizo que el jefe de Gabinete se curara en salud advirtiendo sobre la posibilidad cierta de que en la elección le robaran las boletas. Le teme al papel de los intendentes, que juegan en su mayoría con el presidente de la Cámara de Diputados. La cosa no es con él, está claro, sino con el líder de Nuevo Encuentro, que tantas veces dio pelea a los jefes peronistas del Conurbano.

Sin embargo las encuestas siguieron mostrando siempre a Aníbal primero. Su altísimo nivel de conocimiento contrastaba notablemente con el de Julián Domínguez y su imagen negativa elevada no era suficiente para afectar sus posibilidades. Esa ecuación es la que entusiasma a las fuerzas opositoras, que prenden velas a la espera de que gane Aníbal, cuestión de que en octubre se convierta en un lastre para Daniel Scioli. Es lo que confiesan abiertamente. Eso habría encendido incluso luces de alarma en La Plata. Dicen que desde que Martín Lousteau estuvo a punto de dar el gran batacazo en la Capital Federal, el gobernador no está tan convencido de que un candidato u otro sean lo mismo. Aunque más de lo que hace no puede hacer: mostrarse junto a Domínguez y permitirle al diputado sobreactuar con el color naranja.

La denuncia mediática contra Aníbal Fernández cayó como una bomba en el seno del oficialismo en su conjunto, pero particularmente en la provincia clave para esta elección. Se desconoce el alcance de sus consecuencias y si bien todos los hombres son inocentes hasta que se demuestre lo contrario, nadie puede ignorar que bien puede haberse convertido este caso en un cisne negro como se temió en su momento que fuera la muerte de Nisman. Cualquier cosa menos ingenuo, el jefe de Gabinete prendió el ventilador cuando estalló el escándalo. Salpica a los que quiere, pero por ahora no a los que puede y de los que también sospecha.

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