Es frecuente que las personas que meditan regularmente declaren que lo hacen porque los hace sentirse mejor, no solo más relajados, sino que sienten que los ayuda a llevar adelante sus actividades cotidianas. En las últimas décadas las neurociencias se han interesado por estudiar esto, es decir, por analizar las conductas ligadas a la espiritualidad y la meditación, cuestiones que típicamente fueron consideradas opuestas a la ciencia. Cada vez más científicos dedican sus esfuerzos a comprender cómo es que nuestro cerebro permite comprometernos con conductas ligadas a conceptos tan abstractos.

A fines de la década de 1970, fue fundada en el Centro Médico de la Universidad de Massachusetts la Clínica de Relajación, luego devenida en la Clínica de Reducción de Estrés basada en mindfulness. ¿Qué es el mindfulness? Es una práctica que muchos definen como una forma de meditación pero que también es considerada una práctica complementaria a las terapias tradicionales. En la actualidad, el llamado “mindfulness” (“atención plena” o “presencia mental”, según algunas traducciones) y otras técnicas se utilizan como ayuda en el manejo interdisciplinario de distintas condiciones clínicas, médicas y psicológicas, como el dolor crónico, la ansiedad y el estrés. Ciertos estudios reconocen que durante una práctica de meditación, se evidencia un predominio del tono parasimpático, es decir, de las estructuras de nuestro sistema nervioso autónomo que generan los cambios fisiológicos asociados con la relajación, tales como la disminución de la frecuencia cardíaca y la respiratoria.

La meditación puede producir cambios también en nuestro sistema nervioso central. Se ha visto, por ejemplo, que las áreas asociadas con emociones y funciones sociales son intensamente estimuladas con la meditación, mientras que las áreas del cerebro típicamente asociadas con el procesamiento de las emociones negativas, disminuyen su actividad. Pero quizás los hallazgos más sorprendentes realizados en voluntarios que reportaban altos niveles de espiritualidad son aquellos que muestran cambios incluso más allá del sistema nervioso. Se ha visto un aumento en los niveles circulantes de anticuerpos, sugiriendo que algunas prácticas de meditación sirven, incluso, para mejorar la función inmune.

Estas investigaciones nos permiten pensar en la compleja interacción entre el cerebro y ciertas prácticas sociales que, aunque no parezcan, también dependen de él. Y, fundamentalmente, contribuyen a que conozcamos lo que nos hace bien y nos puede ayudar a vivir mejor.

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